¿Hombre u oso? El ‘trend’ que revela que la sombra del terror sexual es alargada
Lo que podría sonar como una pregunta absurda ha sacudido las redes sociales y generado un intenso debate.
¿Preferirías estar sola en el bosque con un hombre o con un oso? Con esta pregunta se hizo viral un vídeo de TikTok en el que un entrevistador plantea este dilema a ocho mujeres al azar. Siete de ellas contestaron que escogerían al oso sin dudar ni un instante. El vídeo corrió como la pólvora, generando todo un debate social. “Con un oso sé a qué me enfrento” o “si me atacara un oso, la gente me creería” son solo algunas de las respuestas que se pueden leer en redes al respecto. Lo que parecía un ejercicio hipotético sin pretensiones se transformó en un espacio donde reflexionar acerca del miedo con el que crecemos y la violencia sexual.
Para analizar este tema, contamos con la ayuda de Emma Ribas, psicóloga y sexóloga especializada en salud integral de la mujer, sexualidad y autoestima.
De qué hablamos cuando hablamos de terror sexual
El término «terror sexual» se refiere a la percepción de peligro o amenaza constante que experimentamos las mujeres ante la posibilidad de sufrir agresiones sexuales. Es un miedo omnipresente que nos mantiene alerta: sabemos que hay lugares y momentos del día que debemos evitar, pero, al mismo tiempo, que podemos sufrir una agresión sexual en cualquier lugar y momento. No podemos bajar la guardia.
Por supuesto que este terror no surge de la nada, sino que es el resultado de una construcción social que empieza a poner sus primeros cimientos durante la infancia. A través de diferentes mecanismos, aprendemos desde muy pronto a temer la violencia sexual y que el estado de alerta nos acompañará siempre.
Desde el punto de vista de la psicología, el terror sexual es una narrativa sobre las agresiones sexuales que transmite miedo y responsabiliza a la mujer con la intención de que “se porte bien” para no ser agredida.
Pensemos por un momento en qué otras agresiones se culpa a la víctima y no al agresor. No sucede con los ataques terroristas, ni con los atracos con violencia. “En la infancia recibimos muchos mensajes de cómo tenemos que comportarnos para no acabar sufriendo una agresión sexual -explica Ribas-. Cuidado con los sitios a los que vas, las compañías, los horarios, lo que llevas puesto… No se nos permite ser libres”, reflexiona la experta. Así es como las mujeres acabamos asumiendo un rol sumiso: necesitamos protección y esa protección la da el hombre que, curiosamente, es también de quien nos protegemos. Tiene ironía la cosa.
Según crecemos, nos convertimos oficialmente en objeto de la mirada masculina. Notamos cómo la sociedad nos percibe y nos trata. Cómo de importante es nuestra imagen, para bien y para mal, y como nuestra sexualidad es utilizada como un recurso o una amenaza.
El terror sexual se alimenta de varios factores que van desde la constante exposición a relatos de violencia machista en los medios de comunicación y la ficción, al impacto de ciertas normas sociales y el legado de generaciones pasadas. Un cóctel top para que las mujeres integremos la sensación de peligro como parte de nuestra vida cotidiana.
La escritora Virginie Despentes lo explica así en su libro ‘Teoría King Kong’: el miedo no es solo una respuesta a hechos concretos, sino también una herramienta de control social que limita la libertad de las mujeres. Cuando hablamos de “terror sexual” no solo aludimos a actos concretos de violencia, sino a ese entorno social que perpetúa el miedo como una herramienta de control y opresión.
Caperucitas rojas: ¿crecemos con miedo?
Así se lo planteó la periodista Sandra Sabatés cuando escogió este clásico como punto de partida para explicar diez historias de violencia machista a través de cuentos tradicionales. Según contó en la presentación de ‘No me cuentes cuentos’ (2022), Sabatés se dio cuenta al hacerse mayor de que estas “inocentes” fábulas en realidad hablaban de violaciones, mutilaciones y el miedo a ir sola, como es el caso de Caperucita.
