
Ser madre en 2025: entre la autoexigencia millennial y los embarazos más allá de los 40
En 2025, la maternidad se redefine: mujeres millennials que se enfrentan a su autoexigencia, mientras aumenta la tendencia de embarazos a partir de los 40.
Atrás quedaron las ideas preconcebidas sobre la maternidad. Vivimos una nueva era de la maternidad con un panorama muy complejo y en constante evolución. Las mujeres millennials (aquellas nacidas entre 1981 y 1996) se encuentran con una nueva realidad en la que el momento de tener hijos se choca de frente con sus flamantes carreras profesionales, su voluntad de desarrollo personal y los desafíos económicos que brinda la era que les ha tocado vivir. Esta situación empuja en muchos casos hacia los embarazos a partir de los 40 y ese fenómeno también plantea nuevas consideraciones médicas y sociales.
Andrea Vicente, psicóloga general sanitaria centrada en la corriente cognitivo conductual y especialista en relaciones de pareja, nos ayuda a explorar las distintas facetas de la maternidad en 2025, desde la necesidad de perfección de las mujeres de la generación millennial, hasta las implicaciones de los embarazos a edades más avanzadas, abordando tanto los desafíos como las estrategias para afrontarlas.


¿Cómo son las madres millennial?
Las mujeres millennials han crecido en un entorno que valora mucho (probablemente demasiado) la productividad, la autoexigencia y la validación de la sociedad. Las redes sociales, el culto a la belleza, el universo laboral… Estas características laborales y personales se trasladan a su experiencia como madres, obligándolas a buscar, en muchos casos, ser perfectas en todos los aspectos de su vida: madres presentes, informadas, emocionalmente disponibles, en forma, actuales, independientes, activas y 100% exitosas, sin margen de error.
La maternidad millennial está profundamente marcada por la búsqueda de la perfección y la autoexigencia. Muchas mujeres llegan a la maternidad después de haberse formado a tope, trabajado duro y haber construido una identidad basada en el alto rendimiento. De pronto, al convertirse en madres, ese mismo patrón se traslada: quieren hacerlo perfecto, explica la psicóloga Andrea Vicente.
Son expertas en porteo, lactancia, crianza responsable y pediatría al mismo tiempo que dominan varios idiomas, triunfan en su vida social, laboral y personal, van a conciertos, siguen las tendencias de la moda y enseñan en Instagram sus viajes y su vida (casi) idílica. “Esta autoexigencia puede generar un nivel de presión insostenible, convirtiendo lo que debería ser un espacio de vínculo y amor en una carrera agotadora. Desde la psicología, se observa un aumento del agotamiento emocional, la ansiedad y la sensación de fracaso o inadecuación”, agrega la experta.
Además, se da la circunstancia de que muchas mujeres millennials crían a sus hijos lejos de las redes tradicionales de apoyo, como abuelas o comunidades cercanas. Esta maternidad más individualista puede derivar aún más en una sensación de soledad y sobrecarga. «Criar sin tribu es criar con una sobrecarga invisible que pesa muchísimo. La soledad, la falta de relevo y la ausencia de espacios donde compartir dudas sin ser juzgadas pueden derivar en agotamiento, ansiedad o incluso depresión posparto«, asegura Andrea Vicente.
“Esta autoexigencia puede generar un nivel de presión insostenible, convirtiendo lo que debería ser un espacio de vínculo y amor en una carrera agotadora»
Andrea Vicente, psicóloga general sanitaria centrada en la corriente cognitivo conductual y especialista en relaciones de pareja
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¿Cómo cambia la forma de ser madre a partir de los 40?
Según los datos más actualizados del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2023, la edad media para tener el primer hijo en España fue de 31,5 años, mientras que la edad media general de maternidad alcanzó los 32,6 años. Además, el 10,8% de los nacimientos correspondieron a madres de 40 años o más, lo que representa un aumento respecto al 6,8% registrado en 2013. Los datos demuestran que cada vez tenemos menos prisa en ser madres.
