La dictadura de la pareja: cómo las normas sociales impactan en otros modelos de vida
Desde los descuentos en restaurantes hasta los beneficios a nivel económico: nuestra sociedad ha creado un entorno que adora la vida en pareja y aspira a formar una familia
Da igual si es la taza del desayuno o ese familiar que solo ves en Navidad, parece que la vida se encarga de enviarte el mismo mensaje: encuentra a tu otra mitad. Desde que somos niñas somos bombardeadas con la idea de que el éxito y la felicidad vendrán de la mano de un príncipe azul con el que compartiremos cama hasta que la muerte nos separe.
Quien dice cama dice facturas, hipotecas, descuentos en vacaciones e incluso el 2×1 de la pizzería de nuestra calle. Y es que, más allá de la idea del amor romántico perpetuada a golpe de películas y series (entre tantas otras cosas), está la cruda realidad: compartir la vida sale mejor, más a cuenta.
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En el ámbito fiscal, a menudo hacer una declaración conjunta resulta más beneficiosa. Lo mismo pasa en el ámbito de los seguros y, dejando un poco de lado la vida adulta, hasta en las entradas para el parque de atracciones, la cuota del gimnasio o el cine. Pero esto no solo va de dinero, también de lo que se espera de nosotras: una no parece estar soltera por pura elección, sino a modo de “periodo de entreguerras”. Y qué decir si lo que te planteas no es estar sola ni en pareja, sino directamente, el poliamor. ¿Está la sociedad estructuralmente preparada para otros modelos? ¿Qué pasa con quienes eligen caminos diferentes?
¿Una vida solo para parejas?
La economía de la pareja vs el precio de vivir sola
Económicamente hablando, ser parte de una pareja tiene muchas ventajas. Alexandra tiene 35 años y vive en Madrid. Después de unos años compartiendo piso, dio el paso a alquilar un apartamento para ella sola, algo que, además de darle libertad para elegir película o serie, le ha incrementado los gastos. “Tengo las mismas facturas, como, por ejemplo, internet, pero las pago yo sola”, explica.
Estos son seguramente los gastos más llamativos de la llamada tasa single: el alquiler, la luz, el agua, la calefacción… Pero en realidad se suman otras pequeñas cantidades que van haciendo que la cifra ascienda, desde compartir detergente a la propia comida. “Está hecha para dos. Viviendo sola es fácil que te caduque a un ritmo mayor del que se puede comer. Lo de la bolsa de rúcula es una locura”, comenta entre risas, pero con certeza, dibujando una metáfora de lo más acertada.
Aparte del tema meramente económico, está el de las responsabilidades de la vida adulta, desde problemas domésticos al puro apoyo emocional. Alexandra bromea recordando que se descargó Tinder el día que se coló un ratón en su casa y entró en pánico. “Evidentemente me ayudaron mis amigos, pero yo sentía que en ese momento necesitaba otro tipo de apoyo”, comenta, sin olvidarse de los que considera “puntos débiles” de vivir en pareja, como adaptarse a los horarios de otra persona o tener que tomar todas las decisiones en común. “Creo que la convivencia puede erosionar las relaciones humanas”, añade.
El estigma de la soltería
Cuando una persona está soltera y/o vive sola, se tiende a pensar que no es una elección, que no ha encontrado a nadie, que lo está buscando. La narrativa dominante sugiere que estar soltera es sinónimo de estar sola y/o incompleta, de que hay algo que te falta, de que algo falla.
La sociedad -de la que todas formamos parte- no solo pone barreras económicas, sino también psicológicas: “¿Vas sola al cine?” o “¿te vas de vacaciones sola?”. Estas preguntas, más que sorpresa, llevan un juicio implícito, más si es en femenino. Nosotras somos las solteronas. Ellos, los solteros de oro. Y no solo soportamos el peso de este estigma. También tenemos que lidiar con el miedo en muchas ocasiones: “Tenemos súper integrado, por ejemplo, que si vivimos solas no podemos poner nuestro nombre en el buzón -explica Alexandra-, y es una pena que tenga que ser así”.
Y luego está el poliamor
Que rompe el molde de la monogamia para darle un giro más a este entramado económico-social. La estructura familiar tradicional no ejerce presión sobre las personas solteras, sino que también pone en entredicho otros modelos de relación menos tradicionales. A pesar de ser relaciones consensuadas y saludables, el poliamor no encuentra apoyo en las estructuras sociales que, una vez más, comienzan por nosotras mismas.
Lucía tiene 26 y hasta hace un año tenía una relación poliamorosa con otra chica y un chico. No llegaron a experimentar la convivencia -de hecho, no eran una trieja per se-, aunque ella admite que en su cabeza sí rondaba esa idea de futuro para los tres. “Yo hubiera apostado por hacerlo todo en común, aunque reservando espacios propios”, cuenta a Bloom. Y es que la convivencia puede ser de otra manera. Es decir, se pueden compartir gastos y tener un cuarto propio, a lo Virginia Woolf.
Sin embargo, no fue la ausencia de descuentos en espectáculos adaptados a su situación los que precipitaron el final de esa relación, sino esas creencias que tenemos asimiladas, incluso cuando nos creemos las más deconstruidas del mundo. “Al principio teníamos súper claro lo que queríamos, pero con el tiempo fueron apareciendo dinámicas más relacionadas con lo que conocemos como amor romántico”, explica. Pero no fue lo único con lo que tuvo que lidiar Lucía durante el tiempo que mantuvo su relación poliamorosa: su propia familia rechazó su decisión. “Tras tiempo sin hablarnos, finalmente mi madre supo entenderme, afortunadamente”, recuerda.
No obstante, aunque la experiencia y la distancia le hace pensar que haría quizá algunas cosas diferentes, sí que piensa que a nivel institucional y burocrático hubieran encontrado muchos obstáculos. “El sistema está pensado para la monogamia”, asegura.
¿Se puede desafiar el statu quo?
Entonces, ¿cómo podemos avanzar hacia una sociedad que no demonice la soltería ni excluya a las relaciones no tradicionales? ¿Es posible salir de la parejocracia? Evidentemente se trata de un trabajo profundo que implica cuestionar narrativas muy presentes para reconocer, de manera genuina, que no hay una única forma de vivir una vida plena y feliz.