«Terapia, sí. Preservativo, a veces»

julio 8, 2025 Escrito por Sara G. Pacho

Licenciada en Sociología por la Universidad de Salamanca y en Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid.

Revisado por el equipo de expertas de Bloom, plataforma especializada en salud femenina.

Durante décadas, hablar de salud mental en España fue sinónimo de tabú, incomodidad y estigmatización. Pero eso hace tiempo que se acabó. Hoy en día es un tema tan habitual en redes sociales como en medios de comunicación y campañas políticas. No se trata de una moda ni mucho menos de una exageración: es la consecuencia directa de un presente que mezcla precariedad laboral, hiperconectividad digital y soledad estructural. Ahora bien, ¿esta visibilización se traduce realmente en un mayor cuidado de la salud mental? 

La población más joven no solo carga con el peso de encontrar su lugar en un mundo que cambia vertiginosamente, sino también con la presión constante de rendir, exponerse y adaptarse. El ideal de tenerlo todo claro a los 20 ha sido sustituido por la angustia de no haber llegado a nada a los 30, con consecuencias directas sobre la salud mental. 

En salud mental tampoco podemos hablar de igualdad. Como suele suceder, los colectivos oprimidos se ven más afectados: las mujeres jóvenes presentan tasas significativamente más altas de ansiedad y depresión y las personas LGTBI+, migrantes o en situación socioeconómica vulnerable cargan con capas adicionales de estrés, discriminación y exclusión. 

¿Está más premiado ir al psicólogo que decir “me protegí”?

En el retrato de la juventud española que ofrece el Informe Juventud en España 2024 que INJUVE ha publicado recientemente, dentro del apartado dedicado a la salud mental se da un espacio a la salud sexual. Y es que, aunque a menudo se tratan como dos campos separados, incluso a la hora de abordarse de manera profesional, en la vida real de miles de jóvenes estas dimensiones están profundamente entrelazadas, aunque no siempre lo parezca. Son capaces de reconocer su ansiedad, hablar de sus emociones, buscar ayuda. Sin embargo, no dan un paso al frente cuando se trata de poner encima de la mesa el deseo, el placer o los vínculos afectivos. Como si fuera un tema aparte. Como si el cuerpo y la mente pudieran separarse en compartimentos estancos.

La media con la que los jóvenes tienen su primera relación sexual se mantiene en línea con los últimos años (en torno a los 16 años), aunque sí aumenta el porcentaje que admiten haberlo hecho antes. ¿Con qué herramientas lo hacen si la educación sexual brilla por su ausencia en las aulas mientras la pornografía lo inunda todo? Puede que estemos pidiendo a una población que, por su edad, aún está formando su identidad, deseo y autoestima, que se comporte como adulta, pero sin ofrecer referentes. Así, lo que es un proceso completamente natural y que debería disfrutarse como lo que es, una exploración consciente de una misma, se convierte en un ritual apresurado, con expectativas irreales y sin hoja de ruta. 

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Y es que la salud sexual no es solo una cuestión de genitales, anticoncepción o ITS –que también–. Es una parte fundamental de nuestra salud que incluye deseo, autonomía, consentimiento, placer y afectividad. Nos preguntamos si esto se debe a una falta de relevancia o más bien a una peligrosa combinación de pudor institucional, abandono pedagógico y normalización del silencio. 

¿Y si enseñar a decir ‘no’ fuera cuestión de salud pública?

En estas grietas se cuela la pornografía, en su versión más accesible, que no solo asume el papel de escuela, sino que impone un guion emocionalmente plano, basado en la dominación, en la mirada masculina, en la cosificación de la mujer. Este informe se ha interesado por averiguar si este tipo de contenidos siguen siendo una inspiración para los más jóvenes y, ¡buenas noticias! Frente al 32% de hombres que afirmaba inspirarse en el porno a la hora de tener relaciones sexuales, en 2023 es un 18%. Algo es algo, amigas.

No obstante, la juventud necesita mejorar en consentimiento y protección. El uso del preservativo ha disminuido 7 puntos en relación al año 2019. De hecho, hay un 10% de jóvenes que manifiesta no usar ningún método anticonceptivo en sus relaciones sexuales. 

