Cuando el miedo al fracaso nos paraliza: del síndrome de la impostora a las trampas de la autoexigencia

¿Por qué nos da tanto miedo no cumplir las expectativas?

octubre 30, 2024 Escrito por Sara G. Pacho

Redactora de Bloom especializada en salud femenina, estilo de vida y feminismo. Licenciada en Sociología por la Universidad de Salamanca y en Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid. Máster en Comunicación como Agente Histórico-Social, especialidad en Lenguaje Audiovisual por la Universidad de Valladolid.

Revisado por Estefanía Salgado, psicóloga sanitaria, y Mar Ricart, psicóloga y neurocientífica.

El miedo al fracaso (también conocido como “atiquifobia”) puede condicionarnos en múltiples facetas de nuestra vida, desde lo laboral hasta lo personal. Este temor y el conocido como síndrome de la impostora son barreras que nos afectan a muchas de nosotras y nos impiden tanto avanzar como disfrutar de nuestros logros. 

Para analizar este tema a fondo y encontrar algunas herramientas útiles al respecto, hemos pedido ayuda a dos psicólogas: Estefanía Salgado, psicóloga sanitaria de Área Humana Psicología y Mar Ricart, fundadora del Equipo Impostoras, psicóloga y neurocientífica.

Miedo al fracaso y síndrome de la impostora

Comencemos con dos pequeñas definiciones para buscar los puntos en común y las diferencias:


¿En qué consisten el miedo al fracaso y el síndrome de la impostora?

El miedo al fracaso es el temor a no cumplir con las expectativas propias o ajenas y puede desencadenar ansiedad o parálisis delante de un desafío.

Por otra parte, el síndrome de la impostora es la creencia de que una no merece sus logros, de que en cualquier momento será «descubierta» como un fraude.

Salgado señala que, aunque se puedan solapar, se diferencian en un punto clave: “El miedo al fracaso es una anticipación negativa de lo que puede pasar, mientras que el síndrome de la impostora es una interpretación errónea de lo que ya ha pasado, como si lo logrado no fuera fruto del mérito propio”.

El síndrome de la impostora alimenta el miedo al fracaso: si crees que no mereces lo que tienes, el miedo a no estar a la altura se intensifica.

Estefanía Salgado, psicóloga sanitaria

¿Cómo nace y se alimenta este miedo? Ricart señala que puede influir haber visto el fracaso en otras personas (en nuestras figuras de referencia, por ejemplo) o haber recibido críticas o reproches en nuestro núcleo familiar. Construimos nuestro mundo interno en base a estas normas no escritas (pero muy bien aprendidas) y rígidas acerca de cómo debemos ser y comportarnos. Ese código hace que nos juzguemos -a veces muy duramente- y desarrollemos un temor a no cumplir las expectativas de los demás. Les decepcionaremos. 

miedo al fracaso

¿Por qué algunas personas experimentan un miedo intenso al fracaso, mientras que otras parecen manejarlo mejor?

Depende mucho de la historia de aprendizaje de cada una. Así, unas pueden enfrentarse a los desafíos como una oportunidad mientras que a otras se les despierta un intenso temor a fracasar que acaba haciendo mella en su autoestima y, por tanto, en su manera de gestionar los conflictos. “Una misma situación es capaz de generar reacciones muy diversas en dos personas diferentes”, explica Ricart. 

Es perfectamente normal experimentar emociones negativas. De hecho, resulta adaptativo: nos anima a parar y sopesar lo  que podemos perder y si realmente merece o no la pena tomar una determinada decisión. Ahora bien, ¿en qué momento este miedo al fracaso “saludable” se convierte en algo realmente patológico?

miedo al fracaso

Cuando esta capacidad de reflexión y de aceptación del fracaso como una posibilidad más se convierte en un pensamiento capaz de ocupar otras parcelas de nuestras vidas, ya estaríamos hablando de una conducta más patológica, según Ricart.

“Por ejemplo, es natural cuando nos incorporamos a un trabajo tener miedo a no conseguir los objetivos del proyecto o a que algo no salga bien, ya que no tenemos mucha información al respecto -explica-. Sin embargo, cuando ese miedo genera pensamientos catastrofistas recurrentes que me impiden que me enfrente a ese nuevo puesto y lo acabe rechazando a pesar de estar plenamente capacitada para el empleo ya sería algo más patológico”.

¿Hay más impostoras que impostores?

Efectivamente. El conocido como síndrome de la impostora, aunque no es exclusivo de nuestro género, se da de manera más habitual entre nosotras. Salgado explica que tiene sus raíces en factores culturales y sociales, es decir, en la cultura patriarcal y los estereotipos que se fomentan. “Históricamente se ha cuestionado el lugar de la mujer en espacios de poder o autoridad. Muchas seguimos enfrentándonos a mensajes sutiles de duda sobre nuestras capacidades, como asociar el éxito con la suerte o las características personales, como la simpatía, en lugar de a las competencias”, añade.

