El momento ‘manita relajá’ de Rosalía o por qué el cuerpo de las mujeres no es de dominio público
La artista catalana ha vivido un incómodo momento al que a menudo se tienen que enfrentar las mujeres en el día a día
Rosalía ha protagonizado esta semana un incómodo momento que, sin duda, evidencia que las preguntas en torno al consentimiento no forma parte de la vida cotidiana de muchos hombres
Ha sido saliendo de un restaurante en Nueva York cuando varios fans se han acercado a la artista para hacerse fotos. A la hora de posar con uno de ellos, en una interacción en la que no media ni una sola palabra, el admirador en cuestión ponía su mano en la cadera de la cantante, a lo que esta respondía retirándosela. Sin embargo, esto no parecía ser suficiente para que el individuo en cuestión quitase la mano del cuerpo de la intérprete, quien la volvía a poner. Rosalía, visiblemente incómoda, la apartaba una vez más.
Ante este hecho, surgen varias preguntas. ¿Cómo de normalizado está que a las mujeres un desconocido les agarre de la cintura en cualquier interacción por cotidiana que parezca, como lo es hacerse una foto o, simplemente, pasar a su lado? O también lo habitual que es estar hablando con un hombre aleatorio, con el que tampoco necesitas tener mucha confianza para que, en un inocente gesto amistoso, te dé una palmadita en el muslo o te ponga una mano sobre la pierna. ¿Sentimos las mujeres el mismo impulso de tocar el cuerpo de los demás? Es una duda real.
En redes también se ha denunciado cómo Shakira parecía vivir otro momento incómodo cuando un fan supuestamente le habría intentado grabar bajo el vestido al bailar en la discoteca LIV de Miami. Una polémica que no está del todo clara, fuentes relacionadas con la artista habrían remitido a EFE un comunicado indicando que habría sido una persona de su equipo. Sin embargo, cabe destacar que el medio no añade información precisa sobre las fuentes que dirigen este escrito ni su relación con la colombiana. Sin embargo, es preciso mencionar que la noticia, aunque sí alarmante, no resulta sorprendente.
Y es que el cuerpo de las mujeres parece moverse por el espacio público como si también formara parte de este. La irrupción en el mismo se concibe a menudo tan nimia e impune como si fuera un objeto inanimado. Ir por la calle y ser llamada, silbada y acosada por desconocidos es parte de una dolorosa y normalizada rutina. Esta es la primera frontera del consentimiento que se acaba desdibujando con la cultura de la violación.
Muchas nos escandalizábamos (obviamente) la semana pasada con el estremecedor caso de Gisèle Pélicot, la mujer en Francia que habría sido drogada por su marido Dominique Pélicot, y violada por decenas de hombres. Una sociedad donde la violencia sexual forma parte -de forma casi rutinaria- de la vida de las mujeres no se construye únicamente con tragedias como esta; son los gestos del día a día, esas inocentes interacciones invasivas que vivimos habitualmente, las que disipan la línea del respeto sobre nuestro cuerpo. Las que hacen que este se considere, prácticamente, de dominio público.
Sí, un gesto que parece casi instintivo para muchos no deja de ser una invasión del cuerpo de una persona que quizá ni conoces. No deja de ser una acción que evidencia lo que tienes en cuenta y lo que no a la hora de acercarte a alguien. Y es que ese ‘alguien’ siempre solemos ser nosotras, las mujeres.
Imagen – Rosalía (@rosalia.vt)