Fobias modernas: FOMO o miedo a no estar al día en redes y su impacto psicológico
¿Y si el verdadero miedo no es perderte un plan, sino quedarte atrás en Instagram o TikTok? Las nuevas fobias digitales nos dicen mucho sobre ansiedad y autoestima.
Dejar Instagram parece la nueva terapia de moda. Pero, más allá de este gesto que puede parecer algo frívolo, encontramos una dura realidad. Una adicción a las redes sociales y un sentimiento de ansiedad ante una hiperconexión que no vimos venir. Hemos caído en sus redes, nunca mejor dicho, y con ellas también hemos abierto la puerta al hate, la superficialidad, el “postureo” y la necesidad de estar 24/7 pegados al móvil para no quedarnos atrás.
Para entender mejor cómo nos afecta todo esto, hemos hablado con Paula Cabal, Gema García y Júlia Martí, tres psicólogas que nos han explicado por qué ocurre esto, cómo gestionar el hate y qué nos dice esto sobre nuestra sociedad, entre otros temas.
Fobias modernas: los nuevos miedos de la era hiperconectada
En el informe “Impacto del aumento del uso de internet y las redes sociales en la salud mental de jóvenes y adolescentes”, del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad, se recogen datos muy interesantes sobre este tema. Por ejemplo, que un 44,6% de los participantes reconocen que el uso de las redes sociales les quita tiempo de estudio o que un 33% de niños entre 12 y 16 años tienen un alto riesgo de hacer un uso compulsivo de servicios digitales.
Nos hemos dejado seducir por las cuerdas de las redes sociales y, casi sin darnos cuenta, nos hemos quedado atrapados en su tejido. La adicción a las redes sociales es uno de los problemas de nuestros días: la ansiedad ante la posibilidad de perdernos lo que ocurre en Instagram o TikTok o la comprobación continua de aplicaciones como WhatsApp se han convertido en fobias modernas en las que el FOMO tiene mucho que ver.
FOMO, ¿qué es y cómo evitar que nos afecte?
El FOMO (Fear of Missing Out) se traduce literalmente como el miedo a estar ausente, a perdernos algo. Hemos hablado de ello con la psicóloga Paula Cabal, quien nos explica que el FOMO es “la ansiedad por no estar, por no mostrarse, por quedarse atrás. No es más que la versión moderna de un miedo ancestral: el de no pertenecer. La paradoja es que mientras más intentamos estar presentes en las redes, más ausentes nos volvemos de nuestra vida real; mientras más queremos formar parte de todos los planes, más desconectados estamos de nuestras verdaderas necesidades. Por eso es tan importante poner límites, elegir conscientemente qué mostramos, desde dónde lo hacemos y qué necesitamos realmente”.
Ante la pregunta de por qué muchas personas pueden llegar a sentir ansiedad a causa de las redes sociales, Cabal aclara que “las redes sociales no solo entretienen: también modelan nuestra identidad. Vivimos expuestos a un flujo constante de estímulos que nos invitan a compararnos, a rendir cuentas, a demostrar que existimos. Y eso tiene un coste altísimo para la salud mental”.
Y aquí la personalidad tiene mucho que decir. “Los expertos en personalidad ya vienen tiempo señalando que la patología identitaria predominante en la sociedad hipermoderna son los trastornos límites y narcisistas. Las redes sociales son un espejo muy franco de las características de la hipermodernidad: la inmediatez, la prisa, la fragmentación, la cultura del “yo”, la falta de profundidad… Esto favorece identidades poco integradas que se construyen desde fuera, no desde dentro. Las redes se convierten, por ende, en un mecanismo que regula nuestra frágil autoestima, en una falsa ilusión de conexión con el otro, en el medio a través del que sentirnos vistos o sentidos… y, sin embargo, buscamos incansables esto en ellas mientras nos desconectamos profundamente de nosotros mismos”, apostilla Cabal.
Por su parte, la doctora Gema García también nos explica que “las redes sociales activan mecanismos que pueden derivar en ansiedad a través de diversas vías:
- La comparación social: estamos casi permanentemente comparándonos con personas que muestran sólo una parte de su realidad y además la mayor parte de las veces distorsionada a través de filtros, sesgos o retoques. Creer que lo que vemos es la realidad puede llevar a sentirnos constantemente insatisfechos o insuficientes
- La necesidad de validación externa: el uso excesivo de las redes sociales puede hacer que dependamos de los likes como fuente de validación y seguridad. Sentimos que, si lo que mostramos no recibe la aprobación esperada, no somos suficientes y a veces pagamos precios demasiado altos para conseguirlos. Esta búsqueda constante de aceptación puede llevarnos a mostrar solo versiones perfectas de nosotros mismos, alejándonos de la autenticidad y aumentando la sensación de vacío o desconexión. Además, esa dependencia de la mirada externa erosiona la autoestima y nos hace más vulnerables a la ansiedad o la comparación
- La desconexión de nuestra propia vida: el tiempo que pasamos en redes sociales puede desconectarnos de nuestra propia vida. Al principio, puede resultar reforzante: entramos a Instagram y nos distraemos de nuestros problemas. Pero a medio y largo plazo, lo que evitamos sentir o mirar sigue presente, y esa evasión puede aumentar las ganas de escapar nuevamente, creando un círculo vicioso que, en muchos casos, termina alimentando la ansiedad”.
