¿Mujeres al borde? Cuando la salud mental femenina es trama (y protagonista) de series y películas
Incomprendidas, con trastornos mentales o diagnósticos erróneos y separadas del resto por no atender a lo que, como mujeres, se esperaba de ellas.
“La enfermedad deshumaniza, convierte a esas mujeres en marionetas a merced de unos síntomas grotescos, en flácidos peleles en manos de unos doctores que las manejan y les examinan todos los pliegues de la piel, en animales estúpidos que solo despiertan un interés clínico. Ya no son esposas, madres o adolescentes, ya no son mujeres a las que se mira y se tiene en cuenta, ya nunca serán mujeres a las que se ama o se desea. Son enfermas. Locas. Mujeres echadas a perder”.
Este extracto que firmaba Victoria Mas en su exitosa novela ‘El baile de las locas’, publicada el pasado año, conecta -como si de un hilo invisible se tratara- las siguientes experiencias de papeles femeninos en la pequeña y gran pantalla. Incomprendidas, con trastornos mentales o diagnósticos erróneos, y separadas del resto por no atender a lo que, como mujeres, se esperaba de ellas.
La historia que narra Mas en su novela, la de un psiquiátrico de mujeres en el París decimonónico, también la encontramos en su adaptación al cine. Sendas expresiones (en lectura o en visionado cinematográfico) manifiestan un interés hacia esas mujeres que, encerradas contra su voluntad, fueron maltratadas institucionalmente. En ‘El baile de las locas’ (Mélanie Laurent, Prime Video) en lugar de hallar un espacio para sanar, se encuentran con una cárcel.
Tanto la película como el libro visibilizan cómo era ser mujer en esa época, en un momento en el que la figura masculina imponía su autoridad a la hora de decidir sin necesidad de demasiado consenso qué hacer con las que no encajaban en su orden social. Cuando conocemos la historia detrás de las internas de la Salpêtrière (nombre que recibe el famoso hospital), encontramos un relato común atravesado por el abuso y la violencia.
Un lugar destinado para aquellas mujeres que la sociedad aparta porque escapan a su comprensión. La solución que la institución mental impone a tanto dolor son sesiones de experimentos científicos y tratamientos al borde de la tortura.
Películas sobre salud mental: ‘Inocencia interrumpida’, clásico de los 90
Dentro de ese perfil de mujeres institucionalizadas que nos llega desde la ficción, otro ejemplo que marcó profundamente a toda una generación en los 90 (no tanto por la fidedigna representatividad de los trastornos mentales como por un célebre reparto que incluía a Angelina Jolie, Winona Ryder, Whoopi Goldberg o Brittany Murphy) fue el de ‘Inocencia interrumpida’ (James Mangold, Filmin). Una joven Winona Ryder llevaba a la gran pantalla el testimonio real de Susanna Kaysen -la propia película adapta su autobiografía-, internada, bajo su propia voluntad y la de su familia, en el Hospital Claymoore.
Un intento de suicidio – ella niega tal propósito- es la señal que activa la alarma de sus progenitores. Aunque le colgaran rápidamente el diagnóstico de trastorno límite de la personalidad, es fácil confundir lo que le pasa a la protagonista con otros síntomas propios de una adolescente que transita por su mismo escenario vital: se siente sola, insegura y no acierta a entender del todo el mundo que le rodea.
Si bien el argumento cae por momentos en la trampa del melodrama, la película muestra la importancia de la identificación y de rodearse entre iguales. También la necesidad de representar ciertos trastornos mentales y conductuales y cómo afectan a quienes conviven día a día con ellos. A partir de que Susanna coincide con otras internas que atraviesan una situación parecida es cuando es capaz de reconocer los motivos que le han conducido hasta allí… solo que quizá no resulte de gran ayuda para el resto la facilidad con la que, por su propio pie, consigue salir.
Muchos de los personajes femeninos de estas ficciones (y no tan ficción) terminaron desarrollando graves problemas de salud mental, pero fue después y no antes de haber sido señaladas como enfermas. Y en pocos de estos casos se quiere reconocer verdaderamente el origen de su trastorno: era mucho más fácil sentenciar el informe tachándolas de locas o histéricas. No olvidemos que esa descripción se ajusta a la misma que nos persigue hoy día si se nos ocurre ponernos un poquito más nerviosas de lo socialmente permitido.
