
De los cuerpos a demanda al refuerzo a la violencia sexual: cómo la inteligencia artificial generativa perfila una nueva pornografía
El auge de la inteligencia artificial generativa abre la puerta a una pornografía aún más accesible, realista y personalizada, con sus consiguientes riesgos tanto para quien la consume como para quien participa de ella sin dar su consentimiento
Estamos asistiendo en directo a un momento de auge de la inteligencia artificial generativa (IAG), no solo por su capacidad de crear imágenes, audios y vídeos hiperrealistas, sino también por su accesibilidad. Estas herramientas están al alcance de cualquiera. Lo que en sus inicios nos parecía algo lejano o reservado para las grandes corporaciones o expertos en tecnología, hoy es tan fácil como introducir el prompt adecuado para generar contenidos sexualmente explícitos, falsos pero verosímiles, con personas inventadas o reales.
Parece ciencia ficción, pero este capítulo de Black Mirror lo estamos viviendo en nuestras propias carnes. Hace dos años fueron 15 menores en Almendralejo los que usaron este tipo de herramientas para crear imágenes sexuales falsas de sus compañeras de clase, de entre 12 y 15 años, y compartirlas vía WhatsApp. En julio del año pasado, un estudiante de Córdoba hizo lo mismo con otras menores; en lugar de distribuir estas imágenes generadas por mensajería, subió este material a una conocida página porno.
Hace unos meses, la Policía Nacional detuvo a 25 miembros de una organización criminal que distribuía imágenes de abusos a menores generados por IA. Estos son solo algunos de los casos más mediáticos, pero son suficientes para ver que existe una peligrosa pauta.
La pregunta es inevitable: ¿cómo está cambiando la pornografía con estas nuevas tecnologías? ¿Qué riesgos sociales, legales y educativos implica esta transformación?
Cuerpos a demanda, rostros reales
Herramientas como Swapface o Deepfake han facilitado que cualquiera –sin necesidad de tener conocimientos técnicos profundos– pueda crear contenido pornográfico falso. Estas aplicaciones lo que hacen es colocar la cara de alguien, que puede ser una celebrity (como pasó con Taylor Swift) o no, en el cuerpo de otra para generar vídeos o imágenes porno. Ya no hace falta ni siquiera tener una fotografía íntima de esa persona. La IAG es capaz de producir este tipo de contenidos y hacerlo de forma muy realista.


Las cifras son alarmantes: según un estudio realizado en 2023, entre ese año y el anterior los deepfakes aumentaron un 464%. En el 99% de ellos las víctimas fueron mujeres. Atrás quedaron las revistas que se tapaban con vergüenza. Según explica Idaira Alemán Afonso, trabajadora social especializada en educación en sexología y fundadora del proyecto Por-No hablar, esta “nueva” pornografía que guarda una estrecha relación con la tecnología tiene dos componentes que lo han revolucionado todo: es gratis y de fácil acceso.
Tanto es así que, hoy en día, ni siquiera hay que buscarla: lo inunda todo y nos impacta desde cualquier ámbito. Está en las redes sociales, en los videojuegos, en la música. Vivimos en una sociedad pornificada desde la mirada masculina. Sin embargo, es una “forma de explotación mucho más sofisticada, silenciosa y normalizada; esto no es solo una forma gravísima de violencia digital; también alimenta la fantasía de que todo cuerpo puede ser explotado, modificado y consumido a demanda”, apunta la experta.
Antes de la llegada de la inteligencia artificial, el porno había cruzado casi todos los límites. Basta ver la cantidad de vídeos que simulan incesto, que normalizan la idea de que cualquier mujer, da igual la edad o el vínculo, está disponible para quien consume. Ahora esas personas ya no son desconocidas. Puede ser tu compañera de clase, tu vecina, tu hermana. La fantasía de dominación se personaliza.
Industria pornográfica + IAG = refuerzo de la violencia sexual
La industria del porno en muchos casos consigue instaurar en los hombres heterosexuales una mirada pornificada de las mujeres. Esto no es algo innato ni natural, sino algo que se construye a base de representar a la parte femenina como un objeto disponible, sin deseo propio, creado únicamente para satisfacer al otro.
Este constructo se alimenta con el consumo y culmina con la IAG, donde la experiencia ya es 100% personalizada: eliges a la mujer, qué hace, cómo lo hace. “Así, esa mirada se traslada a cuerpos reales y a contextos de prostitución, porque lo que se busca es eso: ejercer poder sobre una mujer que no te desea”, observa la experta. Y añade que no debemos olvidar la estrecha relación que existe entre esta industria y la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual: “Son negocios que se retroalimentan, que cosifican los cuerpos y se lucran con la desigualdad”.
Hay otra parte preocupante de este discurso, y es la que afecta a las chicas adolescentes. Según explica Alemán Afonso, conscientes de que no pueden hacer nada contra esto, algunas acaban pensando en hacerlo ellas mismas y, así, al menos “rentabilizarlo”. Estamos ante un claro caso de falso empoderamiento, que convierte la hipersexualización en una estrategia de validación y supervivencia. “Esas plataformas que se anuncian como creación de contenidos, como una versión libre, no son más que una versión maquillada de prostitución. Es poner tu cuerpo al servicio del deseo masculino”, señala.