Esta es la línea que coge Noemí López Trujillo para señalar que cada generación de mujeres cuenta con su propia versión del cuento para grabarse a hierro la moraleja: si vas sola por lugares oscuros, te pueden pasar cosas malas. En este artículo que tiene unos años pero continúa vigente, la periodista lista una serie de casos que, desde los años 90, han servido como aleccionadores. Desde Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes hasta Marta del Castillo, Diana Quer o Laura Luelmo, pasando, por supuesto, por el crimen de Alcàsser.
En este último caso se fija la investigadora Nerea Barjola para señalar que “cada asesinato, tortura o desaparición forzada de mujeres es un sistema de comunicación que nos habla, nos interroga y alecciona” (‘Microfísica sexista del poder. El caso Alcàsser y la construcción del terror sexual’, 2018). Para muchas de nosotras, aquello fue un antes y un después en la manera de entender nuestro cuerpo y nuestra vida: la violencia sexual estaba ahí y nosotras éramos potenciales víctimas que teníamos que esquivarla evitando lugares oscuras, horas intempestivas, hombres desconocidos e incluso algunas prendas de ropa.
Los mecanismos de transmisión son muchos y difusos: en la escuela, en la casa, en el grupo de amigas y amigos. Ellas son orientadas desde pequeñas a tener precaución y una clara orientación heterocentrada en sus cuerpos. Las representaciones sobre el peligro sexual, en el caso de las mujeres, suelen estar asociadas a su propia sexualidad y cómo interiorizan y comprenden su propio cuerpo.
El miedo como sistema
Volvamos al trend y al dilema del hombre y el oso. Las respuestas que priorizan al oso no son fruto ni del rencor ni del humor, sino que exponen todo lo que hemos aprendido acerca del terror sexual. Las mujeres vemos en el oso un peligro predecible y tangible: intuimos cómo nos puede atacar y sabemos que, si lo hace, la experiencia será creída y validada.
No pasaría lo mismo en el caso de encontrarnos con un hombre en un escenario solitario. Seguramente se nos preguntaría qué hacíamos ahí a esas horas, qué llevábamos puesto, si manifestamos alto y claro que el ataque no estaba siendo consentido o por qué no pedimos ayuda. Sabemos, porque lo hemos vivido en nuestras propias carnes o porque lo vemos a diario, que estas agresiones -las segundas– se cuestionan y/o justifican. Da igual si, tristemente, tenemos la estadística de nuestra parte: según la ONU, una de cada tres mujeres sufre violencia sexual o física al menos una vez a lo largo de su vida. Nuestro relato se pone en tela de juicio.
Cuando escogemos el oso, lo que estamos diciendo es que el miedo hacia el hombre no es irracional ni infundado, sino una respuesta lógica a una realidad apoyada en datos que trasciende culturas y contextos.
Por supuesto, ante este trend muchos hombres entonaron el #notallmen y calificaron la pregunta de “misándrica” o de un “ataque injusto” hacia ellos, sin captar el punto central: no es odio hacia los hombres, sino un reflejo de un sistema que perpetúa la violencia de género.
Y es que seguramente lo más perturbador de todo es que tengamos que hacernos esta pregunta, porque señala que la sociedad no es segura para nosotras, lo que debería entenderse como fracaso. En 2022 casi 89.000 mujeres y niñas fueron asesinadas por el hecho de ser mujeres y niñas en todo el mundo, muchas de ellas a manos de sus parejas o familiares. Esta es la realidad y es más aterradora que cualquier animal en el bosque.
Si quieres profundizar un poco más en esta disyuntiva, no te puedes el análisis por capítulos sobre sus tres elementos (el bosque, el hombre y el oso) que hizo la analista de cultura y comunicadora Estela Ortiz. ¡A nosotras nos ha encantado!