Comprar para sentirse bien: ¿Cuánto dinero necesito para ser feliz?
Carrito lleno = corazón contento… ¿o no tanto?
Meter cosas en el carrito virtual, volver a casa cargada de bolsas, recibir un paquete con ese último capricho que te diste… Hay algo químico en todos estos pequeños actos: el chispazo de dopamina. Es la misma sensación de recompensa rápida que sentimos con cada like en nuestro último reel. Y seguramente le sigue el mismo sentimiento de vacío.


A diario somos bombardeadas con un tipo de bienestar que se puede comprar. Ya sean cremas, sesiones de pilates, viajes, ropa sostenible pero carísima… El capitalismo ha extendido sus tentáculos para apropiarse del autocuidado y se ha hecho con las redes sociales para asegurar que su mensaje no solo llegue, sino que cale en lo más profundo de nosotras. Y aquí surgen muchos debates: el conflicto entre el deseo de cuidarnos y la culpa que nos genera gastar dinero, la idea de que esas compras solo están tratando de llenar vacíos emocionales, la equiparación de felicidad con una buena cuenta corriente y la banalización o encubrimiento de problemas de salud mental.
¿Por qué ese “me lo merezco” o “para eso trabajo” a veces sabe más a culpa que a placer?
¿Cuánto dinero necesitas realmente para ser feliz?
Malas noticias: no existe una cifra mágica. Bien es cierto que el dinero da tranquilidad y eso puede llevarnos a sentirnos más felices, pero no es una garantía. Poder pagar el alquiler, cubrir nuestras necesidades básicas y, por qué no, planear actividades y descansos sin tener que hacer malabarismos económicos es esencial para todo el mundo. El dinero puede darnos la libertad de decir que no a ciertas cosas, tiempo para nosotras mismas, calidad a nuestro sueño. Y sí, ese es el verdadero lujo en una sociedad capitalista como en la que vivimos. Pero no es lo único. Y no, no compra la felicidad.
Ahora bien, ¿cómo está trabajando la maquinaria capitalista para que pensemos que, efectivamente, el bienestar tiene un precio? Lucía Camín, psicóloga sanitaria fundadora de Alcea Psicología, afirma que cada vez observa en consulta una mayor preocupación por cuidarse, algo que considera muy positivo: “creo que cada vez somos más conscientes necesitamos preservar nuestro bienestar físico y psicológico frente al desequilibrio que existe entre lo que damos a la sociedad (trabajos precarios, horarios imposibles, sobrecarga de tareas) y lo que recibimos (salarios bajos, poco tiempo de descanso o de relacionarse)”, explica. Y aquí es donde entra en juego el marketing, que nos vende un mensaje simple y directo: comprar tal producto o usar tal servicio te hará sentir feliz. “El bienestar es un concepto complejo, profundo y muy personal que no se puede ni se debe banalizar”, añade la experta.


Coincide Sara Martín Sillero, psicóloga y sexóloga en Despertares Alcobendas, que señala que, lejos de identificar la felicidad con la satisfacción inmediata de obtener algo (sobre todo algo material), tiene que ver más bien con «la sensación de propósito, de tener una vida con sentido y sentirnos satisfechas”.
Del bienestar al carrito: cuando el consumo se convierte en emoción
La publicidad siempre ha aspirado a crearnos necesidades. Es por eso que en los últimos años estamos viendo cómo, más que vender productos en sí, nos vende sensaciones, experiencias. Nos vende un way of life. Una vela puede ser “un capricho para tus sentidos” igual que una agenda es “una herramienta para empoderarnos” o una crema antiaging “una forma de decirle al mundo que tu momento sigue siendo ahora”. Así, compramos para celebrar, pero también para aliviar e incluso para distraernos. Porque el mantra de nuestra época es “me lo merezco”. No queremos penurias ni miserias. Queremos las zapatillas que llevan todas las fit influs, queremos hacernos la foto en ese estudio de pilates tan cuqui, queremos un matcha carísimo y pasearnos con él por la ciudad. ¿Esto nos levanta el ánimo? Could be. ¿Es un parche? Puede ser.