Entre estas mujeres, destaca el perfil de ama de casa que se sacude de su asfixiante rol dando muestras de un comportamiento erróneo e incómodo para su entorno. Si su familia no sabía qué hacer con ellas, la visita al médico era obligatoria.
En ‘Gaslit’ (Robbie Pickering, STARZPLAY), serie estrenada hace unos meses que (sorprendentemente) ha pasado desapercibida pese a que sus protagonistas son Julia Roberts y Sean Penn, se relata el caso Watergate y cómo a Martha Mitchell se la tomó por loca cuando intentaba señalar al mismísimo presidente de los EE. UU. como artífice del famoso escándalo. Salirse del rebaño tiene sus consecuencias, más cuando se trata de una mujer. Tal fue la vinculación de la tragedia de Martha con los trastornos mentales que, en efecto, su comportamiento dio lugar a un término utilizado en psiquiatría:
“Se conoce como ‘Efecto Martha Mitchell’ cuando una persona que está contando algo real, esto termina por ser considerado de manera errónea producto de la mente y la imaginación, un delirio”
La serie intenta hacer justicia al infierno que arrasó con el carisma de Mitchell y es que, además de narrar lo ocurrido, documenta la presión mediática a la que estuvo sometida y cómo los médicos no dudaban en medicalizarla para tenerla bajo control. Las infidelidades de su marido (quien la tuvo retenida contra su voluntad los días en los que estalló públicamente el caso Watergate para mantenerla calladita y al margen), su posterior divorcio y convertirse en un títere de la prensa la sumieron en una profunda depresión.
Martha llegó al límite y murió mucho antes de que se reconociera su mérito en esta historia. Para terminar de completar su imagen, recomendamos el programa doble junto al mediometraje documental de archivo ‘El efecto Martha Mitchell’ (Anne Alvergue y Debra McClutchy, Netflix).
Llevamos la mirada a uno de los papeles que marcaron la notable trayectoria de Gena Rowlands, el de Mabel en ‘Una mujer bajo la influencia’ (John Cassavetes, Filmin). La primera descripción de ella la oímos en boca de su madre: “Vuestra madre está nerviosa” declara a sus nietos, con la intención de que obedezcan y no armen mucho escándalo.
Mabel no está nerviosa, tampoco trepará paredes como espera de ella un compañero de trabajo de su marido. Lo que le pasa a Mabel es que bajo esa aparente vida normal como mujer de un obrero de la construcción y madre de tres hijos late una mujer al borde del abismo. No hay que escarbar muy lejos, quizá lo que ha alterado la salud mental de Mabel sea una anodina existencia, una inocente felicidad doméstica en la que ella no encuentra su sitio.
-Trepará las paredes, romperá platos, gritará. Mabel es una mujer sensible y delicada. – Mabel no está loca. Esta mujer cocina, cose, hace la cama, lava el baño. Qué tiene de loco todo eso.
Si entre las virtudes de una serie como ‘Mad Men’ (Matthew Weiner, HBO MAX) estaba la de radiografiar sin demasiado adorno ni toque nostálgico la sociedad neoyorquina de los 60 a partir de la plantilla de una exitosa agencia de publicidad, también destacaba por la dedicación con la que sus guionistas perfilaron a sus inolvidables personajes. Entre ellos, la figura tan poco carismática como la de Betty Draper (primera mujer de Don Draper), con la que deberíamos empatizar por tener que compartir hogar con un ego de tal magnitud, pero que su antipático y frío carácter nos condujo en ocasiones a despreciarla.
En uno de sus peores momentos -o al menos el que nosotras detectamos como el símil de una olla a punto de estallar- fue cuando Betty empezó a manifestar muestras de una fuerte ansiedad: cuando le empiezan a temblar las manos sin control hasta el punto de tener un accidente de coche con sus hijos dentro. Lo complejo de su retrato nos devolvió el reflejo de tantas otras amas de casa, rotas, que aguardaban bajo techo en los idílicos barrios residenciales donde todo era -o debería ser- bienestar y progreso.
De Diana de Gales a Virginia Woolf: iconos (y su salud mental) en la pantalla
Contamos con infinidad de historias de ficción, documentales y también programas televisivos que nos hacen navegar entre la triste historia en torno a Diana de Gales, por no hablar de la memoria colectiva que nos une como sociedad al vivir un hecho trágico de una persona desconocida, pero a la vez tan cercana.
