El reto de educar a un hijo y a una hija: así lo hemos vivido en primera persona

Educar en feminismo e igualdad es toda una aventura, especialmente si en casa conviven un niño y una niña. Te contamos nuestra experiencia

mayo 12, 2022 Escrito por Isabel Sauras

Redactora de Bloom especializada en salud femenina, cultura y estilo de vida. Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad CEU San Pablo de Madrid.

Revisado por el equipo de expertas de Bloom, plataforma especializada en salud femenina.

Cuando emprendes la aventura de tener hijos, sueles imaginar cómo serás como madre, cómo te comportarás con tus hijos en diferentes situaciones y cómo afrontarás sus alegrías y sus decepciones o sus relaciones con los demás. Casi siempre te ves a ti misma como una madre muy guay, capaz de educar en feminismo, que nunca gritará a sus hijos, ni les castigará, ni les dejará ver la televisión sino es para aprender inglés y que tampoco les prometerá cosas que después no va a cumplir. 

Por supuesto, cuando empecé a imaginarme en el papel de madre, tuve claro que sería tolerante si mis hijos no se ajustaban a los estándares preestablecidos por la sociedad en cualquier momento de su vida y que los iba a educar en la absoluta igualdad y en el respeto, fueran del sexo que fueran. Después llega la vida, con todas sus circunstancias y, casi siempre, te quita la razón. 

Soy madre de un niño y una niña y me encantaría empezar este post diciendo que no he encontrado ninguna diferencia a la hora de educarlos, pero me temo que las cosas no son exactamente como yo pensé que serían. 

He hablado con un montón de padres y madres de mi entorno que tienen hijas e hijos y todos coinciden en lo mismo: a priori no debería haber diferencias entre ellos, pero todos las notamos en algunos aspectos de nuestro día a día. 

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Son, casi siempre, pequeños detalles más que grandes diferencias, pero tengo claro que el contraste responde al contexto cultural y social en el que vive cada familia. Allá donde el machismo sigue siendo el rey de la casa, las niñas quedan siempre en segundo plano, pero, donde la igualdad es la que preside la mesa, los hijos y las hijas se educan con las mismas oportunidades.  

Vaya por delante que escribo este artículo desde el más absoluto respeto por todas las familias y los educadores y desde la premisa de que la vida no es nada fácil para los padres de mi generación.

Educar en feminismo: ¿son iguales los niños y las niñas cuando nacen?

Generalizar es siempre un error y una injusticia y en Bloom tenemos claro que los estereotipos están ahí para que alguien los rompa. Partiendo de esa base, es cierto que las condiciones físicas inherentes al sexo predisponen a los hijos a algunos comportamientos y a algunas habilidades determinadas, pero la mayoría de los clichés a los que se ven sometidos los niños vienen determinados por el ambiente que les rodea. 

Hasta hace no tanto tiempo, las aficiones o los gustos estaban preestablecidos desde el nacimiento y ninguna familia aceptaba con gusto que sus hijos se salieran de “lo normal” a la hora de jugar y relacionarse con los demás. 

Así, desde siempre, se ha considerado acertado que los niños se decantasen por jugar con coches, armas y pelotas y que sus actividades favoritas fueran las de más acción. En cambio, en las niñas, lo adecuado era jugar con muñecos y juguetes de imitación como cocinitas o artículos médicos. Sus actividades se han encuadrado siempre en el marco de la creatividad y la calma. Las nuevas generaciones tienen suerte. Afortunadamente, hoy es normalísimo que las niñas practiquen fútbol y los niños bailen.

Partiendo de la base de que cada niño tiene su propia personalidad y sus gustos y unas aptitudes físicas y psicológicas más adecuadas para una actividad determinada, tengo que decir que, para mi asombro, en el caso de mis hijos los roles se han ceñido bastante al estándar.

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Las nuevas generaciones tienen suerte. Afortunadamente, hoy es normalísimo que las niñas practiquen fútbol y los niños bailen.

