La otra Navidad: la sobrecarga (invisible) de las mujeres en las fiestas
¿Te has fijado que en estas fiestas el peso de las tradiciones recae de manera desproporcionada sobre las mujeres?
Hablar de Navidad es imaginar reuniones familiares, mesas repletas de dulces típicos, brindis, luces, regalos… Sin embargo, a la sombra de esta estampa idílica se esconde una realidad que no se contagia de la magia de las fechas: la carga, tanto física como mental, de las mujeres en estas celebraciones. Desde planificar las cenas y comidas hasta decorar la casa y comprar (o pensar) los regalos, estas tareas recaen mayoritariamente sobre nosotras.
Decidir el menú, hacer la compra, poner el árbol, montar una mesa bonita, coordinar horarios y mantener un ambiente armonioso. ¿No es demasiado?
Mientras muchos hombres -de la edad que sea- disfrutan de las horas previas a la cena de Nochebuena o Nochevieja brindando con amigos, adivina quién está en la cocina. O poniendo la mesa. O preparando las bandejas de dulces. Esa persona -o personas- también ha decidido qué habría sobre la mesa ese día, ha ido a la compra, ha calculado los tiempos, las cantidades. Que a no sé quién no le gusta el queso. Que esta otra es vegetariana. Que aquel no puede comer frutos secos.
El problema no se limita al trabajo físico: organizar las fiestas, que, por cierto, no siempre es un trabajo agradable, también requiere un esfuerzo mental y emocional. De hecho, según una encuesta de Procter & Gamble, tres de cada cuatro mujeres en España experimentan esta carga mental, aunque casi la mitad no reconoce el concepto.
El 71% de las mujeres que sufre carga mental lo atribuye a estar al frente de las tareas domésticas, que incluyen la logística, la planificación, la coordinación y toma de decisiones en los hogares. Solo un 12% dice padecer esta carga mental.
Las mujeres asumen la responsabilidad de garantizar que todxs se sientan incluidxs y satisfechxs, mientras que los hombres, en muchos casos, no sienten que esto vaya con ellos. Este desequilibrio refuerza los roles de género tradicionales y perpetúa la desigualdad.
Una ¿tradición? que urge cuestionar
Para muestra de la carga mental en Navidad, un botón: Ana (39) sabe muy bien lo que es la discriminación por razón de sexo de puertas para dentro de su propia casa desde bien pequeña. Su familia es extensa y, durante toda su vida, se han reunido para celebrar las fiestas en la casa de la matriarca, su abuela. Es la mayor de los primos, por lo que fue la primera en empezar a ayudar con las tareas de casa en estas reuniones. “Me di cuenta de que pasaban los años y yo seguía poniendo la mesa y demás, pero ni mi hermano (un año menor) ni mis primos lo hacían. No me pareció raro entonces, era como una tradición”, explica. Sin embargo, cuando su prima cumplió esa edad de poder echar una mano, sí lo hizo.
Lo compartió con su madre, que le pidió que no dijera nada para no enfadar a su abuela. Así que así siguieron, ella y su prima, poniendo la mesa y ayudando mientras su hermano y el resto de primos veían la tele, ajenos a todo.
Ya de mayor, Ana empezó a observar esta distinción con más detalle. Se dio cuenta de que, efectivamente, su madre y sus tías trabajan como hormiguitas para que todo esté a punto. Son ellas quienes hacen la compra, ponen el árbol, se encargan de hacer los menús, recogen la mesa.
Los hombres solo tienen como tarea encargar el vino. Además, cada año hay una intervención masculina estelar: uno de sus tíos, que presume de cocinar muy bien, se encarga de uno de los platos. De elaborarlo, claro. Sus tías son quienes compran los ingredientes que necesita y ponen a su disposición todo aquello que le pueda hacer falta en la elaboración (desde cazuelas a la sal). Por supuesto, es el plato más elogiado, el que parece lucir más, tener más mérito.
Hace unos años, Ana decidió empezar su pequeña gran revolución. Sabía que sería difícil que las dinámicas cambiaran por completo, así que propuso que, simplemente, cada uno se encargara de fregar su copa. “Somos muchos y el resto de platos, cubiertos y vasos se meten en el lavavajillas, pero las copas hay que lavarlas a mano y se tarda mucho, claro”, argumenta.
Algo tan simple provocó la indignación en la parte masculina de su familia: ¿cómo que fregar si nunca lo habían hecho? “Algunos llegaron a pagar a otros miembros de la familia para que lo hicieran por ellos y otros mantuvieron la misma durante días. Todo por no fregar una copa”, concluye.
Leer este relato nos puede sorprender (e indignar), pero lo cierto es que, si nos paramos a pensarlo un momento, nos damos cuenta de que hemos crecido viendo cómo las mujeres cocinaban y recogían mientras los hombres se relajaban o socializaban tranquilamente.
Estos estereotipos, que nos acompañan en nuestro día a día, no cogen vacaciones por Navidad. Al revés: para muchas mujeres estas fechas suponen mucho trabajo y mucho estrés para que otras personas disfruten, para que todo salga bien. Este sobreesfuerzo tiene repercusiones, claro: según un estudio europeo de 2023, el 9,5% de las mujeres reportan altos niveles de conflicto entre su carga laboral y familiar, comparado con el 6,5 % de los hombres. Este desequilibrio también afecta la salud mental, lo que aumenta el riesgo de ansiedad y depresión.
¿Podemos romper con los roles sexistas y la carga mental en Navidad?
El primer paso para avanzar hacia una Navidad más igualitaria es visibilizar la carga mental en Navidad y considerarla un trabajo real: reconocer su valor puede ser el punto de partida para empezar a repartir responsabilidades (o al menos, a hablar de ello) e involucrar a todos los miembros de la familia desde pequeñxs (como el caso de Ana) tanto estos días como el resto del año. Porque, si solo hablamos de repartir tareas en fechas concretas, nos quedamos igual.
También podemos reflexionar acerca de las representaciones tradicionales de estas fiestas tanto en las costumbres familiares como en la publicidad o en los medios de comunicación y defender una educación en igualdad.
Romper con los roles de género tradicionales no es sencillo, pero cada pequeño cambio puede ponernos un poco más cerca de esas navidades más igualitarias: no comprar juguetes sexistas, participar en TODAS las tareas (desde la elección del menú hasta la de los regalos, cuidados, etc.) e intentar no adoptar actitudes pasivas que ayuden a mantener lo que son privilegios son buenos ejemplos para transformar la Navidad en un concepto más justo.