El terror de “quedarse atrás”: Instagram, TikTok y ansiedad social
Al preguntar a la psicóloga Júlia Martí sobre la ansiedad social de “quedarnos atrás” en redes sociales, la doctora coincide en que “la sensación de quedarnos atrás surge de comparar nuestra vida con lo que otros muestran, no con lo que realmente viven. En redes, vemos versiones editadas de la realidad, pero nuestro cerebro las interpreta como verdaderas”.
«Necesitamos preguntarnos qué necesitamos nosotros, no qué están haciendo los demás»
Pero, ¿cómo podemos lidiar con ello? La psicóloga considera que “para lidiar con esta ansiedad, necesitamos recuperar la conexión con nuestro propio ritmo vital: preguntarnos qué necesitamos nosotros, no qué están haciendo los demás. Reducir el consumo consciente (silenciar cuentas que nos generan malestar, limitar el tiempo de uso) ayuda, pero el cambio real ocurre cuando dejamos de medir nuestro valor en función de la visibilidad y lo volvemos a situar en la autenticidad”.
Señales de que tu relación con las redes ya no es sana: hablemos de hate
Vemos con relativa frecuencia casos de personajes populares que deciden dejar las redes sociales durante una temporada más o menos larga. Por ejemplo, Fabiana Sevillano se cerró TikTok, María Escarmiento se fue de Twitter (ahora X), cada verano vemos hordas de influencers que dejan de publicar durante unas semanas con la excusa de “desconectar para conectar”.
Todo esto esconde un reflejo de la situación que estamos pasando actualmente como sociedad. Las redes sociales no solo son un pozo sin fondo de horas que nos hacen perder el tiempo, también, la cuna de problemas de autoestima, pérdida de la conexión con la realidad y hate. Mucho hate.
Precisamente del hate nos hablan también las psicólogas Paula Cabal y Gema García. ¿Cómo podemos lidiar con él para que no nos afecte en nuestra vida “normal”?
El problema llega al darle a las redes el poder de otorgarnos nuestro propio valor personal “en este contexto tan egocentrado, el otro se convierte fácilmente en un objeto: alguien que valida o amenaza mi valor personal. Desde ahí, el odio, la crítica o el juicio se vuelven mecanismos de defensa frente a la propia inseguridad. Por eso, más que tomarnos el hate como algo personal, deberíamos mirarlo como un problema social: una manifestación colectiva de malestar. Como terapeutas, sabemos que quien ataca, sufre. Por supuesto, quien es atacado, también”, explica Cabal.


Para la doctora, aquí se hace imprescindible “distinguir entre la mirada del otro y nuestra propia voz interna. Las redes pueden amplificar tanto la opinión ajena que, si no cultivamos silencio interior, acabamos viviendo pendientes de una aprobación que nunca nos sacia. Por eso es tan importante practicar la desconexión consciente: cerrar la pantalla, volver al cuerpo, respirar, tocar la tierra firme de la vida real”.
Y, más allá de eso, “también mirarnos con honestidad cuando algo en redes nos incomoda o nos remueve. Preguntarnos qué hay de nuestro en eso que nos molesta, qué herida, miedo o deseo está señalando. Porque muchas veces lo que juzgamos fuera es solo un reflejo de algo que dentro aún necesita ser mirado con ternura”.
Una posición similar respecto al hate muestra la psicóloga García, quien explica por qué en redes es más fácil soltar odio contra otra persona: “las redes sociales traen consigo una exposición constante que, a menudo, va acompañada de una cierta deshumanización: nos resulta más fácil desconectarnos de los sentimientos de alguien cuando está al otro lado de la pantalla. Recibir odio en este contexto activa los circuitos del dolor social, ya que se activan las mismas áreas cerebrales que cuando sufrimos un daño físico. Esto ocurre porque amenaza necesidades humanas fundamentales, como la pertenencia y el reconocimiento”.
Y aunque sea muy fácil escribir un mal comentario en redes “cuando interaccionamos con otros tenemos que ser conscientes de que las palabras también hieren, que podemos tocar heridas que la persona ya tiene (relacionadas con la inseguridad o la vergüenza) o generar nuevas. Por eso, cultivar la empatía digital es fundamental: sería ideal poder detenernos antes de comentar, pensar en cómo podría recibir la otra persona lo que vamos a decir y preguntarnos si aporta algo constructivo. Detrás de cada pantalla hay una persona con su historia, sus emociones y su sensibilidad. Cuidar nuestro modo de comunicarnos es una cuestión de salud mental colectiva”.
