¿Síndrome del impostor o postureo?

Cuando decir “Tengo síndrome del impostor” se convierte en una tendencia. Entre el síndrome real, el postureo y la vuelta al trabajo.

septiembre 17, 2025 Escrito por Isabel Sauras

Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad CEU San Pablo de Madrid. Especializada en salud femenina, cultura y estilo de vida.

Revisado por el equipo de expertas de Bloom, plataforma especializada en salud femenina.

Septiembre trae consigo mucho más que la vuelta a la rutina y al trabajo. Como siempre, el inicio de curso viene acompañado de manidos discursos motivacionales, nuevos propósitos, promociones para volver a empezar, fotos cuquis delante del ordenador con un té matcha humeante y mensajes sobre cómo reinventarse o aumentar la productividad. Por si fuera poco, esta temporada marca tendencia hablar de un problema que no siempre es real y que puede ser un arma de doble filo. Y es que, a estas alturas de mes, todas hemos leído ya infinitos posts en Instagram, LinkedIn o TikTok que parten de una dudosa confesión: “tengo síndrome del impostor”.

Partimos de la base de que sentirse inseguro de vez en cuando es completamente normal. Sobre todo cuando afrontamos un cambio de trabajo, nuevos proyectos o incluso un ligero cambio de rol en nuestra actividad diaria. Todos hemos tenido alguna vez esa sensación de no estar a la altura y de que la suerte o o nuestro entorno han sido más determinantes para alcanzar un logro que nuestras propias capacidades. Ese vértigo tiene aspectos positivos para nuestra superación personal pero, si se descontrola, puede llegar a afectar seriamente a nuestro bienestar.

Pero, ¿qué hay detrás de ese supuesto síndrome del impostor que vemos en las redes todos los días? ¿Se trata de un gesto de humildad sincero y una muestra de vulnerabilidad? ¿O más bien es un contenido más que solo busca reconocimiento, likes y comentarios de ánimo? Esa banalización no solo confunde, también minimiza lo que de verdad significa convivir con el síndrome del impostor cuando se convierte en un problema de salud mental.

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¿Síndrome del impostor verdadero o postureo?

“La vuelta de las vacaciones me recuerda que me siento impostora en mi trabajo» o “Hay días en los que pienso que no merezco este trabajo”…. Lo cierto es que este tipo de confesiones que leemos cada vez más en nuestras redes y que pretenden transmitir humildad, casi nunca son una muestra de vulnerabilidad real, sino una herramienta más para atraer likes.

¿Por qué se publican este tipo de post? Sencillamente porque funcionan. Y es que ya hemos aprendido que en las redes sociales, la vulnerabilidad vende mucho porque genera empatía, construye marca personal y, sobre todo, porque consigue captar más atención. Es mucho más probable que alguien nos deje un comentario de ánimo ante una declaración de este tipo que si mostramos nuestros éxitos. Sencillamente por pura empatía.

Aunque seamos conscientes de que todo lo que se publica no es real, el riesgo de usar problemáticas como el síndrome del impostor a la ligera es doble, porque por un lado trivializa el malestar de quienes realmente lo sufren y por otro lado, dificulta que se tome en serio un problema que puede llegar a tener un impacto psicológico real.

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¿Qué es el síndrome del impostor y qué lo hace real?

Es cierto que el síndrome del impostor no está catalogado como trastorno mental según el DSM-5 (la clasificación de trastornos mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría) ni en la CIE-10 (la lista internacional de enfermedades de la OMS), pero sí está reconocido en psicología como un fenómeno con impacto en el bienestar.

El síndrome del impostor es la sensación persistente de fraude, de creer que los logros se deben al azar, la suerte o la ayuda externa, y que en cualquier momento uno será descubierto.
Pero, para poder hablar con criterio de síndrome del impostor, hay que diferenciarlo de la inseguridad natural que sentimos normalmente ante situaciones nuevas. Es decir, esa sensación que aflora cuando nos falta experiencia, cuando asumimos una responsabilidad que nos viene grande, cuando tenemos miedo a lo desconocido o cuando nos exigimos demasiado. El síndrome del impostor real va mucho más allá de ese inseguridad natural, porque no se limita a momentos concretos, sino que se instala como un patrón persistente de duda y autoboicot que se hace muy complicado de manejar sin ayuda.

