A partir de los 30, ¿qué buscamos en una pareja? 

Una pista: ni es lo mismo ni es tan “fácil” averiguarlo como a los 20. 

noviembre 9, 2024 Escrito por Sara G. Pacho

Redactora de Bloom especializada en salud femenina, estilo de vida y feminismo. Licenciada en Sociología por la Universidad de Salamanca y en Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid. Máster en Comunicación como Agente Histórico-Social, especialidad en Lenguaje Audiovisual por la Universidad de Valladolid.

Revisado por el equipo de expertas de Bloom, plataforma especializada en salud femenina.

Si volviera a tener entre 20 y 25 años y me preguntaran qué busco en una pareja estoy segura de que sería capaz de contestar rápido y sin duda: “Que compartamos sentido del humor”, “que le guste [inserte aquí el grupo con el que estuviera obsesionada en ese momento]”, “que sea creativo”, ”que tenga tal ideología (o que no tenga esta otra)”, e incluso mencionar características físicas concretas, como si se pudiera montar a una persona a la carta. A decir verdad, esta utópica carta a los Reyes Magos se quedaba en agua de borrajas cuando aparecía alguien con quien había una conexión real. Quizá no cumplía todos los requisitos para el puesto, pero tenía otras cualidades que no se me habría ocurrido imaginar. Era parte de la magia, supongo

Cumplidos los 30, la cosa cambia. Como la princesa Aurora, aka La Bella Durmiente, al alcanzar cierta edad parece que cae sobre nosotras una especie de maleficio. Eso sí: en lugar de caer dormidas en un sueño profundo, tenemos los ojos más abiertos que nunca. Empezamos a darle una vuelta a algunas ideas acerca de las relaciones afectivas. Es normal: hemos acumulado experiencias que nos hacen cambiar la visión al respecto. Tenemos algo más claro qué queremos para nuestro día a día y, sobre todo, qué no queremos. Y sabemos, quizá también porque lo hemos aprendido a golpe de vivencia, qué aspectos de nuestra personalidad encajan y cuáles solo funcionan bien sobre el papel.

La treintena supone una barrera en la que muchas de nosotras nos damos cuenta de que la vida (y el amor) tiene más matices de los que habíamos tenido en cuenta hasta entonces.

buscar pareja en los 30

¿Es el amor romántico una trampa?

Es habitual que durante cierta etapa de la vida las relaciones románticas o afectivas se vivan de una manera intensa e incluso algo idealizada. Al menos esa es mi sensación como mujer que ha crecido en los 80-90 y se ha empapado a tope de ciertos estereotipos que van desde Quimi y Valle en Compañeros a Monica y Chandler en Friends. Además, por supuesto, de lo que hemos aprendido a través de nuestras vivencias personales, con la ficción y las experiencias de nuestro alrededor vamos construyendo una idea de lo que significa estar enamorada, lo que se debe sentir, cómo debe ser una relación.

Sé por amigas que, igual que me pasaba a mí, buscábamos emociones fuertes, chispas, química, ¿magia? Queríamos nuestro cuento de hadas, pero también pasión, construir un relato que nos hiciera creer que éramos especiales, que el elegido (hablo desde una experiencia 100% heterosexual) era, de verdad, el hombre de nuestra vida, que nos había cruzado el destino o vete tú a saber qué estupidez. Mirando atrás con cierta perspectiva (y madurez, por qué no decirlo), creo que de alguna manera buscábamos subir nuestra autopercepción a través de los ojos del otro. Y es que muchas veces nos vemos más inteligentes, más guapas y más extraordinarias cuando otros ojos que nos miran. Pero hay algo de trampa en todo esto: ¿qué pasa si lo pierdes? ¿Dejas de serlo?

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Queremos que esa persona sea absolutamente todo: nuestra mitad, nuestro amante pasional, nuestro mejor amigo, nuestra alma gemela. Queremos intensidad y la palabra estabilidad o rutina nos produce urticaria.  

Crecer, cambiar, ¿soltar?

Conozco muchos casos que encontraron a su pareja a los 20, o antes, y, años después, aquello sigue viento en popa. Han sabido crecer juntos, sus expectativas se han alineado, han continuado compartiendo intereses. No es mi caso, obviamente (de serlo, no estaría escribiendo estas letras). Por mucho tiempo he pensado que ojalá lo fuese, porque una parte de mí se aferra a ese cuento de hadas y piensa que no haber mantenido una relación u otra es un fracaso. A veces me cuesta pensar que, en realidad, lo complicado es lo contrario. Que cambiar y que tus gustos o intereses cambien está a la orden del día. De hecho, lo contrario me hace sospechar.

