Yo también sueño con dejarlo todo para ser una «Pilates princess». ¿Qué hay detrás de esta fantasía recurrente?

Las fantasías de cambiar de vida son comunes entre quienes vivimos en la ciudad y tenemos trabajos “de oficina”.

abril 21, 2025 Escrito por Sara G. Pacho

Licenciada en Sociología por la Universidad de Salamanca y en Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid.

Revisado por el equipo de expertas de Bloom, plataforma especializada en salud femenina.

¿Quién no ha fantaseado alguna vez con alejarse para siempre del mundanal ruido urbano e irse al campo a plantar tomates o dedicarse a la vida contemplativa contemporánea, también conocida como «ser una Pilates princess«? ¿Quién no ha hablado con una amiga de dimitir y montarse un bar/panadería/cafetería de especialidad? Sé que estos castillos en el aire son muy comunes, no solo porque yo los tenga de manera recurrente, sino porque aquellas personas de mi alrededor con quienes he comentado que iba a escribir sobre esto se han sentido 100% identificadas con esa idea de escapar, de cambiar de vida.

Supongo que tiene que ver con que compartimos un modo de vida: mucho ordenador, calls a diestro y siniestro, transporte público, 43 mails nuevos en la bandeja de entrada cuando parpadeas, tupper recalentado, deadlines, teletrabajar en mallas. Tras la jornada laboral, trasladamos esas dinámicas a la actividad física, el ocio, la alimentación. Todo es una exigencia. Un motivo de estrés. 

Será por eso que, de vez en cuando, todas nos descubrimos pensando que seríamos más felices haciendo otra cosa que, al menos en nuestra imaginación, deja más espacio a lo que creemos que tiene que ser la vida. 

Lo tenemos todo. ¿Lo tenemos todo?

Quienes vivimos en entornos urbanos -especialmente en grandes ciudades- y pasamos al menos un tercio de nuestros días frente al ordenador en una jornada que consiste en buena parte en contestar correos con la mayor asertividad posible y rellenar hojas de Excel, o quienes aprovechamos la hora de la comida para hacer algo de ejercicio y después nos tomamos una ensaladita en la mesa, nos sentimos a menudo privilegiadas de poder llevar esta vida. Hemos crecido con el influjo de una generación que vivió sin muchas de las comodidades que hoy entendemos como cotidianas. Y eso cala.

Muchas de nosotras tenemos un trabajo que no exige un desgaste físico y no nos enfrentamos a inclemencias del tiempo (de hecho, muchas trabajamos a cubierto todo el año). En muchos casos, la jornada es de 8 horas y, con suerte, no trabajamos los fines de semana. ¿Qué más se puede pedir?

Cuando me da por repasar mi vida en estos términos comparativos no me siento con el derecho a quejarme. Ahí se ve la impronta de padres y abuelos, y la alargada sombra de la cultura del sacrificio y el esfuerzo. Será por eso que, quizá, en lugar de vivir en un lamento constante, sueño a veces con abandonar mi rueda de hámster, cerrar Linkedin para siempre y cambiar radicalmente de vida: comprar una casa en la naturaleza, quizá en el bosque, quizá cerca del mar, acondicionarla para recibir a turistas, dar clases de yoga al amanecer, hacer mermeladas a la hora de la siesta. ¿Qué puede salir mal?

soñar con dejarlo todo

Hace años que mi cuerpo ha cambiado sus exigencias. Ya no me pide festivales masificados ni turismo de capitales ni comida basura. Ahora solo quiero naturaleza, animales, tranquilidad, libros, consciencia plena. Me consta que hay una vida de ocio desenfrenado e hiperproductividad que puede ser súper divertida, pero estoy cada vez más lejos de eso. Ahora mismo me siento más alineada con los anhelos más universales del ser humano.

Por supuesto, no soy un rara avis, sobre todo entre la gente de 35 para arriba que ya ha dedicado parte de su vida a hacer algo que le he aportado ratos increíbles, pero que ahora se siente más atraída por otras cosas que parecen más sencillas, que hemos idealizado desde nuestras sillas de oficina. Y es que el eje central de ese cambio de vida es el trabajo: no volver a abrir un ordenador nunca más, no saber lo que es Slack, vivir al margen del capitalismo más salvaje, pasarse al otro lado.

No quiero escalar más: quiero salirme del juego

Si le contara estos sueños a mi madre, seguramente me diría que no es un camino de rosas. Que a ver por qué creo que voy a saber, de repente, hacer exquisitas confituras si no sé ni freír un huevo, o vivir en el campo de manera autónoma si no sé encender una chimenea. Me diría, seguramente, que me deje de fantasías y me centre “en lo mío”. Y tendría razón (como siempre). 