Síntomas más habituales del síndrome del impostor:

  • Compararse continuamente con los demás y sentirse inferior.
  • Dudar de los méritos propios incluso con evidencias claras.
  • Atribuir los éxitos a factores externos (“solo lo conseguí porque tuve suerte», «sin ayuda, nunca hubiera llegado hasta aquí»).
  • Dificultad para aceptar halagos o reconocimientos.
  • Perfeccionismo y miedo exagerado al error.

Desde la neurociencia, se sabe que estos pensamientos implican circuitos cerebrales relacionados con la autocrítica y la gestión emocional. Cuando la amígdala (que es nuestra alarma emocional) está hiperactiva, y la corteza prefrontal no logra compensarla, la inseguridad se amplifica. A eso se suma lo que en psicología se llama sesgo atencional: una tendencia a fijarnos y a recordar mucho más lo negativo que lo positivo. A minimizar nuestros logros y a cambio darle mucha importancia a nuestros errores o a las criticas negativas.

Aunque el síndrome del impostor puede afectar a cualquiera, es más habitual en profesiones de alta exigencia y visibilidad como médicos, ingenieros, profesores, artistas o escritores que se enfrentan cada día a la temida página en blanco. Y, según múltiples investigaciones, se da con mayor frecuencia en mujeres y en jóvenes profesionales, probablemente por la autoexigencia añadida a nuestra condición y a la falta de referentes.

También influyen factores personales como una infancia marcada por la exigencia, el perfeccionismo o la baja autoestima, y factores del entorno como culturas laborales muy competitivas o entornos de trabajo muy exigentes en los que nunca se recibe un feedback positivo.

En el otro extremo de la balanza están los impostores sin síndrome, que hay muchos en todos los sectores. Esas personas que surfean su vida laboral y personal con una confianza desbordante pese a no estar realmente capacitadas. Su perfil suele combinar seguridad excesiva, carisma, narcisismo y una enorme ausencia de autocrítica. ¿Quién no ha tenido un compañero de trabajo así?

Curiosamente, mientras que a quienes trabajan bien les frena la duda, a los impostores sin síndrome es esa falta de duda la que les permite avanzar sin sufrir las consecuencias.

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Cuando el síndrome del impostor afecta a nuestra salud mental

Esa maldita voz interna que cuestiona todo lo que hacemos puede tener, sin duda, efectos positivos incluso para los profesionales más brillantes porque nos mantiene alerta, nos impulsa a esforzarnos más en las tareas y a formarnos mejor para crecer, pero además refuerza aspectos importantes en el entorno laboral como la humildad y la empatía. Como señaló un artículo de Harvard Business Review, en algunos casos, quienes sienten síndrome del impostor desarrollan una sensibilidad especial hacia los demás porque están más atentos al feedback, son más empáticos y más cuidadosos en su trabajo y en su vida en general.

Reconocer dudas y límites es siempre un motor muy potente para mejorar. El problema surge cuando esta sensación se generaliza y se prolonga en el tiempo, hasta el punto de hacerte sentir insuficiente incluso con pruebas objetivas de que no lo eres. Es entonces cuando aparecen problemas de salud más serios como la ansiedad, el agotamiento o la depresión.

10 herramientas para convivir con el síndrome del impostor

  1. Aprende a diferenciar lo puntual de lo constante: no es lo mismo dudar de tus posibilidades tras las vacaciones que sentirte un fraude siempre.
  2. Haz un diario con tus logros: anota incluso los pequeños avances y revísalos en momentos de bajón.
  3. Cuestiona todos tus pensamientos negativos: pregúntate qué evidencias tienes a favor y en contra.
  4. Acepta los elogios abiertamente: responde con un simple “gracias” en lugar de justificarte.
  5. Bájale un punto tu perfeccionismo: distingue entre hacer las cosas bien y exigir la perfección absoluta.
  6. Busca feedback de calidad: no todos los halagos valen; busca opiniones honestas y constructivas.
  7. Háblate mejor: trata de hablarte como hablarías a una amiga en tu misma situación.
  8. Cuida tu entorno digital: no necesitas un post viral para validar lo que sientes.
  9. Rodéate de apoyos: amistades, familia o compañeros de trabajo que compartan experiencias parecidas.
  10. Pide ayuda profesional si hace falta: no esperes a que la inseguridad se convierta en bloqueo.

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