Espacios seguros en redes sociales, ¿por qué son un refugio para las víctimas de violencia machista?
Las redes sociales son ya un canal de expresión para miles de mujeres que buscan apoyo y validación en comunidad.
Cristina Fallarás es noticia estos días porque ha sido en su perfil de Instagram donde se ha movido la denuncia anónima que ha hecho “caer” a “un político muy conocido de Madrid”. Tras la dimisión de Íñigo Errejón, han salido a la luz más testimonios que señalan al ya exportavoz de Sumar como presunto agresor sexual. Uno de ellos, el de la actriz Elisa Mouliaá, es ya una denuncia formal.
Puede que para mucha gente haya sido su primer contacto con este espacio donde se comparten violencias machistas, pero lo cierto es que la escritora y periodista lleva años desempeñando esta labor. En 2018 impulsó en Twitter el hashtag #Cuéntalo (nuestro #MeToo patrio) para hacer este tipo de denuncias, compromiso que continuó en su perfil de Instagram, donde recopila experiencias de víctimas de violencia sexual que publica de forma anónima. Su intención no es aconsejar ni consolar a las mujeres que cuentan sus traumáticas vivencias, sino funcionar como “canal”.
Es en esta parte en la que hemos querido poner el foco: ¿por qué el de Fallarás se ha convertido en un espacio seguro para compartir violencias machistas? ¿Por qué esto resulta más reconfortante para las víctimas que seguir los cauces institucionales (aunque denunciar ante las autoridades es una parte esencial del proceso y conviene acudir a ellas)? Para contestar a estas y otras preguntas, hemos pedido ayuda a Isabel Zanón, psicóloga especializada en atención a mujeres.
De pintarnos como enemigas a hermanarnos
Uno de los aspectos más relevantes que destaca Cristina Fallarás de este espacio es que son (somos) mujeres hablando entre nosotras. Porque hace ya mucho que nos dimos cuenta de que el patriarcado nos quería enemistadas y silenciadas, pero que nosotras preferíamos mostrarnos unidas, creyéndonos entre nosotras, siendo sostén las unas de las otras. “Pero sucede que ahora ya no solo lo saben ellas. Ahora lo sabemos muchas, muchísimas más. Poco a poco se está construyendo una discreta nómina común de agresores sexuales, extorsionadores, maltratadores psicológicos y similares”, escribía la periodista aquí.
No hace mucho saltaba a los medios el caso Pélicot: “gracias” a la denuncia de una mujer contra un hombre que la estaba grabando en el supermercado sin su consentimiento, la Policía pudo acceder a su terminal y ver cómo había estado drogando sistemáticamente a su mujer para que otros hombres (hasta 51) la violaran.
Dos conclusiones: se encubren entre ellos (los que no aceptaron la oferta tampoco la denunciaron) y los violadores no son monstruos que están al acecho de víctimas en los callejones oscuros a las 4 de la mañana. Son familiares, amigos, parejas. “Percibir a Dominique Pélicot como un monstruo sirve, de alguna manera, para concentrar en él y en los otros 50 hombres el terror y “salvar a los demás””, escribía Ana Requena sobre el famoso #NotAllMen que siempre surge en respuesta al #Metoo.
#YoSíTeCreo: de lema a espacio seguro donde sentirnos validadas
Cuando hablamos de un espacio seguro, hablamos de un sitio en el que tenemos la certeza de que no vamos a ser cuestionadas ni atacadas. Según Zanón, el triunfo de este tipo de espacios viene precisamente del fallo que encontramos en los que se supone que se erigen como cauces institucionales. ¿Por qué voy a ir a la policía a denunciar si quizá cuestionan mi relato? ¿Por qué ir a juicio y enfrentar preguntas que me señalan como culpable por cómo iba vestida, o qué hora era, o dónde estaba?
Como la denuncia es anónima puede no verse tan clara la reparación individual, aunque habrá para quien sí lo sea. Sin embargo, sí da pie a una reparación colectiva. La famosa consigna de que “la unión hace la fuerza” al ver la gran cantidad de mujeres que han (hemos) pasado por algo similar por el simple hecho de ser mujeres.
¿Cuáles pueden ser las razones de estas miles de mujeres para contar sus experiencias a través del canal de Fallarás en lugar de poner una denuncia formal? Las represalias y el miedo a no ser creídas parecen las más comunes. “Se sigue cerrando filas en torno a los abusadores, maltratadores y/o agresores, y fiscalizando a las víctimas. Los juicios se hacen muy mediáticos y buscan ser aleccionadores para nosotras (si denuncias te enfrentas a esto), por lo que no todas las mujeres están dispuestas a convertirse en el ojo del huracán”, comenta la psicóloga.
Las víctimas de delitos contra la libertad sexual no están obligadas a denunciar en el juzgado. Es esta parte quien decide si busca una condena penal o más bien un “reproche social”. Los medios de comunicación pueden difundir estos testimonios, incluso desde el anonimato, si tienen constancia de su veracidad.
¿Es contarlo un acto de liberación?
Es reparador ver que no estamos solas, que podemos contarlo aunque sea sin dar nombres, sin firmarlo, con la única certeza de que otras mujeres van a leerlo. “Hay mujeres a las que acompaño en terapia que sienten la necesidad de hablarme del tema para digerirlo. Sienten rabia, indignación, tristeza, decepción, asco… Es una liberación aún mayor si hablamos de que los agresores son hombres con poder y que no expresarlo o hacer en un círculo muy reducido no resulta suficiente”, señala Zanón, que nos recuerda, no obstante, la otra cara de la moneda: la censura.
De hecho, durante unas horas la cuenta de Fallarás fue cancelada tratando de aplicar aquello de que “lo que no se nombra no existe”. La cuenta fue reabierta gracias a la gran difusión y denunciar al respecto, que hicieron que a incluso al gigante Meta le saltaran las alarmas.
Estamos hablando de emociones que no solo nos destruyen, sino que su tendencia de acción es a ocultarnos y escondernos, lo que refuerza las dinámicas e intenciones del patriarcado de borrado y espacio privado de las mujeres.
Por otra parte, también está “la humillación de su silencio”, algo que la psicóloga recoge de la propia Fallarás: las víctimas se exponen a una retraumatización o un daño extra al ver su sus agresores salen impunes. “Esta impotencia puede dar lugar a lo que en psicología llamamos “indefensión aprendida” y que consiste básicamente en sentir que “haga lo que haga, da igual” y que tiene como resultado efectos como ansiedad y alerta, sentimiento de desprotección constante, desesperanza, aislamiento, depresión…”, añade.
La validación social como parte del proceso de sanación
“No hay reparación sin voz propia”, sentencia la psicóloga, aunque añade que esto no quiere decir que estemos obligadas a contar nuestras experiencias. No lo entendamos como una nueva obligación o responsabilidad para nosotras, sino una oportunidad para que, quien quiera hacerlo, lo haga, por el puro desahogo, para alertar a otras posibles víctimas, o por la razón que sea. Dejemos fuera de este espacio seguro la culpa y busquemos el equilibrio entre lo que es bueno para mí y lo que puede ser bueno para un colectivo.
“Hay muchas mujeres que con el caso Errejón tienen que apagar la televisión porque es un disparador de sus propios traumas”, explica Zanón. Esto no significa “mirar para otro lado”, como parece que se hizo entre quienes ahora afirman que era “un secreto a voces”, sino hacerse cargo de una misma, tratando de poner el autocuidado en primer lugar para evitar que una experiencia que ya de por sí es dura y traumática, lo sea más.