Estrés y ansiedad: ¿es lo mismo? ¿cuál es la diferencia?
Aunque los empleamos como sinónimos, son distintos. Mientras el estrés desaparece cuando lo que nos preocupa ya no está, la ansiedad perdura en el tiempo y se acompaña de una sensación de miedo y amenaza. Aprende a diferenciarlas.
Del trabajo a las tareas cotidianas o las preocupaciones de nuestra vida personal: cada día afrontamos situaciones que nos generan nerviosismo o tensión. “Estoy súper estresada” o “esto me da mucha ansiedad” son frases que muchas hemos incorporado a nuestro repertorio habitual, pero ¿cuál es la diferencia entre estrés y ansiedad?
Identificar ambas sensaciones y aprender a distinguirlas no siempre es sencillo, pero sí muy útil para saber cómo actuar en cada momento. Para cuidarnos como nuestro cuerpo y mente necesiten y, así, volver a sentirnos nosotras mismas. Palabra: no hay una sensación más satisfactoria y reponedora.
Los síntomas de estrés y ansiedad
Señalar la diferencia entre estrés y ansiedad es complejo porque, muchas veces, los síntomas se entremezclan, confunden y generan una maraña en la que es habitual perderse. Dolor de cabeza, sudores, corazón acelerado, dolor de estómago, problemas de sueño o tensión muscular son solo algunos de los indicadores más comunes.
Con todo esto, distinguir un momento de estrés de otro de ansiedad parece el ‘más difícil todavía’, pero no es una misión imposible. ¡Allá vamos!
¿Cómo diferenciar los síntomas del estrés y la ansiedad?
Si escuchamos a nuestro cuerpo y nuestra mente durante unos instantes, obtendremos mucha información, probablemente, la necesaria para diferenciar el estrés de la ansiedad. Realmente los síntomas pueden ser similares, las claves que marcan la diferencia y que te servirán como indicadores de ansiedad o estrés son:
- Origen de un síntoma
- Tiempo: te angustia el presente o el futuro
- Duración del síntoma
El origen
Como primer paso, vayamos al origen de esa sensación perturbadora a la que no siempre sabemos poner nombre. En el caso del estrés, la razón está clara (puede ser un examen, una reunión, una cita o una conversación importante), mientras que en la ansiedad el punto de partida de aquello que nos incomoda es difuso. A veces, ni siquiera somos capaces de identificarlo, solo sabemos que algo nos molesta, nos genera miedo e inquietud.
Otra clave para distinguir ambas sensaciones es la raíz del desencadenante. ¿Hablamos de un factor externo y ajeno a nosotras? Entonces, es estrés. ¿Se trata de algo interno, una preocupación constante que nos genera angustia y que no podemos sacarnos de la cabeza, aunque, en el fondo, sepamos que aquello que nos da miedo es altamente improbable? Aquí, no hay duda, hablamos de ansiedad.
Tiempo: ¿presente o futuro?
Esta es, quizá, una de las diferencias más evidentes: el estrés está ligado al presente, a ese hecho que nos sobrepasa en este momento y al que no sabemos cómo hacer frente; la ansiedad nos sitúa en el futuro, en preocupaciones que afectarán a nuestro ‘yo del mañana’ y que puede que nunca se materialicen. Y es que el pensamiento catastrofista (el que augura para nosotras las peores tragedias) es una de las señas de identidad de la ansiedad.
Duración
Por último, el estrés y la ansiedad nos muestran sus cartas una vez que el factor detonante o estresor ha desaparecido. Si, con él, se marcha también la sensación perturbadora, hablamos de estrés; si, pese a haber terminado ese examen o haber acabado esa reunión importante seguimos preocupadas por una posible catástrofe, hablamos de ansiedad.
Cómo eliminar el estrés y ansiedad
Es importante destacar que, en muchos casos, ambas sensaciones van de la mano: un estrés prolongado en el tiempo puede provocar ansiedad. En cambio, podemos sentir ansiedad sin padecer estrés.
Igualmente, el estrés y la ansiedad no siempre son malos: al fin y al cabo, son respuestas naturales de nuestro cuerpo que nos activan ante una situación de peligro o de falta de recursos. Pueden servirnos de estímulo para afrontar un reto y para demostrarnos a nosotras mismas que ese síndrome de la impostora que nos acecha no merece nuestra atención.
¿Cuándo se convierten en un problema? Cuando, lejos de motivarnos, limitan nuestra vida cotidiana, sus síntomas pasan a ser algo constante y empezamos a no recordar cómo era nuestro día a día sin esas sensaciones. Llegadas a ese punto, es el momento de hacer un cambio: desde ir a terapia para contar con la ayuda de una o un profesional hasta comenzar a practicar yoga, encontrar nuestros momentos de autocuidado, meditar o pasear por ese parque que nos gusta con un libro bajo el brazo.
Si te apetece ampliar la información, puedes ver el vídeo de IGTV sobre este tema.