Señala Camín que, además, entre tantas opciones bajo el paraguas del autocuidado podemos sentirnos confusas sobre qué elegir y generar aún más agobio. “Este tipo de consumo puede, en realidad, estar tapando problemas de salud mental que debería atender un especialista, como la ansiedad. No podemos banalizar problemas de este tipo pensando, por ejemplo, que hacer yoga va a ser la solución”, nos dice.
Compras por ansiedad o estrés: cómo reconocer el consumo compulsivo
¿Quién no ha empezado mirando Instagram o Tik Tok para matar el aburrimiento y ha acabado en una web cualquiera llenando el carrito pensando cómo van a cambiar la vibra del salón esa lámpara y ese jarrón de estilo nórdico minimalista? Puede que nos encontremos ante un caso de consumo compulsivo, de utilizar el shopping como calmante emocional. Aquí van algunas alertas:
-
Compras productos que no te habías planteado que necesitabas (seguramente porque no los necesitas).
-
Escondes las bolsas y borras el rastro (mail de confirmación de la compra, tickets…)
-
Te endeudas para continuar comprando (con tarjetas de crédito, pagos a plazos…).
-
Justificas el gasto entonando el mantra “me lo merezco”.
-
No puedes dejar pasar las ofertas aunque seas consciente de que lo que más te haría ahorrar sería precisamente no comprar nada.
Amiga, reconocer que estás en este punto es el primer paso para recuperar el control. Esta adicción, por si temías encontrarte sola, es más común de lo que crees. Y, como tantas otras, se puede reconducir.


El espejismo de la felicidad comprada (y por qué dura tan poco)
Ya la hemos mencionado antes, y seguramente hayas oído hablar de ella más veces porque estamos sin duda en la “dopamina era”. Comprar algo nuevo activa el mismo circuito que una buena noticia o un like. Pero como toda subida rápida, tiene un bajón asegurado. La realidad es que rara vez lo que compramos de forma así de impulsiva nos hace felices por mucho tiempo. Enseguida lo integramos y nuestro cerebro, como un yonki, busca nuevas víctimas para obtener su dosis: ese conjunto nuevo para yoga, unas planchas del pelo con diferentes cabezales, un cactus. Da igual.
¿Entonces somos más libres o más dependientes? Martín Sillero lo tiene claro: “nos metemos en un bucle infinito de querer la ilusión de recibir un nuevo producto que se acaba esfumando con la novedad y nos lleva a repetir la acción incluso sin tener en cuenta las consecuencias”, indica.
¿Y si cuidarnos no fuera ponernos una mascarilla en la cara sino poner límites? ¿Y si en lugar de esa escapada de fin de semana a tope de planes dedicaras dos días a descansar y aburrirte? ¿Y si el verdadero self care fuera salirnos de la espiral de FOMO y tratar de escuchar nuestras necesidades genuinas?


Consumo consciente: gastar con propósito, no por impulso
Te proponemos un pequeño ejercicio antes de sacar la tarjeta o pulsar el botón de “comprar”. No, no estamos hablando de “manifestar”, otro palabro con el que nos quieren hacer creer que podemos controlar hasta lo que no depende de nosotras, como nos dice Martín Sillero. Mejor hazte las siguientes preguntas:
-
¿Realmente lo necesito o lo deseo?
-
¿Me aporta algo real o solo me distrae?
-
¿Estoy comprando algo que me apetece realmente tener?
-
¿Este gasto me beneficia de alguna manera? ¿Es duradera?
-
¿Me lo compraría si nadie lo fuese a ver?
Tal y como se nos presentan estos productos o servicios de consumo rápido, podemos estar tentadas a probarlos sin haber hecho previamente una valoración real, pausada, reflexiva. De preguntarnos si realmente lo necesitamos o lo que estamos haciendo es intentar aliviar de forma rápida un malestar más profundo.


El valor de lo suficiente
En una cultura como la que vivimos, que nos empuja a querer y exigirnos siempre más, la revolución quizá sea buscar la moderación. En lo que damos. En lo que gastamos. Tener lo suficiente para vivir con dignidad, disfrutar lo cotidiano y descansar sin culpa es más radical de lo que parece. Quizá ahí resida la verdadera paz.



























