Mamá, soy bisexual y no es una fase: ¿cómo salir del armario?

No es un periodo de transición entre la heterosexualidad y la homosexualidad: la bisexualidad es plenamente válida, una opción en sí misma. ¿Estás en esta disyuntiva? Te ayudamos abrazar tu gris.

septiembre 23, 2022 Escrito por Anouk Rielo

Revisado por el equipo de expertas de Bloom, plataforma especializada en salud femenina.

Tenía 18 años y acababa de mudarme a un piso de estudiantes en Madrid. Romantizando nuestro reciente éxodo a la capital, mis amigas y yo decidimos salir de fiesta a los bajos de Argüelles, listas para vivir en primera persona el ambiente de aquel famoso centro neurálgico de la movida madrileña de los 80. Como ocurre en toda noche inolvidable, en un momento dado me vi perdida entre la multitud, y tan pronto como ocurrió, otro grupo de chavalas de mi edad me acogió para que no estuviera sola.

Una de las chicas, Paula, me dio su número de teléfono por si me volvía a perder. Estuve charlando y bailando toda la noche con ella, tanto que ni siquiera me acuerdo de cómo eran las demás. Cuando me quise dar cuenta, ya eran las seis de la mañana y estaban encendiendo las luces del bar. Cerca había un local que se dedicaba a vender trozos de pizza, no me lo pensé dos veces y entré. Al salir, Paula me estaba esperando. “Qué maja”, pensé. Fui a despedirme de ella con un abrazo pero, para mi sorpresa, me cogió la cara y me besó.

Yo lo recuerdo como un beso de película, pero la realidad es que fue un beso con sabor a cerveza y con migas de pizza de por medio. Después me quedé en shock, literalmente: no pude articular palabra. Así que me sonrió, se dio la vuelta y se fue. Este fue mi primer beso con una chica. Durante las semanas siguientes no podía pensar en otra cosa. Me había gustado más de lo que “debería”, y eso era demasiado que procesar para aquella joven de 18 años que había estado encadenando novio tras novio desde que tenía 13.

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Los días pasaron y nunca le mandé un mensaje a Paula. La pelota estaba en mi tejado. Ella no tenía mi número, no podía escribirme. Cada vez me resultaba más difícil, hasta que ya, con el paso del tiempo, perdió completamente el sentido. Ese beso de película podría haber sido el comienzo de una historia de amor, pero, por desgracia, en mi imaginario no existían ese tipo de películas románticas.

Llegué incluso a plantearme si en algún momento me habían gustado verdaderamente los chicos con los que me había vinculado, o si simplemente era la imposición de la heteronorma guiándome como un títere durante toda mi vida. Porque, claro, la posibilidad de que simplemente me gustasen también las chicas no me entraba en la cabeza. Así, empecé a hacerme una pregunta que no respondí con rotundidad y seguridad hasta que pasaron varios años: ¿soy bisexual?

Cómo saber si eres bisexual: testimonio en primera persona

Para salir del armario, primero hay que tomar conciencia de que estás en uno. Y una de las particularidades que creo que tiene la bisexualidad es que no es tan obvio. Para el resto del mundo puede parecer simple: si sientes atracción hacia personas de más de un género, simplemente eres bisexual. Sin embargo, en una sociedad dominada por la heterosexualidad y la normatividad, no es tan sencillo como parece desafiar estas dos matrices con tu propia existencia. Y aún menos darse cuenta de ello.

Es fácil que la vida te empuje a seguir tus deseos más normativos y que estos eclipsen todos los demás. Ante la falta de referentes bisexuales, tú misma puedes llegar a encasillarte dentro de la propia heterosexualidad, porque tu atracción hacia los hombres cuando eres mujer (y viceversa) parece ser una prueba irrefutable de ello. Cuando creces entre novios y performando constantemente la heterosexualidad, es difícil leerse a una misma como persona disidente.

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En mi caso, ese beso me hizo saber cuál era la pieza que faltaba en mi puzzle. ¿Cuántas chicas me habían gustado a lo largo de mi vida sin darme cuenta? Aquella amiga con la que tenía esa conexión tan “especial”, aquella chica en la que me fijé porque “quería ser como ella”, o aquel impulso incomprensible que claramente había nacido de la “curiosidad”. Los aplausos de mi entorno por cada paso heterosexual que daba no me habían permitido oír todas esas señales.

Por ello, para saber si eres una persona bisexual, primero creo que tienes que desvestirte de todo el uniforme normativo con el que creciste y empezar a dar validez a todos esos sentires de los que te has podido llegar a desentender. Es decir, es importante ser conscientes de toda la bifobia que se enraíza de forma tan sutil entre nuestros pensamientos, y abrir la puerta a la potencialidad de tu deseo.

Muchas veces puede gobernarte el miedo a no tenerlo lo suficientemente claro, a cometer el error de etiquetarte para luego desetiquetarte. Pero, ¿qué problema hay?