“No es real, así que no pasa nada”: la nueva excusa del porno deepfake
Jorge Gutiérrez es el director de Dale Una Vuelta, una asociación sin ánimo de lucro cuyo objetivo es ofrecer información sobre la pornografía y prevenir su adicción, así como defender una sexualidad sana y responsable. Aunque las peticiones de ayuda que reciben no señalan directamente a la inteligencia artificial, son conscientes del crecimiento del consumo, así como que el 99% de su público es masculino y que al menos un 5% de la población “ha desnudado” a alguien famoso con ayuda de estas herramientas. “Es el ‘todo vale’, el ideal de cualquier consumidor –explica–, la sensación de impunidad porque no estás haciendo nada ‘real’, porque no hay ‘personas de verdad’”.
Esto es especialmente peligroso si hablamos de menores de edad, por lo que adquieren relevancia algunas iniciativas sociales como el desarrollo de herramientas tecnológicas tipo Bouncer (un escáner facial que bloquea el acceso a menores), políticas de regulación de contenido de las propias plataformas digitales para salvaguardar la privacidad y derechos de las posibles víctimas, y por supuesto, adaptar la legislación a las nuevas problemáticas, lo que no resulta sencillo.
“En Europa contamos con una directiva que penaliza imágenes realistas que han sido creadas artificialmente, pero solo si afectan a menores. En este sentido, hay vacíos aún por llenar. El resto está sobre la mesa y hay trabajo por delante”, indica Gutiérrez.


El porno no espera; la educación, sí
Frente a este panorama, el sistema educativo suele llegar tarde, especialmente si tenemos en cuenta que 3 de cada 4 jóvenes “aprenden” sobre sexualidad a través del porno. “Construyen un imaginario erótico basado en el poder, la humillación y el sometimiento. Nada que ver con el consentimiento, el cuidado o el placer compartido”, explica Alemán Afonso.
En los talleres que imparte en centros educativos, ve cómo cada vez más la juventud aspira a ser lo que ha visto en la pantalla: cuerpos imposibles, erecciones eternas, eyaculaciones exageradas… La IAG hace posible recrear escenarios supuestamente perfectos, controlar la respuesta, etc. Eso se interioriza y, al darse de bruces con la realidad, con sus pausas, imperfecciones, inseguridad, resulta frustrante para su autoestima. “Muchos de estos jóvenes entienden las relaciones no como un espacio de encuentro y conexión, sino como un espacio de presión donde tienen que simular los roles aprendidos en el porno y “posar” todo el rato”, comenta.
¿Qué alternativas a la hora de construir su sexualidad y su deseo reciben hoy en día los jóvenes de forma institucionalizada? Según la experta, la educación sexual, cuando se aborda en los centros, se sigue quedando en lo básico: métodos anticonceptivos, ITS, anatomía… Ni rastro del deseo, ni del placer, ni de los vínculos afectivos.
Tampoco se habla abiertamente de pornografía, que no suele esperar a que llegue la edad adecuada para lanzar su mensaje (recordemos que los niños y niñas acceden por primera vez a este tipo de contenidos en torno a los 8 años). “Es normal tener curiosidad en la infancia y la adolescencia. Forma parte del desarrollo humano. Como sociedad, estamos fallando al no garantizar el derecho a una educación sexual íntegra, crítica, que permite a los más jóvenes decidir qué quieren y qué no, que les permita distinguir el sexo de la violencia sexual y les enseñe a construir relaciones desde el respeto y el cuidado”, concluye Alemán Afonso.
El porno nos está vendiendo la idea de “fast food”: el sexo puede ser en cualquier contexto, con cualquier persona. Omite la necesidad de crear un espacio de confianza, respeto y deseo. ¿Por qué algo va a estar “mal” si lo han visto mil veces en un vídeo? ¿Por qué no creer que cuando alguien dice “no” no está, en realidad, jugando?
Aunque la Ley Orgánica 10/2022 de Garantía Integral de la Libertad Sexual recoge la necesidad de incluir contenidos de educación afectivo-sexual y uso crítico de internet en el sistema educativo, en la práctica aún está muy lejos de implementarse de forma real.