Somos seres permeables a todo esto: la cultura nos atraviesa y nos obliga -de manera más o menos consciente- a cuestionarnos si esos estereotipos mienten o dicen la verdad. Si somos válidas o no. 
miedo al fracaso

Además, según explica la psicóloga, la falta de modelos femeninos en ciertos campos o la presión social por cumplir con expectativas del tipo que sea (laborales, familiares, estéticas…) también contribuyen a que el síndrome de la impostora sea una epidemia femenina. Como mujeres esperan que seamos cuidadoras, que no alardeemos de nuestros logros y que nos conformemos con menos, lo que impacta directamente en lo que internalizamos como éxito y como fracaso. “Se nos exige mucho más y se nos reconoce mucho menos”, concluye Salgado.

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Para fomentar una mentalidad más saludable, necesitamos desmantelar estas narrativas desde varios frentes: en la educación, enseñando desde la infancia un mundo igualitario donde el fracaso es parte del aprendizaje; en el entorno laboral, reconociendo los logros de las mujeres sin minimizar su esfuerzo o talento; y a nivel personal, promoviendo una cultura de apoyo donde compartir vulnerabilidades y éxitos sea algo natural y no vergonzoso.

Estefanía Salgado, psicóloga sanitaria
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Las consecuencias del miedo al fracaso 

El miedo al fracaso puede generar autoboicot: muchas mujeres no perseguimos ciertas metas o no nos presentamos a posiciones de liderazgo por temor a no estar «preparadas» o a fallar. Esto repercute en nuestro desarrollo profesional y bienestar personal: vivimos con una sensación constante de insuficiencia, que hace que vivamos alerta y tengamos el sistema nervioso desregulado. Nos puede llevar, además a no saber construir relaciones sanas del tipo que sea, ya que no nos sentimos aptas para expresar necesidades o deseos por miedo a ser rechazadas. No nos mostramos como somos de verdad. No nos dejamos ser.

Según explica Ricart, la presencia de estos pensamientos puede generarnos mucha ansiedad, ya que al final nos encontramos en un proceso de evaluación constante y esto, paradójicamente, nos dificulta el poder enfrentar de una manera efectiva los diferentes desafíos que se nos presentan en nuestro día a día. 

Es frecuente que, quienes sufren este temor intenso al fracaso, distorsionen su manera de pensar, por ejemplo, adivinando el futuro: “No lo conseguiré porque soy un desastre”. Tienden a ver el mundo en blanco y negro, haciendo interpretaciones muy generales sobre su rendimiento y valía. 

Mar Ricart, Psicóloga y Neurocientífica

En ocasiones, ese temor y las anticipaciones condiciona nuestras decisiones a todos los niveles y dan espacio a ese miedo. Así, no podemos saber qué pasa si lo silenciamos e intentamos ir en su contra, lo que refuerza la inseguridad y desconfianza en nosotras mismas.

¿Del miedo al fracaso se sale?

A pesar de que, como hemos visto, las raíces son profundas e incluso nos trascienden como personas individuales, ya que se deben a constructos sociales, sí que podemos trabajar para quitarnos ese temor de encima. Estas son las propuestas de Salgado:

  1. Abrir el foco.

    Mucha responsabilidad está fuera de nosotras. No lo podemos controlar todo. Ante esto solo podemos recordarnos que no tenemos que hacer nada para merecer amor o respeto. Solo por ser quienes somos ya lo merecemos.

  2. Cultivar una buena relación contigo misma.

    Eso de tratarte como tratarías a tu mejor amiga, es decir, mirarte con amor, tenerte compasión, caerte bien, reconocer tus logros por pequeños que sean.

  3. Normalizar el error.

    El fracaso es parte del proceso y puede ser, en lugar de una herramienta con la que flagelarse, una oportunidad para aprender y seguir creciendo.

  4. Buscar redes de apoyo.

    Rodéate de personas que te animen a crecer y que te sostengan en sus momentos vulnerables.

  5. Autocuidado emocional y físico.

    El descanso, la nutrición y la gestión emocional nos ayudan a fortalecer la autoestima y, con una autoestima fuerte, somos capaces de enfrentarnos a los problemas de otra manera.

  6. Cuestionar los pensamientos negativos (igual que haces con los positivos).

    Identifica tus creencias limitantes e intenta darles la vuelta para conseguir una afirmación constructiva. Por ejemplo, en lugar de decirte “no soy lo suficientemente buena” puedes decirte “tengo la capacidad de aprender”.

  7. Abrazar la imperfección.

    Date permiso para fallar y seguir avanzando, tanto en lo personal como en lo profesional.

Cuándo acudir a terapia

A medida que ese temor a fracasar nos empuja a escenarios que no deseamos en absoluto, como seguir en un trabajo que no nos motiva o comenzar una relación con alguien que nos gusta, podemos empezar a plantearnos comenzar una terapia psicológica. 

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Es recomendable comenzar a hacer terapia si nos vamos alejando más y más de aquello que está alineado con nuestros valores y motivaciones, ya que puede llevar a un estado de profunda tristeza y/o indefensión que es un buen punto de partida. 

Mar Ricart, psicóloga y neurocientífica
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Para abordar este tipo de dificultades podemos buscar a una profesional en terapia cognitivo conductual (TCC), ya que puede ayudarnos a identificar los miedos y su origen para, después, modificar esas creencias que nos bloquean y desarrollar estrategias que nos ayuden a ganar seguridad en nosotras mismas. Uno de los objetivos de este tipo de terapia, según explica Ricart, es que aprendamos a tolerar el fracaso y no dejemos que nuestra valía dependa de ello. 

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