Si con la última temporada de ‘The Crown’ entendimos que desde el principio de su relación con Carlos ella se quedó sola sin entender qué ocurría, en ‘Spencer’ (Pablo Larraín, Prime Video) vemos a una Diana (Kristen Stewart) desesperada solo con la idea de tener que pasar una Navidad con la familia real, cansada de los protocolos de puertas para adentro. El biopic es una inmersión más sensorial que racional de los demonios que habitaban en la mente de Diana, provocados por una insostenible relación con su familia política. Primero, el comodín perfecto con el que continuar el linaje; más tarde, una mancha en la imagen de la Corona.
Si atendemos a la relación entre mujer y salud mental en el terreno de las mujeres artistas, es inevitable recordar los testimonios de dos escritoras fundamentales, Sylvia Plath y Virginia Woolf, quienes vincularon irremediablemente su obra a la oscuridad de sus mentes. Para Sylvia Plath, la idea del sueño americano de la posguerra fue una prisión en lugar del paraíso y su experiencia entronca con la de otras mujeres aquí mencionadas, como Betty, en ‘Mad Men’ o Mabel en la cinta de Cassavettes.
Considerada la mujer poeta más grande del siglo XX, sin embargo fue su trastorno mental quien acabó por definirla. El mediometraje ‘Sylvia Plath: Dentro de la campana de cristal’ (Teresa Griffiths, Filmin) explora el contexto sobre el que la autora gestó su novela fundamental, ‘La campana de cristal’, el testimonio herido de una mujer honesta que se confiesa vulnerable. ‘La envidia del hombre’, con la que Esther Greenwood, su alter ego en la novela, fantaseaba no era otra que la idea de ser hombre por aquello de manifestar una ambición profesional más allá de tener hijos y cuidar del hogar.
“Se ha prestado tanta atención a su enfermedad mental que ha difuminado la increíble cualidad que tenía como persona”
Esa misma reflexión, la de cómo conjugar ser mujer y tener ambición en tu trabajo, se la hacía constantemente Virginia Woolf en sus textos. Si has visto ‘Las horas’ (Stephen Daldry, Filmin) seguramente hayas sido atraída por sus protagonistas. No es de extrañar porque el elenco que protagoniza esta historia reúne nada menos que a Nicole Kidman, Julianne Moore y Meryl Streep. Tres historias que se entrelazan en tres épocas diferentes: primero con Virginia Woolf mientras escribía ‘La señora Dalloway’ , después, otra mujer en los años 50 que lo está leyendo y una tercera que es la reencarnación de la misma Dalloway en los 90.
Las tres tienen en común que no pueden más, solo que la trágica historia de Woolf y cómo terminó sus días es la historia que trasciende y pervive en nuestro imaginario alrededor de la notable escritora. Su hastío vital y cómo los médicos se dedicaban a intercambiar opiniones sobre si estaba bien o no era algo que la desesperaba porque ella, mejor que nadie, conocía sus zonas más oscuras.
La protagonista de la segunda historia, Laura (Julianne Moore), tiene una familia idílica: un buen marido, una casa, un hijo y además espera otro, pero ella tiene la cabeza en otro sitio, no piensa con claridad, y la idea de quitarse la vida se pasea por su mente. La última, Clarissa (Meryl Streep), vive por y para los cuidados de los demás, depositando todas sus fuerzas para ser feliz en que su mejor amigo, enfermo de SIDA, siga con vida.
Por último, una mención a uno de esos relatos cinematográficos que nuestro imaginario cinéfilo recuerda como la más trágica y a la vez dulce de las historias con fatídico desenlace. No es que esto sea un spoiler, es que el propio título de la película anticipa cómo terminan las hermanas protagonistas de ‘Las vírgenes suicidas’ (Sofia Coppola, Apple TV).
El relato muestra, desde el punto de vista adolescente, que la incomprensión por parte de unos autoritarios padres alcanza tal represión que las hermanas Lisbon no encuentran otra salida que la de urdir un plan extremo para aliviar su angustiante existencia. Por mucho que sus padres lleguen al punto de encerrarlas para tener todo el control sobre ellas, no será suficiente para lo inevitable.
Estos retratos (a los que próximamente se sumará ‘Blonde‘, en Netflix, película centrada en la figura de Marilyn Monroe y con Ana de Armas como protagonista) evidencian desde distintas perspectivas el estigma que sobre la salud mental femenina ha sobrevolado desde siempre. El cine y las series siempre son un espejo de la sociedad, incluso en aquellos temas que se trata de recluir en casa o en un hospital.