Como punto positivo, señala la psicóloga, la maternidad a partir de los 40 años suele estar acompañada de un mayor nivel de conciencia y estabilidad emocional. Muchas mujeres que son madres en esta etapa han recorrido un camino vital que les permite vivir la maternidad desde un lugar más reflexivo y menos impulsivo.
Sin embargo, también existen desafíos emocionales asociados a esta etapa, como la presión del «tiempo biológico», el miedo al juicio social o médico y la culpa por no haberlo hecho antes. En los casos en los que la maternidad llega después de procesos largos o complejos, como tratamientos de fertilidad, puede vivirse con una carga emocional muy intensa. Por eso, es fundamental acompañar estos procesos con una mirada compasiva, reconociendo que no hay una verdad absoluta porque cada mujer tiene su propio ritmo, su propia historia y su manera única de vivir la maternidad.


La culpa y la maternidad contemporánea
Sin duda ninguna, la culpa es una constante en el día a día en la maternidad actual, un problema que acosa a todas las mujeres. Las madres actuales nos sentimos culpables por trabajar, por no trabajar, por tener tiempo para nosotras, por no tenerlo, por llegar tarde y también por no disfrutar de cada segundo. Esta culpa aparece de forma inevitable cuando hay una distancia entre lo que hacemos y el ideal inalcanzable que sentimos que deberían cumplir. «La culpa está tan presente en las madres de hoy que a veces se confunde con el amor: parece que, si no sentimos culpa, no lo estamos haciendo bien con nuestros hijos».
Para desactivar esta culpa maldita, es necesario reconocerla y entender de dónde viene: ¿es una exigencia interna? ¿es un mandato cultural? ¿es algo que me dijeron que ‘debería’ sentir para ser una buena madre? ¿existen las madres y las familias perfectas? ¿me creo todo lo que veo en Instagram? Después, es el momento de cambiar nuestro diálogo interno. Ser madre no significa hacerlo todo perfecto ni ser perfectas en todo, sino estar presentes de forma suficientemente buena, como decía el pediatra y psiquiatra Donald Woods Winnicott. Dar amor, sostener y reparar cuando nos equivocamos. Toma nota: la culpa, cuando se cronifica, no educa, sino que paraliza.
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La importancia de las redes de apoyo en la maternidad moderna
Criar en soledad no es solo duro, es insostenible. A diferencia de las generaciones de nuestras madres y abuelas, las mamás de hoy nos enfrentamos a la crianza muchas veces sin el acompañamiento cercano de nuestras familias, independientemente de que podamos contar con un gran apoyo por parte de la pareja. Esta desconexión con las redes tradicionales no solo implica una carga logística aún mucho más pesada, sino también una pérdida emocional que va calando gota a gota: ya no hay relevo ni escucha ni espacios donde poder compartir cómo nos sentimos sin filtros.
Andrea Vicente da mucha importancia a cómo esta situación repercute en la salud mental de las madres: “La falta de red de apoyo puede derivar en una sensación de aislamiento muy profunda”, indica.
Aunque la red de abuelas o vecinas que colaboraban en la crianza ya no es tan común, es fundamental reinventar nuevas formas de sentirse acompañadas. Las redes personales no tienen por qué ser tradicionales para ser efectivas. Amistades que también están criando, grupos de acompañamiento, círculos de madres o incluso espacios virtuales pueden cumplir esa función de contención emocional y validación tan necesaria.
Lo importante es dejar atrás la idea de que pedir ayuda es sinónimo de debilidad. Tal como recuerda la especialista, buscar apoyo no resta: fortalece. Compartir experiencias, expresar dudas, llorar sin miedo a sentirse juzgadas y escuchar a otras mujeres puede ser profundamente terapéutico.
En una cultura que idolatra la autosuficiencia, reconstruir una red humana alrededor de la maternidad es, en realidad, un acto radical. Porque ninguna madre debería sentirse sola mientras cría. Y porque, en el fondo, no estamos hechas para hacerlo solas.