Estrategias para soltar la presión
La reflexión que nos lanza la doctora Paula nos parece muy interesante: “no se trata de vilificar las redes, sino de aprender a habitarlas sin perderse en ellas”. Volver a tener una relación sana con ellas y “aprender que el gran reto hoy en día es habitar nuestras vidas fuera de la pantalla con consciencia y coherencia para que no sea necesario ir a llenar nuestros vacíos a las redes sociales”.
Aquí, es interesante echar mano de las herramientas de Bienestar Digital con las que cuentan nuestros móviles. Podemos establecer temporizadores por horarios o por tiempos en aplicaciones concretas para minimizar el tiempo que pasamos en ellas. Volver a un “móvil tonto” también es otra de las herramientas que cada vez están más de moda. Y sin duda es muy efectivo.
Poner límites también es muy importante y es algo que la psicóloga Gema García también nos recuerda. “En nuestra vida fuera de redes, podemos ver claramente la necesidad de poner límites y protegernos de las personas que nos dañan gratuitamente. No hablo de quienes nos critican de forma constructiva sino de quienes nos humillan, atacan y cuestionan a sabiendas de que están infringiendo dolor”.
¿Qué podemos hacer entonces? García explica que “sería importantísimo poner estos mismos límites en redes sociales: bloquear a las personas que vierten odio en sus interacciones, denunciar los ataques recibidos y filtrar bien a quién seguimos y a quién dejamos entrar a nuestra casa digital”.


Y, por supuesto, entender quienes somos más allá de las redes. “También es interesante recordarnos que lo que otros digan de nosotros no nos define, al revés; lo que alguien expresa y cómo lo hace, habla más de esa persona que de nosotros. Por último, pero no por ello menos importante, me parece fundamental recordar la importancia de que cuidemos nuestros vínculos fuera de Instagram o TikTok. Las relaciones digitales pueden aportarnos muchas cosas, pero nunca deberían sustituir a las relaciones reales”, concluye la psicóloga.
Finalmente, Cabal pone sobre la mesa un tema igualmente muy importante: el hecho de que “no podemos normalizar el odio ni la violencia verbal solo porque ocurre detrás de una pantalla. Hay comentarios que no son una opinión, son una forma de agresión. Nombrarlo y denunciarlo también es una forma de cuidar (de cuidarnos) y de poner límites sanos. Las redes necesitan más empatía, más respeto y más conciencia de cómo relacionarnos de forma sana.”.
¿Qué nos dicen estas nuevas fobias sobre nuestra generación?
Hemos preguntado a la doctora Júlia Martí acerca de lo que implican estas fobias modernas, como el FOMO, en nuestra sociedad y qué nos dicen sobre ella. Martí tiene claro que “nos muestran una generación hiperconectada pero profundamente insegura. Buscamos validación constante porque vivimos expuestos al juicio ajeno, y hemos confundido la conexión con la comparación. Estas ‘fobias digitales’ son el reflejo de un miedo más profundo: no ser suficientes, no ser vistos y no pertenecer”. Es decir, “hablan de una generación que ha aprendido a mostrarse antes que a sentirse, y que necesita reaprender la intimidad, el silencio y el tiempo fuera de pantalla para recuperar su centro”
¿Y cómo afecta esto a la psicología? Antes de finalizar nuestra entrevista, Cabal ha querido explicar que “la psicología no vive ajena a todo esto. La sociedad hipermoderna también ha transformado nuestra profesión. El boom de la salud mental tras la pandemia ha traído cosas muy positivas (más conciencia, más apertura), pero también una consecuencia preocupante: una crisis de referentes en psicoterapia”.
Seguro que sabes a lo que se refiere. “Hoy en día asistimos a una auténtica explosión de contenidos sobre psicología en redes sociales. Muchas de esas cuentas nacen desde la buena intención de acercar la salud mental al público, pero a menudo lo hacen sin el rigor, la formación o la experiencia que esta disciplina exige. En ese ruido constante, se diluyen los límites entre la psicoterapia y el marketing emocional: mensajes simplistas, frases motivacionales y consejos de consumo rápido que poco tienen que ver con la complejidad, la profundidad y el tiempo que requiere un verdadero proceso terapéutico”, recuerda Paula.
Y el problema es que “esto genera confusión, banaliza la profundidad del trabajo terapéutico y puede incluso dañar a personas vulnerables. Pero también supone un peligro para los jóvenes psicólogos, que buscan modelos a seguir en redes y se encuentran con referentes que son más influencers que terapeutas. La psicoterapia es un oficio de profundidad, de tiempo, de proceso. No cabe en un carrusel de Instagram. Y aunque entiendo que la divulgación es necesaria, necesitamos más rigor, más ética y más honestidad para que la salud mental no se convierta en un producto más del mercado digital”.


























