Filtros de Instagram: ¿cómo nos afecta la belleza irreal? Descubre el movimiento #SinFiltros
¿Tú también te has sorprendido mirándote al espejo y preguntándote dónde están esos labios y ese rostro liso y sin ojeras? No estás sola: bienvenida al movimiento #sinfiltros.
Lo que empezó como puro divertimento (quién no ha pasado una noche con sus amigas a carcajada limpia probando los montajes más absurdos) se ha convertido en una proyección irreal de la belleza y sus cánones. Sí, estamos hablando de los omnipresentes filtros de Instagram… y su -nada despreciable- repercusión en nuestra autoestima.
Aunque inicialmente (y siguiendo la estela de Snapchat) los filtros se empleaban para ponernos orejitas de animal o una voz distorsionada, pronto el “filtro Instagram belleza” se convirtió en el más popular. ¿Acaso hay solo un filtro belleza en Instagram? No, pero muchos de ellos apuestan por el mismo tipo de retoque: tez lisa, sin imperfecciones y bronceada, pómulos marcados, nariz algo afilada, ojos grandes y labios voluminosos. Ah, y ni rastro de las ojeras.
Los filtros de belleza en la era de las videollamadas y Stories
¿Son los filtros en sí mismos un problema? Como ocurre con tantas otras cosas, no es la herramienta, sino el uso que se hace de ella. En la edad dorada del selfi, de la comunicación constante a través de videollamadas (ya sea por trabajo o con amigos que viven lejos) y de las y los influencers, el abuso de los filtros ha provocado que muchas personas, tan acostumbradas a esa versión en pantalla de sí mismas, no se reconozcan en el espejo.
“¡Exageración”!, podríamos pensar, pero nada más lejos de la realidad. Ya en 2018, algunos artículos científicos comenzaron a hablar de la “dismorfia de Snapchat”, una versión actualizada del trastorno dismórfico corporal, documentado desde el siglo XIX. Consiste en una autopercepción distorsionada, en la que, a nuestro juicio, un pequeño defecto se percibe como una alteración grave, que causa complejos, baja autoestima y ansiedad.
Es lógico: si nos acostumbramos a vernos, gracias a ese filtro Instagram belleza, sin una sola imperfección y con un rostro totalmente canónico, ¿cómo no deprimirnos cuando nos miramos al espejo y vemos que ese ‘yo’ se ha esfumado?
En los casos más graves, esa dismorfia del selfi, de Snapchat o de Instagram lleva a quienes la padecen a acudir a las clínicas de estética, dispuestas y dispuestos a operarse para parecerse a su versión filtrada. Según cifras de la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (SECPRE), ya en 2017 el 10% de los españoles que acudía a un cirujano plástico lo hacía con el objetivo de salir mejor en los selfis (y, por ende, en toda su vida digital).
Otra cuestión que denuncian los profesionales del sector es que cada vez son más los pacientes que visitan las consultas con un selfi (con filtro Instagram belleza mediante) como modelo o inspiración de lo que quieren ser. ¿Sabes todas esas veces que has ido a la peluquería con una foto de una famosa en el móvil para que te dejaran la melena como a ella? Algo parecido, pero en versión de operación estética.
El movimiento #SinFiltros y #FilterDrop
Pero no solo vivimos en la edad dorada de Instagram y los filtros, también del movimiento body positive, ese que nos anima a aceptarnos, querernos y respetarnos tal y como somos, de la sororidad y de las comunidades (como Bloom) que buscan que todas encontremos nuestro lugar en el mundo respetando nuestra naturaleza.
Así, frente al uso constante de filtros, ha surgido en los últimos tiempos un movimiento que aboga por dejar de utilizarlos y mostrar nuestra belleza real (pero real de verdad, sin siquiera un sencillito filtro París, tan agradecido y resultón).
Su abanderada en el mundo anglosajón fue la modelo curvy y make-up artist Sasha Louise Pallari. Todo comenzó cuando, tras ver los Stories de una influencer que promocionaba productos de belleza con filtros sobre su rostro, preguntó a su comunidad si aquello tenía sentido, si “ni siquiera se podía percibir el efecto del producto”. La abrumadora respuesta de sus seguidoras la llevó a impulsar el hashtag #FilterDrop (adiós a los filtros), que tiene su eco en las etiquetas #SinFiltros o #NoFilter.
Filter Vs Reality
Quizá recuerdas aquel que se popularizó hace unos meses y que mostraba media pantalla en modo filtro Instagram belleza y la otra tal cual la enseñaba la cámara. Fue creado por la instagramer Faye Dickinson y tenía como objetivo mostrar la gran diferencia entre esas dos realidades, la de verdad y la filtrada. Se hizo viral y nos ayudó a ser aún más conscientes de esa imagen distorsionada que se proyecta a través de Instagram.
No solo la voluntad espontánea de las y los usuarios de la red social impulsa el movimiento #SinFiltros: incluso el Gobierno noruego se ha sumado a la tendencia. El pasado mes de julio, dio luz verde a una ley para que los influencers tengan la obligación de especificar si sus fotografías han sido retocadas o filtradas.
“¿Y si esa dismorfia del filtro Instagram belleza me afecta a mí?”, te preguntarás, llegadas a este punto. Querer verse bien, sentirse guapa y querer corregir (ya sea con cirugía o sin ella) aquellos defectillos que nos incomodan es algo totalmente natural.
Pero si te cuesta reconocerte en el espejo (incluso maquillada) y no te atreves a subir una foto a Stories sin filtro, puedes exponer el tema con un profesional -los psicólogos abordan temas como este a diario- para valorar si necesitas ayuda externa. ¿Un punto de partida? Selfie entre amigas y compromiso grupal de subirlo tal cual. Juntas, también, en el movimiento #SinFiltros.