No soy la misma persona que cuando tenía 20 años. Ni que cuando tenía 27. ¿Por qué iban a mantenerse intactos mis gustos?

No es que me haya puesto o quitado un disfraz, es que he vivido todo un proceso de autoconocimiento sin viaje a India mediante. Las rupturas, decepciones y desencuentros me han colocado en un lugar diferente. Aquí es donde suele aparecer, en el mejor de los casos, el adjetivo estrella -“exigente”-, cuando no es esa especie de maleficio que nos echan a las childless cat ladies: “Te vas a quedar sola”. 

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Soy plenamente consciente de que soy solo una chica intentando sobrevivir en un mundo parejocrático. Que esto se puede sentir tanto a la hora de pagar las facturas como de pasar un domingo por la tarde en el sofá. No estoy en contra de las parejas. No estoy, de hecho, en contra de tenerla. Pero siento que no es una necesidad, y que no todo vale. En mi entorno he visto cómo algunas personas se agarraban a un clavo ardiendo como quien juega a las sillas musicales y se acaba la canción. Si no has encontrado tu sitio, estás fuera. A mí no me importa perder, salirme del juego y sentarme en el suelo. Prefiero eso antes que una silla incómoda, que una silla que no me guste de verdad.

¿He buscado alguna vez a alguien que llenara alguna especie de vacío? Creo que no, pero desde luego no voy a hacerlo ahora. 

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Algunas cosas que aprendí por el camino…

…de la vida amorosa entre los 20 y los 30

  • Compartir sentido del humor sigue siendo esencial. No jajas, no party. 

  • Da igual si tiene barba o tatuajes, pero tiene que existir la atracción física sí o sí. Lo demás es amistad.

  • La ideología importa. Lo personal es político (y viceversa).

  • El respeto está por encima de todo. Para esto hace falta rascar algunas capas, porque no siempre es fácil saber qué es aquello que nos incomoda o nos hace sentir mal. Hay expectativas sociales demasiado potentes, pero cada una tiene su verdad, y es la que vale.

  • Hay red flags. Mucho más exigentes (sí, el adjetivo de moda), porque quizá ya toleramos cosas que no deberíamos haber tolerado. Bendita experiencia y bendito feminismo. ¿Si te quiere te hará llorar? Ni-de-co-ña.

  • Da igual si le gusta un grupo de música que a mí me horroriza, y al revés. Me importa que podamos hablar de cualquier cosa con honestidad, que nos sepamos escuchar, que haya voluntad de comprensión.

  • No quiero que lo sea “todo”. Quiero mantener mis amistades, mi privacidad, mi independencia. Pero sí quiero que sea “hogar”. Y yo serlo para él.

  • A estas alturas de la vida, más que nunca, estar alineados en nuestras expectativas y propósitos. ¿Queremos convivir o preferimos estar cada uno en nuestro espacio? ¿Queremos tener hijxs? ¿Entendemos de la misma manera el sexo, la familia, la amistad, el amor?

  • El signo del zodíaco no importa. De verdad. Da igual.

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¿Recuerdas cuando tener gustos en común era lo más importante? A los 20, coincidir en aficiones parecía lo más relevante. Sin embargo, con los años, una se da cuenta que la verdadera compatibilidad trasciende a un mero hobbie. 

Calm is the new sexy

Tenemos tan presente la tiranía de la belleza y el imperativo de la juventud que, con frecuencia, las mujeres nos olvidamos de que hacernos mayores no tiene por qué tener connotaciones negativas. Al revés. ¿Ellos pueden ser maduritos atractivos, solteros de oro y lucir canas alegremente y nosotras tenemos que elegir entre ser Patty o Selma? En absoluto.

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La edad te arruga la piel, te genera nuevas preocupaciones e incluso te hace preferir un tardeo a llegar a casa al amanecer, pero también nos construye una identidad con la que estamos más cómodas. Ya no se trata de buscar la aprobación de nadie. Ya no hay que encajar en ningún grupo social. Podemos ser más nosotras que nunca. Tenemos independencia económica, sabemos qué es lo que nos hace más cosquillas y también lo que nos provoca arcadas.

Que estar enamorada no significa tener mariposas en el estómago ni vivir pendiente de que la otra persona me haga caso, que eso se llama ansiedad. Que lo sexy ahora es la tranquilidad, es saber que formas un equipo en el que puedes sentirte segura.

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