Por otra parte, y esto nos estremece literal, el 36,4 % de las mujeres jóvenes afirman haber tenido relaciones sexuales no deseadas. No se refieren aquí necesariamente a agresiones violentas en la calle por parte de un desconocido, sino a un fenómeno más sutil que tristemente nos resuena de igual manera: ceder por presión, por miedo al rechazo, por incapacidad de verbalizar un “no” claro, por no haber aprendido que el deseo propio también cuenta.

Las cifras son alarmantes, pero el trasfondo lo es aún más: nos hablan de una ausencia de educación sexual integral que prepare a los futuros adultos no solo para disfrutar de un sexo seguro, sino para construir relaciones libres de violencias, basadas en el consentimiento, en el deseo y en el respeto mutuo.

¿Qué puede estar fallando?

La respuesta es política, cultural y educativa. Es el fruto de décadas de mirar a otro lado. Desde los años 2000 podemos apreciar una revolución sexual progresiva en España con avances tan importantes como el matrimonio igualitario o la mayor visibilidad LGTBIQ+. Hablar de salud sexual hoy es hablar de derechos, de prevención, de libertad y de justicia, y no solo poner preservativos a un plátano. 

  • La educación sexual sigue siendo mínima, anticuada o inexistente.

    Pese a los avances legislativos, muchos centros educativos siguen sin ofrecer educación sexual integral. A menudo a las aulas solo llega la parte más biológica, y no aquellos aspectos emocionales, identitarios o relacionales. En el mejor de los casos, se enseña cómo evitar un embarazo. Ni siquiera los peligros de contraer un ITS.

  • Lo que no está en las aulas, se encuentra en Internet.

    El 43 % de los jóvenes consume pornografía habitualmente. La más disponible, gratuita y masiva, que en su mayoría se construye sobre la dominación, la mirada del hombre, la estandarización del placer y la ausencia total de afecto. 

  • El consentimiento ya tal.

    Que una de cada 3 mujeres jóvenes haya tenido relaciones sexuales no deseadas no es anecdótico: es estructural. Es el resultado de un contexto donde el consentimiento aún se percibe como un “sí silencioso” o como una barrera negociable. Donde el placer de la mujer no está ni se le espera. Donde seguimos conociendo el sexo a través de la obligación y no del disfrute personal.

  • No surprises: brecha de género, clase y orientación.

    Esta situación no afecta a todos por igual. Las mujeres, las personas LGTBIQ+ y quienes viven en contextos de precariedad tienen menos acceso a recursos, redes de apoyo o espacios seguros.

    Por ejemplo, para muchas jóvenes lesbianas o trans, simplemente no existe una “educación sexual” que las nombre, las incluya o les dé herramientas para vivir su sexualidad sin miedo o vergüenza. La falta de políticas públicas interseccionales deja en la sombra muchas realidades.

  • Y, de fondo, malestar.

    La ansiedad, la depresión y la soledad afectan también a la forma en que los jóvenes se vinculan. Algunas relaciones sexuales se viven como válvula de escape, reafirmación o búsqueda de conexión efímera, lo cual puede dificultar aún más la gestión del consentimiento, los límites o el autocuidado.

¿Por qué seguimos sin hablar de esto?

Hemos asumido que cuidar la salud mental es importante, pero aún no hemos dado el salto a entender que eso incluye también la dimensión sexual. Que una relación no deseada, una práctica no consensuada o una experiencia sin protección pueden generar culpa, ansiedad o sufrimiento, igual que cualquier otro malestar emocional. Quizá por eso la sexualidad sigue atrapada en mitos, pudores y silencios. Se sigue tratando como algo que se aprende de manera natural e intuitiva, sin necesidad de reflexión ni educación. ¿Es más fácil decir “tengo ansiedad” que “no sé cómo vivir mi sexualidad”?

Hablar de salud mental y sexual no tiene que ver con ideologías ni con grupos de edad. Es un exigencia de salud pública, una deuda educativa, una cuestión educativa. Por que solo desde ese conocimiento, solo desde el respeto a uno mismo y al otro podemos ser realmente libres.

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