Quizás podemos empezar a entender que las etiquetas no son inamovibles y que su existencia no tiene ningún sentido más allá que el de sernos útiles. Las etiquetas deben servir para empoderarnos, identificarnos, conocernos, no para limitarnos.

En definitiva, asumirte como bisexual es entender que nunca se es lo suficientemente bisexual, lo eres y punto. Independientemente de lo hetero que parezcas y de la cantidad de personas de tu mismo género con las que hayas estado. No tienes que cumplir ningún requisito ni va a venir la policía de la bisexualidad a multarte por no materializar tu disidencia.

Cuando yo empecé a definirme como bisexual y me empecé a enunciar como tal, lo hice en entornos de confianza y con la boca muy chiquitita, porque siempre pensé que con un beso no era suficiente para poder etiquetarme con legitimidad, como si lo que yo sentía o deseaba no fuese lo suficientemente legítimo ya de por sí.

Cuatro años después apareció Flor, la primera chica de la que me enamoré. Me fui de intercambio a Montevideo arrastrando unas cuantas frustraciones amorosas y unos cuantos traumas. A mi llegada me abrí Tinder y, a la hora de decidir en la aplicación “qué es lo que estaba buscando”, lo tenía claro: hombres no.

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No tardé en hacer match con una joven estudiante de psicología con la que no podía parar de hablar todo el rato, a todas horas. Cuando Flor me invitó a tomar algo, por poco se me sale el corazón del pecho. Me llevó a La Cretina, bebimos vino, jugamos al ping-pong y hablamos de planetas.

Me pasé toda la velada sintiendo unas ganas irrefrenables de darle un beso, pero por supuesto no lo hice. ¿Y si no me gusta de verdad? ¿Sería porque no me gustan las mujeres o porque no me gusta ella? ¿Y si no le gusto yo a ella? ¿Y si lo que siento es simplemente la fantasía de dejar de vincularme con hombres para siempre? ¿Y si es una fase? Un beso en los baños de aquel bar me quitó de golpe todas las dudas. Cuando nos hicimos novias ya era oficial: me gustan las chicas.

Y ahora, tras tantos desamores heterosexuales y tantos novios en las cenas familiares, ¿cómo le cuento a mi madre que soy bisexual?

Salir del armario bisexual: ¿hay una fórmula mágica?

Salir del armario bisexual puede llegar a ser muy diferente a salir de otros armarios. Puede que incluso en ocasiones confesarle a tu madre que solo te gustan las personas de tu mismo género esté más penalizado, porque al menos como bisexual “hay esperanza”.

Y todo ese entorno que ha pensado para ti una vida ideal monógama y heterosexual piensa que aún hay posibilidades de que protagonices esa película. Todavía hay opciones de que acabes encarnando la heterosexualidad. Y entonces se correría un tupido velo sobre esa etapa de promiscuidad, esa fase experimental que ya por fin has vuelto a encarrilar.

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Quizás no escandalizamos tanto a nuestro entorno cuando salimos de nuestros armarios, pero es porque en muchas ocasiones ni siquiera se nos tomará en serio. Porque la seriedad va de la mano del binarismo en este mundo: o te gustan los chicos, o te gustan las chicas. Le tienen miedo al color gris.

Y ante una sociedad que nos etiquetará de inmaduras y confundidas, solo se puede combatir con el orgullo de tener una identidad lo suficientemente subversiva como para poner en cuestión las lógicas dicotómicas que nos configuran socialmente. Porque la bisexualidad interpela constantemente a la fluidez y a la variabilidad del deseo, porque lo pone en evidencia en cuanto se entiende como categoría en sí misma.

También para muchas será difícil salir del armario bisexual por el hecho de no sentirnos lo suficientemente disidentes para hacerlo. Se nos puede llegar a leer como un punto intermedio entre la disidencia y la no disidencia, porque sostendrán que nuestro deseo y nuestro sentir es medio normativo, por lo que sufrimos la mitad de la violencia y disfrutamos de la mitad de los privilegios.

Pero hay que empezar a dejar de entender la bisexualidad como una bisagra entre lo hetero y lo homosexual. Leer la bisexualidad como un espacio transicional entre identidades la despoja de su propia potencialidad política.

La bisexualidad es una categoría en sí misma, un espacio válido desde el que enunciarnos, con unas vivencias y violencias particulares que darían para otro reportaje.

Entonces, ¿qué te recomiendo para salir del armario bisexual? Que te embadurnes de orgullo y estés por encima de todos esos prejuicios y estigmas que aletean alrededor de esta orientación. Que tengas claro que tu identidad es lo suficientemente válida y subversiva como para regocijarte en ella en forma de enunciación. Que tu deseo es legítimo, por más fluido y diverso que sea. Que reivindiques lo impuro, lo móvil, lo imprevisto. Que abraces tu gris.

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