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Siempre hubo (y perdura) una predisposición clara de mi hijo a juegos de acción y a actividades mucho más físicas. Juega al baloncesto, hace judo y, cuando celebra su cumpleaños con sus amigos, prefiere hacer algo al aire libre donde se pueda correr, saltar y expandirse. Además, desde que nació, mi hijo tuvo al alcance de su mano todos los juguetes de su hermana, bastante femeninos, por cierto, y nunca les hizo mucho caso. Sus intereses siempre han sido otros. 

Por el contrario, mi hija siempre ha sido más artista y creativa y se ha inclinado por actividades como el ballet, la música o el dibujo. Aunque, por supuesto, también ha practicado, y practica, otras actividades más dinámicas que también se le dan fenomenal y le gustan. Solo digo con esto que siempre la hemos visto más cómoda desarrollando actividades más calmadas. 

Desde casa, lo ideal es fomentar que los niños prueben todo tipo de actividades, salgan de su zona de confort y se pongan a prueba continuamente con aquello que, de primeras, no les seduzca demasiado. Sin juicios previos y desde la normalidad. Solo así es posible encontrar lo que verdaderamente les gusta y se les da bien.

Ser niña o niño en el colegio y en la sociedad

La sociedad está mejorando en este sentido, pero todavía está muy presente la huella del patriarcado, y es normal que eso afecte a la personalidad de los niños y niñas de hoy día. Trabajar para minimizar esta brecha es fundamental para avanzar hacia una sociedad más igualitaria en el futuro. 

Los mensajes que transmitimos en casa deberían ser iguales que los que reciben nuestros hijos en el colegio. Especialmente a partir de Primaria (6-7 años), cuando los niños realmente forjan sus valores y su personalidad. Muchas veces, las familias tenemos la posibilidad de elegir un centro educativo con el que nos sentimos afines en cuanto a valores y formas de enseñar, pero lo cierto es que, aunque el centro marque las directrices, nuestros hijos están en horario escolar con personas con sus ideas y sus métodos, y eso a veces puede convertirse en un problema. 

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En principio, la educación que reciben nuestros hijos es igualitaria, si hablamos de libros, deberes y exámenes, pero ¿qué pasa con los valores? 

Aún en los colegios con más visión de futuro, existe todavía un problema que a veces pasa desapercibido, pero que deja un poso de desigualdad en las siguientes generaciones. Y es que apenas aparecen referentes femeninos en los libros, como si las personas que cambiaron el mundo y merecen ser estudiadas solo hubieran sido hombres.

Las cosas cambian, pero hay desigualdades que siguen presentes. 

Mucho se ha hablado de la diferente predisposición de los niños y las niñas por algunas materias escolares, pero está demostrado que esta teoría no tiene fundamento: los niños no son mejores en ciencias ni las niñas en letras, ni ahora ni nunca. 

Cada uno de mis hijos tiene preferencia por un tipo de materia y se les da mejor, pero en ningún caso eso está relacionado con su género. Otra vez, estos estereotipos no son sino una respuesta a lo que marca nuestro contexto social y nuestra herencia cultural.

La importancia del ejemplo en casa, ¿cómo ser un buen referente para nuestros hijos? 

Los niños se miran en el espejo de los adultos que tienen más cerca, eso es así. Si en casa todos repartimos tareas por igual, trabajamos por igual y no hay diferencias de responsabilidad entre nosotros, los niños construirán en el futuro sus familias desde esos cimientos.

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Si en casa, en cambio, papá llega de trabajar y mamá se ocupa de todo o al revés, no hay igualdad tampoco a la hora de tomar las decisiones o establecer las normas y alguien es menos que el otro, probablemente en el futuro cueste reconducir esos comportamientos.

Desde luego, no es nada fácil (de hecho, me parece imposible) actuar desde la ejemplaridad siempre. No somos perfectos y no deberíamos culpabilizarnos por cometer errores delante de nuestros hijos. De nuestros errores aprendemos todos, ellos y nosotros. 

