Vivo en el centro de Madrid y pago 290 € de alquiler. Yo tampoco me lo creo todavía. 

julio 23, 2025 Escrito por Laura Rodríguez

Revisado por el equipo de expertas de Bloom, plataforma especializada en salud femenina.

Tengo 27 años, comparto piso con 2 amigos, vivo en una habitación en el centro de Madrid y pago 290 euros al mes de alquiler. Sí, menos de 300 euros, en 2025, sin salir de la M30. No me he equivocado. No es un titular engañoso para conseguir clics. No es una habitación compartida, ni un colchón en el salón. Tengo ventana, tengo espacio, tengo intimidad —y tengo vistas a Madrid Río—. Tengo suerte, la verdad. 

Lo cuento y me siento casi incómoda, como si tuviera que justificarme. Sé que mi alquiler no es ‘’normal’’, y que decirlo en voz alta puede sonar a provocación. No es mi intención. Pero sí quiero hablar de lo que hay detrás: de cómo es posible que algo tan básico como tener una vivienda digna y asequible se haya vuelto una especie de premio, casi un golpe de suerte, como quien encuentra un billete de 50 euros en la calle. Y también de lo que significa para nuestra salud mental vivir constantemente al borde de poder permitirnos, o no, una habitación propia como diría Virginia Wolf. 

¿Cómo influye esta situación a la salud mental? 

Según la psicóloga Ana Pulgarín Martín: ‘’El difícil acceso a la vivienda y los alquileres tan elevados generan altos niveles de estrés crónico y ansiedad entre los jóvenes. Destinar gran parte del sueldo al alquiler deja poco margen para otros gastos lo que puede acabar provocando culpa o malestar por miedo a no llegar a fin de mes. Todo esto alimenta una sensación constante de frustración: muchos sienten que sus proyectos de vida son inalcanzables, como puede ser comprarse una casa, lo que acaba afectando a su autoestima y generando la idea de que no están “a la altura”. 

Parece que la suerte es la única manera de conseguir una vivienda digna 

Cuando digo el precio de mi alquiler, la reacción más común es una mezcla de sorpresa y envidia. ¿Es un zulo? ¿Tienes habitación interior? ¿Está en ruinas? No, no y no. Lo conseguí en Idealista, como casi todo el mundo. Lo vi, escribí, me contestaron. Fui a verlo, me lo quedé. No tengo enchufe, ni soy amiga de la casera, ni me lo deja a ese precio por pena — que según como están las cosas, si conseguir un alquiler barato por pena fuese una opción, muchas venderían su alma al diablo con tal de no dejarse medio sueldo en el alquiler —.

Simplemente tuve suerte. Pero eso no debería ser la base del acceso a la vivienda. 

Cuando se menciona el derecho a la vivienda, no estamos hablando de un ático en Malasaña con terraza— ojalá —, estamos hablando de tener un techo, una ventana por donde entre la luz, con espacio suficiente para descansar, trabajar, cocinar, y ver Netflix los domingos — aunque soy más de HBO últimamente —. Estamos hablando de todas esas cosas que, en 2025, se han convertido en una especie de lujo. 

Hagamos girl-maths: los números no mienten 

Todo esto podría parecer — según quién lo lea— una opinión personal o un discurso basado en un par de vídeos de Tiktok,  pero el último Informe del Observatorio de Vivienda y Suelo del Ministerio de Vivienda refleja que, en la última década, los alquileres han subido un 95 %, mientras los salarios de los jóvenes apenas lo han hecho un 33 % — qué sorpresa —. 

¿El resultado? Destinar más del 40 % del sueldo al alquiler ya no es excepcional. Súmale luz, agua, internet, comida, transporte… Con lo que queda, ahorrar, estudiar, irnos de vacaciones o simplemente pagar al psicólogo para gestionar la ansiedad, se vuelve casi imposible. 

¿Por qué normalizamos lo que no es normal? 

A veces siento que nos hemos resignado. Pagar 700 € por una habitación sin ventana nos parece simplemente «caro», no inaceptable y denunciable. Vivir con miedo a una subida de alquiler o a que nos echen de nuestro piso sin previo aviso es un evento canónico — como decimos ahora la generación Z —. 

Pero no es una elección libre. Es una consecuencia estructural. Del mercado, de los sueldos, de la falta de vivienda pública, de cómo se legisla o precisamente de la falta de una legislación más garantista con el derecho a la vivienda.  

No escribo esto para presumir. Lo escribo porque me da rabia que algo tan básico se haya vuelto tan excepcional. Porque no debería ser motivo de orgullo propio o envidia sana del resto haber encontrado un alquiler digno: debería ser lo normal. 

Quiero que se hable más. Quiero que los datos sean noticia. Que se legisle para los que tienen una casa en propiedad, y también para los que solo queremos vivir en una por un precio razonable. Que dejemos de tratar el acceso a la vivienda como un asunto individual o como un “problema de jóvenes” que ya se pasará. 

Y, sobre todo, quiero que podamos vivir con un poco más de calma. Que compartir piso sea una opción, no una obligación. Que no necesitemos tener pareja para poder independizarnos. Que no tengamos que agradecer algo que, en realidad, debería ser un derecho. Y que, por qué no decirlo, aunque esté muy contenta con mi alquiler, mis compañeros de piso — y con las vistas desde mi salón —, yo lo que quiero es tener acceso a una vivienda para mí, y en un futuro, comprarme un piso sin tener que vender un riñón o esperar a que me toque el Euromillón  — a lo que nunca juego ni jugaré —. Pero esto ya da para un par de páginas más. 

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