Soy consciente de que, cuando me da por construir estos cuentos en los que soy una hippie despreocupada, autosuficiente y feliz, realmente me imagino siendo una persona que no soy, que no sé si podría llegar a ser. Me imagino rodeada de ardillas, compartiendo bayas silvestres, haciendo series y series de saludos al sol, teniendo un 0% de miedo a los osos y a la incertidumbre. Me imagino con esas vibes que me han transmitido mis maestras de yoga. Me imagino despreocupada y feliz, sin ansiedad laboral ni FOMO. Imagino que no tengo que demostrar cada día mi valía, ni ver todas las series, ni ir a todos los conciertos. 

que significa querer dejarlo todo

Marta Gómez-Durán Costales, psicóloga que actualmente trabaja como responsable de mentoring y docente en un centro de formación profesional, analiza este fenómeno como un intento de volver a nuestra esencia.

“En las últimas décadas hemos pasado de pasar mucho tiempo en la naturaleza a estar mucho tiempo delante de un ordenador. Hemos perdido la conexión con esa parte más primaria o animal del ser humano. Esto puede generar mucha frustración”, explica. Es por eso que estas fantasías rara vez tienen que ver con la búsqueda de una actividad frenética. Al revés. La mayoría de la gente no piensa en dejarlo todo para invertir en bolsa, sino en mudarse al campo, criar gallinas, trabajar la tierra… Actividades que, como indica la psicóloga, nos conectan con la naturaleza o con las personas (en el caso de querer montar un bar, por ejemplo). 

Si preguntamos a los niños y niñas qué quieren ser de mayores, ninguno dirá que quiere estar mirando un Excel todos los días durante horas. Nos hablarán de profesiones que tienen un resultado evidente: ser médica, veterinario, profesora, enfermero… Hoy en día ocupamos puestos de trabajo que forman parte de una maquinaria muy grande que nos impide ver esos resultados de forma tan clara. Dedicamos muchas horas a trabajar en proyectos de los que conocemos una parte muy pequeña. El fruto de nuestro trabajo no es tan gratificante. Es una pieza más. Y esto nos genera frustración.

Marta Gómez-Durán Costales, psicóloga, responsable de mentoring y docente
cambio de vida como hacerlo

Cuando la fantasía choca con la realidad

Evidentemente, basta dedicarle apenas tres minutos a tratar de aterrizar el plan para ver los peligros/obstáculos de cambiar de vida. Seguramente es lo que nos retiene a la mayoría en nuestros empleos habituales. Los cambios asustan incluso cuando son deseados, y más cuando sabes que poner en marcha los sueños en la vida real suele significar invertir dinero, enfrentarse a la competencia, no tener, quizá, ingresos regulares, ser otra persona. ¿Acaso podría yo ponerme delante de un grupo de yoguis y dirigir una clase cuando no soporto que me miren ni ser el centro de atención? ¿Podría quien se siente esclavo de una multinacional tener su propio negocio de hostelería con los horarios que conlleva? 

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¿Qué tienen en común estas fantasías? El deseo de recuperar el control de nuestro tiempo, de sentir que la vida es más que una mesa con un teclado y un vaso con café de la máquina del office. 

Convertirme en una Pilates princess campestre requeriría, al menos en mi caso, de un gran trabajo de deconstrucción para empezar. En mi vida he dado giros laborales que parecían arriesgados en pro de mi felicidad, pero no sé si conseguiría caer de pie de este salto circense. Sí, quiero una vida tranquila, que me permita cuidar mi cuerpo y mi mente, que me aleje de presiones y conversaciones que no me interesan, pero, ¿podría renunciar a lo que se supone que he construido hasta ahora, a mis estudios, a mi experiencia? ¿Conseguiría esquivar el síndrome de la impostora elevado a la enésima potencia? ¿Me permitiría fracasar?

como cambiar de vida

Quizá este tipo de vida se asocie con ropa aesthetic y bebidas verdes, pero va más allá. Es casi una ideología. Una performance de autocuidado. Es priorizar el descanso, la salud mental, vivir más conectada con los sentidos, rechazar de una vez el sacrificio laboral como virtud. Tener una vida bonita de espaldas a Instagram. 