Ser la mejor versión de ti mismo para tus hijos implica no solo palabras, sino también acciones.

No menospreciar a los demás y hablar en casa de la gente desde el respeto, fomentar el diálogo y el perdón en lugar de la revancha o la violencia y considerar las tareas de la casa un trabajo de todos: todo eso hará que los niños crezcan en la tolerancia. 

Y algo que me parece muy importante destacar es el hecho de que muchas veces los padres hablamos de nuestros hijos delante de ellos sin ningún pudor, como si no estuvieran, y no somos conscientes de lo que esas palabras les pueden marcar. Lo que los demás dicen de ti puede cambiar el rumbo de tu vida. Es fundamental respetar la individualidad de cada niño y aceptar a tus hijos tal y como son, con lo bueno y con lo malo.

¿Y qué pasa con esas diferencias cuando llega la adolescencia? 

Creo que aquí está el quid de la cuestión. Mientras los niños son pequeños, las diferencias entre ellos son menos obvias. Los dos géneros interactúan con mucha normalidad y se tratan de igual a igual. Pero cuando llegan la preadolescencia y la adolescencia, se abre un abismo entre los niños y las niñas porque sus diferencias se hacen mucho más notables. 

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La adolescencia es, sin lugar a dudas, la época más conflictiva para unos padres que se preocupan por la educación de sus hijos. Es en esa etapa cuando, en casa, vemos las diferencias entre los niños y las niñas de una forma más evidente. A saber:

  • Desarrollo dispar

    Las niñas se desarrollan mucho antes que los niños, con todo lo que eso conlleva.

  • Sus referentes

    Ya no son sus padres ni sus profesores, sino cantantes, deportistas, actores, influencers o youtubers, y no siempre son personas ejemplares que apuesten por la igualdad y el respeto. Tanto niños como niñas son conscientes, por primera vez, de las diferencias que la sociedad establece entre los hombres y las mujeres y se posicionan según estos cánones. Las redes sociales se convierten en la adolescencia en un arma de doble filo. 

  • Carácter

    Con el subidón de hormonas, las niñas tienden a sentimientos de tristeza y a la baja autoestima, mientras que la testosterona arrastra a los niños a adoptar un tono más duro, incluso agresivo en el trato con los demás.

  • Relaciones con sus iguales

    Las niñas prefieren hablar y pasan mucho tiempo con sus amigas compartiendo inquietudes. Los niños, en cambio, tienden mucho mucho menos a hablar y más a pasar tiempo desarrollando actividades con sus amigos (deporte, videojuegos…). 

  • Relación con los padres

    En general, las niñas siguen relacionándose igual con sus padres, aunque se vuelven más reservadas. Los niños tienden a confiar solo en la persona que se muestre más comprensiva y empática con ellos. Hay que hacer un esfuerzo grande para no perder la comunicación: en la adolescencia, una conversación sincera es oro. 

  • Aspecto físico

    Las niñas priorizan su aspecto desde muy pequeñas, pero cuando llega la adolescencia ese interés se acrecenta mucho más. Para una adolescente es importante verse guapa y su autoestima suele ir ligada a la ropa que lleva y a cómo le sienta. Cierto es que los niños también se preocupan por su físico, pero en casa se vive de una manera muy diferente esta etapa en los niños y las niñas.

  • Relaciones sexuales

    En mi caso y en mi sondeo a padres de hijos e hijas adolescentes, se hace evidente que tanto los padres como las madres tenemos una preocupación mucho más grande por las niñas cuando empiezan a salir de noche y se relacionan sexualmente por primera vez que por los niños.

Puede que se trate de algo irracional, que responde solamente a una herencia cultural, o puede que responda al hecho de que las mujeres siguen estando indefensas ante algunos hombres. El caso es que la preocupación no es algo que podamos evitar y se hace evidente que, en esto, nuestros hijos no son iguales a nuestros ojos. Educar en feminismo e igualdad, confirmamos, es todo un reto.

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