¿Bullying en la infancia? Su impacto duradero en la vida adulta
El ‘Cuarto estudio sobre la percepción del ‘bullying’ en la sociedad española’ elaborado por la comunidad de madres y padres ‘Educar es todo’ y publicado el pasado mes de noviembre revela que cuatro de cada diez adultos reconocen haber sufrido acoso durante su etapa escolar. De estas personas que sufrieron lo que ahora conocemos como bullying, el 92% afirma que esa experiencia ha tenido un gran impacto en su vida. ¿Es el acoso escolar una experiencia traumática que marca de alguna manera el resto de la vida de las víctimas? Para conocer mejor de qué depende que se produzca esta huella y cuáles pueden ser sus consecuencias en la vida adulta, hemos acudido a Marta Sancho, psicóloga clínica y doctora en Medicina, especialista en trauma y apego, fundadora de Kevala Psicología.
Qué es el bullying y cómo se sufre
Quienes ya tenemos “cierta edad” hemos visto cómo lo que hace unos años eran “cosas de críos” ha pasado a llamarse acoso escolar o bullying y a señalarse como una de las principales preocupaciones en los entornos escolares. No es para menos si atendemos a las cifras de la propia Organización Mundial de la Salud, que asegura que en España 1 de cada 10 niños lo sufren. Este dato es aún más alarmante si pensamos en que actualmente el bullying es capaz de traspasar las propias paredes de las aulas y acompañar a sus víctimas también a través de las redes sociales (ciberbullying o ciberacoso).
El bullying implica cualquier tipo de maltrato o abuso, ya sea psicológico, verbal o físico. Esto incluye desde insultos, motes y burlas a intimidación, agresiones físicas o aislamiento del grupo, entre otras.
Durante los años que dura la etapa escolar, somos especialmente vulnerables y necesitamos de la aprobación de los iguales para conformar nuestra identidad. Queremos encajar. Sufrir el rechazo o la humillación de los compañeros y compañeras es, por tanto, un “evento potencialmente estresante”. Que acabe siendo un trauma como tal, según nos explica Sancho, depende de otros factores. “La edad en la que tiene lugar es uno de ellos, claro, pero también si en ese momento el niño o niña que lo sufre cuenta con el apoyo de un grupo de amistades o de su familia, o si lo vive en silencio, por ejemplo”.
Y es que durante la infancia y la adolescencia tanto la familia como el entorno escolar son determinantes para conformar nuestro mundo interno. Si las figuras de referencia (es decir, los padres o principales cuidadores) no están disponibles, ya sea porque hay abuso o negligencia o, simplemente, porque no están preparados emocionalmente o invalidan lo que siente el niño o la niña con la idea de “quitarle hierro”, el impacto en la víctima de bullying va a ser mayor.
Las heridas de la infancia que se abren en la edad adulta
Cómo se vive en la infancia tiene su importancia, pero el impacto en la edad adulta vuelve a abrir un abanico de posibilidades una vez más. “Tenemos que tener en cuenta que cuando llegamos a una edad adulta nos han pasado muchas más cosas que el bullying”, aclara Sancho.
Todas esas experiencias que acumulamos desde que abandonamos esa etapa se van sumando a ese mundo interno e influyen en la manera en la que nos relacionamos con nosotras mismas, lo que tiene un reflejo en la forma en la que vamos a interactuar con los demás. “Puede que una experiencia de rechazo y humillación nos haga tender al aislamiento -explica la psicóloga- o también puede que generemos un apego más ansioso por miedo al abandono, lo que nos hace estar muy pendientes de cómo están los demás y preocuparnos mucho ante cualquier mínima percepción de que algo no va bien”.
Aunque esto tiene su impacto en todos los ámbitos de la vida, desde amistades a entornos laborales, en las relaciones de pareja encuentra su tierra más fértil. Y es que en este tipo de relaciones de intimidad y confianza lo que la otra persona -que también tiene sus heridas- despierte en nosotras puede hacer que generemos desde un patrón evitativo a ansioso a un vínculo seguro (lo deseable).
Los acosadores también son víctimas
“Durante la infancia, y también en la adolescencia, aprendemos según lo que vemos, y lo que vemos es lo que acabamos reproduciendo”, explica Sancho. Con esto, la psicóloga quiere ofrecernos la otra cara de la moneda, en la que quizá no siempre pensamos: los acosadores también son víctimas. Sí, puede ser difícil empatizar, pero, según nos explica, la mayoría de los niños y niñas que desarrollan este tipo de conductas de abuso hacia los demás es porque las han vivido en su propio entorno familiar. Puede que se trate de casos de maltrato físico o abusos graves, pero también de abandono emocional.
Esto también nos lleva a preguntarnos si, siguiendo parte de este razonamiento, quien ha sufrido bullying en la infancia y adolescencia puede convertirse en bully en la edad adulta. “Sí, puede pasar como una forma de sobrevivir a lo que sucedió o de no conectar con el dolor de la situación vivida”, confirma Sancho.
Es como lo que comentábamos sobre los acosadores de pequeños: ejercen el bullying porque han recibido alguna forma de maltrato, emocional o físico. Es una forma de intentar revertir ese dolor, aunque no sucede así: se oculta, pero el dolor sigue estando.
El papel de la terapia en la vida adulta
Ahora mismo estamos surfeando una ola a favor de la importancia de la salud mental que, afortunadamente, está rompiendo con ciertos tabúes sobre hacer terapia, poner límites o expresar malestar psicológico. Sin embargo, por la propia historia de España y, en general, de las sociedades, venimos de generaciones que se han relacionado mal con su mundo interno, lo que repercute en que la mayoría de nosotras tengamos heridas. En lo que se refiere al bullying, la mayoría de las víctimas lo hicieron en silencio (ya sabes, eran cosas de niñas), por lo tanto, existe trauma.
Nos relacionamos de una manera insegura con el mundo, estamos desconectadas del cuerpo. Si yo misma no me doy cuenta de lo que siento, no me puedo acompañar. Esa es una de las claves de la psicoterapia.
Sancho nos explica que en terapia podemos partir del presente, de cómo nos estamos relacionando con nosotras mismas y con los demás, para, poco a poco, ir viajando hacia atrás. Esto nos ayuda a saber qué partes se han quedado ahí, como ancladas. Y es que, a nivel neurofisiológico, nuestro sistema nervioso no registra que esa experiencia traumática pasó, lo que hace que en el presente pueda manifestarse de diferentes maneras que van desde ansiedad o estados depresivos a insomnio, partes obsesivas o trastornos alimentarios, por ejemplo.
Eso sí, advierte que no todas las psicoterapias son iguales: “Hay muchas corrientes y, en este sentido, es fundamental tratar de ir a una que vaya a la raíz, que tenga perspectiva integradora, de trauma y apego”.