Dejarlo todo es una fantasía potente porque ofrece un relato redentor. El antes y el después. El caos y la calma. Pero muchas veces, esa calma tarda en llegar, o ni siquiera aparece. Quien se atreve a dar este paso puede conseguir su sueño o cambiar de pesadilla. Habrá quien se haya mudado al campo y se haya dado cuenta de que no es para él o ella. Quien haya montado un bar y haya terminado en la ruina. Habrá, supongo, profesoras de yoga que se sientan también explotadas y continuamente evaluadas. Y es que el problema seguramente sea pensar que por cambiar de trabajo o de entorno todo va a mejorar. A veces hay que irse, otras veces “basta” con hacerse preguntas incómodas. 

cambio de vida laboral fantasia

Reinventarse sin quemar todas las naves

¿Cómo se explica estos deseos de huida desde un punto de vista psicológico? Para Marta Serrano, psicóloga general sanitaria, estos pensamientos de renunciar -a poder ser en un lugar paradisíaco- que cada vez son más habituales en nuestra sociedad son la respuesta a las cargas emocionales, a la precariedad laboral, a vivir siempre con prisa, y, a la vez, a esas expectativas en parte generadas por las redes sociales, donde vemos vidas y viajes increíbles que pueden hacer que nos sintamos encerradas en una rutina aburrida. “Muchas veces es nuestra mente dando señales de que paremos, de que lo dejemos todo y empecemos una nueva vida que en nuestra imaginación es idílica”, explica. 

Esas expectativas tienen que ver con la propia frustración laboral, es decir, en esa discrepancia entre lo que esperamos y lo que tenemos a nivel profesional y personal. Hemos idealizado el trabajo vocacional y la hiperproductividad por ir en busca de una independencia que no llega y no está en nuestras manos cambiarlo porque se trata de algo estructural. Es más fácil escapar del sistema -al menos en nuestra imaginación- que intentar cambiarlo. “Muchas profesiones, además, no están apenas reconocidas, alargamos la jornada de trabajo y hacemos tareas que van más allá de lo que se supone que nos corresponde”, añade Serrano. 

Nuestros padres con 30 años ya habían podido comprarse una casa o hipotecarse, tener hijos, etc. Ahora con 30 años es fácil que sigas viviendo con tus padres o compartiendo un piso de alquiler. 

¿Y si, más que una fantasía, es una señal de alerta? 

La mayoría de quienes tenemos estas ensoñaciones lo hacemos como quien visita un lugar seguro. Solemos hacerlo, además, en momentos de mucha carga de trabajo o cuando el despertador suena a las 6:30 de la mañana cada día. Pero no todo el mundo lo vive así. Hay para quien este pensamiento es realmente recurrente y se convierte en una insatisfacción más. Como nos dice Gómez-Durán Costales, es muy frecuente el síndrome del burnout y sentirse realmente atrapada en una vida que provoca malestar. Porque no es fácil llevar un cambio de vida a cabo. Más allá de la valentía, intervienen otros factores sociales y económicos que son más difíciles de enfrentar. 

¿Es la frustración nuestro enemigo? Nuestras expertas coinciden en que no debemos verla así. Es una emoción más que tiene que ser reconocida y escuchada. No se trata de ser más débiles que generaciones anteriores. Quizá se trata precisamente de ser más conscientes de nuestras necesidades y deseos, de poner límites. 

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Vivimos en una sociedad en la que tendemos a tapar las emociones incómodas, las que no nos hacen sentir bien o que creemos que pueden ser una carga para otras personas. Ser capaces de reconocer y aceptar lo que estoy sintiendo, no pretender estar siempre feliz, es un primer paso muy sano para enfrentar y tolerar la frustración. 

Marta Gómez-Durán Costales, psicóloga, responsable de mentoring y docente
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Aprender a expresar, entender y aceptar las emociones propias y de los demás ayuda a restarles incomodidad, a normalizarlas, a dejar de clasificarlas en buenas y malas. “La educación emocional tiene que ver también con ser capaces de regular esas emociones. Nos han enseñado que hay emociones que no debemos mostrar y, al no darles ese espacio, van a salir de la peor manera y en el peor momento”, añade Gómez-Durán Costales. 

cambio de vida laboral

Esto tiene que ver con una gestión individual, pero no podemos obviar que vivimos en sociedad y formamos parte de un engranaje más grande. No siempre es posible enfrentar la frustración con herramientas personales. “¿Cómo voy a decirle a una paciente que trabaja 50 horas para mantener a sus hijos que lo que tiene que hacer es apuntarse a yoga?”, reflexiona la psicóloga.

Y es que poner el foco en la viabilidad de montar un bar o irse a vivir al bosque es quedarse en la superficie. Tal vez lo más relevante de este tema sea preguntarse por qué tanta gente anhela huir buscando calma, qué tipo de sociedad produce una ciudadanía que fantasea con desaparecer de su propia vida y por qué nos cuesta tanto imaginar la felicidad dentro del marco en el que vivimos.

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