Liderazgo femenino: ¿qué barreras y estereotipos seguimos afrontando en 2025?
Equilibrar el poder con el cuidado, inspirar desde la inclusividad y superar barreras: las claves de este ¿modelo? de liderazgo
A lo largo de la historia, las mujeres hemos enfrentado barreras culturales, sociales y estructurales que nos han dificultado acceder a roles de liderazgo, desde el «techo de cristal» hasta las expectativas de género que perpetúan el desequilibrio en la distribución del poder. El patriarcado ha pintado un modelo de liderar que se asocia con valores tradicionalmente masculinos y, por tanto, con los hombres. Esto hace a que las mujeres hayamos sido (y seamos) juzgadas bajo estándares tan estrictos como contradictorios: debemos ser firmes pero no «agresivas», empáticas pero no «débiles». Estos estereotipos, además de limitar nuestras oportunidades, reducen esa diversidad de perspectivas que tanto enriquece a las organizaciones.
Es habitual que, al pensar en puestos de alta responsabilidad, nuestro cerebro nos lleve a pensar que están ocupados por ellos, algo que trasciende al imaginario colectivo. Según datos del INE publicados recientemente (diciembre 2024), el porcentaje de mujeres que ocupan órganos superiores y altos cargos de la Administración General del Estado descendió este año hasta situarse en el 41,6%. Si nos fijamos en el conjunto de Consejos de Administración de las empresas que forman parte del Ibex-35, el porcentaje ha continuado con la tendencia al alza de los últimos años y se ha incrementado 1,9 puntos: ahora se sitúa en un 39,2%, una cifra aún muy alejada de la ansiada paridad.
Zoom al liderazgo femenino
Techo de cristal y suelo pegajoso
Estos términos siguen siendo la realidad de muchas de nosotras, que, a pesar de mucho esfuerzo y similar valía a la de nuestros compañeros hombres, seguimos teniendo que lidiar con barreras más o menos invisibles que frenan nuestro ascenso a posiciones de alta dirección. Además, la conciliación nos pone entre la espada y la pared a la hora de elegir entre nuestro desarrollo profesional y nuestras responsabilidades familiares, lo que, a su vez, prolonga la distribución desigual de las tareas domésticas. El ciclo sin fin.
Cuando hablamos de liderazgo femenino, solemos centrarnos en los desafíos que enfrentamos porque son muchos, pero, ¿y si intentamos también hablar de lo valiosa que puede resultar esta “propuesta” para transformar el poder? Ana Lucas, psicóloga y fundadora del Centro de Psicología Tierra W-Health, nos explica que el liderazgo femenino, lejos de competir con otros estilos, los complementa y enriquece, lo que es beneficioso para todxs.
De qué hablamos cuando hablamos de liderazgo femenino
Aunque no hace referencia a una fórmula única e inamovible, porque no es que las mujeres lideremos de una forma diferentes por naturaleza, sino que lo hacemos a partir de nuestras experiencias sociales y culturales, esas de las que hablábamos en la introducción y que tienen que ver con lo que aprendemos a lo largo de nuestra vida, desde bien pequeñas: empatía, escucha activa, cuidado, gestión emocional. Es por eso que el liderazgo femenino suele caracterizarse por un enfoque colaborativo y orientado a construir relaciones.
La diferencia principal radica en cómo el liderazgo femenino tiende a equilibrar el poder con el cuidado, buscando resultados sin desconectarse de las personas. En un contexto profesional, esto se traduce en una cultura organizacional más humana y resiliente. El liderazgo femenino no compite con otras formas de liderar, sino que las complementa, demostrando que un enfoque inclusivo beneficia a todos, no solo a las mujeres.
Un camino lleno de obstáculos
Asumir roles de liderazgo supone una carrera de fondo en la que tenemos que enfrentarnos a las barreras estructurales y culturales que seguramente todas conocemos. La falta de modelos a seguir, los sesgos de género o el acceso limitado a redes profesionales son algunos de estos obstáculos, por no hablar de cómo se puede entender en una pareja hetero que ella gane más que él.
Además, retomando el concepto “techo de cristal”, sabemos que las mujeres, a partir de cierto nivel, encontramos más limitaciones. Una vez en puestos de alta responsabilidad, según explica Lucas, tenemos que “lidiar con la doble exigencia de demostrar, por una parte, competencia profesional mientras, por otra, cumplimos con las expectativas tradicionales de género, como ser accesibles y agradables”. La clave, según la psicóloga, es transformar estos entornos corporativos a base de políticas de igualdad y conciliación efectivas, además de visibilizar ejemplos de éxito que inspiren a otras mujeres a elegir ese camino sin tener por ello que renunciar a su autenticidad.
El feminismo ha cuestionado la noción tradicional de poder como control o dominio, promoviendo una visión más conciliadora, inclusiva y horizontal. Desde esta perspectiva, el liderazgo femenino redefine el poder no como algo que se ejerce sobre otros, sino como una capacidad para influir, inspirar y transformar.
Y es que, durante mucho tiempo, hemos asociado la idea de liderar con la dureza, la falta de sensibilidad o la imposición de criterios, cualidades que poco tienen que ver con lo que se asocia a “lo femenino”. Por ello, para poder “triunfar” laboralmente, a menudo las mujeres nos hemos tenido que disfrazar para “hacernos respetar”.
Sin embargo, quienes han decidido no jugar a ser lo que no son, han podido demostrar que el poder puede coexistir perfectamente con la empatía y la colaboración, lo que tiene como resultado entornos laborales más amables donde todos prosperan. “No se trata únicamente de incluir a más mujeres en posiciones de poder -explica Lucas-, sino de cambiar la manera en la que entendemos el liderazgo para hacerlo más humano y sostenible. Pasar de ese modelo clásico piramidal a un modelo circular”.
Con los estereotipos hemos topado
Ideas como que las mujeres somos más emocionales o que no estamos capacitadas para enfrentar situaciones de alta presión, condiciona tanto la manera en la que otros nos ven como nuestra propia mirada. Una y otra vez nos preguntamos si seremos capaces, algo que, en otros ámbitos (como los cuidados) no nos sucede. Estos estereotipos generan sesgos que limitan el acceso a oportunidades. “A menudo las mujeres dudamos de nuestra valía a pesar de nuestros logros, o pensamos que debemos ajustar nuestro estilo de liderazgo para no ser vistas ni como agresivas, ni como débiles. Esto genera un desgaste emocional que los hombres no enfrentan”, añade la experta.
Romper estos estereotipos requiere educación, mentorías y un cambio cultural en las organizaciones. Requiere generar nuevos modelos de liderazgo. Quizá la pareja formada por Michelle y Barack Obama sea un buen ejemplo de liderazgo basado en valores como la inclusión, la empatía y el servicio a la comunidad, que resuena con las características de un liderazgo más colaborativo y humano.
Por otra parte, están las desigualdades sistémicas que nos golpean con más fuerza a las mujeres. Para que el liderazgo femenino sea, de verdad, inclusivo y accesible, son necesarias las políticas de conciliación, pero también el acceso a la educación y el apoyo especial en sectores con infrarrepresentación, según Lucas. “No debe ser en ningún caso un privilegio, sino una posibilidad real para cualquier mujer con talento y motivación”, indica la psicóloga.