“Ella duerme y yo miro” – 32.000 hombres que cosificaban a sus mujeres en un grupo de Facebook en Italia

agosto 27, 2025 Escrito por Laura Rodríguez

Revisado por el equipo de expertas de Bloom, plataforma especializada en salud femenina.

Imagina abrir Facebook y encontrarte con un grupo llamado “Mia Moglie” (“Mi esposa”), donde 32.000 hombres compartían fotos íntimas de sus parejas sin su permiso. Mensajes como “Me la prestas”, “¿Qué le harías a mi mujer?” o “Ella duerme y yo miro” no eran bromas inocentes: eran aplausos al abuso, trofeos de humillación y recordatorios diarios de que, para algunos, el cuerpo femenino es propiedad ajena. La existencia de este grupo de Facebook italiano salió a la luz gracias a una enfermera que lo denunció públicamente y a la activista Carolina Capria, que comenzó a difundirlo por Instagram. Tras 7 años de actividad, Meta lo cerró finalmente y la justicia italiana recordó que compartir imágenes íntimas sin consentimiento es delito, castigado con hasta 7 años de prisión.

Pero el cierre no fue definitivo. Según Barbara Strappato, subdirectora de la Policía Postal de Roma, la última publicación antes de que la página fuera eliminada era una invitación a trasladarse a un nuevo grupo, probablemente en Telegram: “Acabamos de crear un nuevo grupo privado y seguro”, anunciaron los administradores no identificados, con la frase final: “Adiós, y que se jodan los moralistas”. Esto evidencia cómo la acción colectiva no solo normaliza la violencia, sino que encuentra formas de sobrevivir y migrar a otros espacios digitales, manteniendo la impunidad.

Este caso italiano nos obliga a mirar más allá: no es un hecho aislado, sino parte de un patrón que refleja cómo la violencia sexual digital se ha normalizado en la cultura de algunos hombres. Internet, lejos de ser neutral, amplifica la cosificación femenina, convierte la intimidad en espectáculo y transforma la vulnerabilidad en entretenimiento viral. Lo que aterra no es solo la acción de unos cuantos, sino la aceptación social de que el cuerpo de una mujer pueda ser usado como material de consumo.

Además, cuando los hombres actúan en grupo, cada transgresión parece diluirse, minimizarse, perder peso, mientras que para la víctima cada imagen compartida es un ataque concreto y personal a su intimidad y dignidad. La gravedad no desaparece, pero la percepción de impunidad se multiplica.

Esta situación nos lleva a recordar el caso de Gisèle Pélicot en Francia. Durante casi diez años, su marido la drogaba y la sometía a violaciones organizadas con decenas de hombres. Gisèle rompió el silencio y decidió enfrentar el juicio públicamente, proclamando: “La vergüenza debe cambiar de bando”. Su agresor principal fue condenado a 20 años, y los demás a largas penas.

Tanto el grupo italiano como el caso de Gisèle muestran cómo la acción colectiva puede dar sensación de impunidad para los agresores, pero el impacto sobre las víctimas no se divide ni se atenúa, y cómo la denuncia y la visibilidad son herramientas fundamentales para revertir la cultura de control sobre los cuerpos femeninos.

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