Opinión impopular: no me gusta Tinder. O por qué las apps de citas no están hechas para todo el mundo

enero 4, 2023 Escrito por Sara G. Pacho

Redactora de Bloom especializada en salud femenina, estilo de vida y feminismo. Licenciada en Sociología por la Universidad de Salamanca y en Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid. Máster en Comunicación como Agente Histórico-Social, especialidad en Lenguaje Audiovisual por la Universidad de Valladolid.

Revisado por el equipo de expertas de Bloom, plataforma especializada en salud femenina.

Conocí las aplicaciones para ligar a través de una amiga que vivía en el extranjero hace unos seis o siete años. Ella celebraba haber encontrado estas herramientas para conocer gente y tener sus affairs de vez en cuando. Tenía todo el sentido. Sin embargo, me resultaba difícil traerlo a mi terreno: yo ni me planteaba conocer a alguien en otro sitio que no fuera la barra de un bar, la fiesta de alguna amiga o, qué sé yo, el trabajo o el gym. Vamos, que en mi cabeza solo era posible ligar de forma presencial.

Entonces yo tenía pareja, por lo que Tinder no era más que un pasatiempo que vivir a través de los ojos de mis amigas solteras que empezaban a usarlo. Parecía divertido ayudar a elegir a quién dar like en el carrusel infinito de cromos –síle, síle, nole, nole- para, después, conocer sus experiencias de citas con unos y otros. En ningún momento pensé si yo sería capaz de formar parte de esa feria. Hasta que volví al single team.

«Hazte Tinder», ¿el imperativo de la soltería del siglo XXI?

Pasado el tiempo necesario para recuperarme y “volver al mercado”, este fue el consejo de mis amigas experimentadas en la app: “hazte Tinder”. Sin embargo, más que una recomendación parecía la única alternativa que me quedaba si quería conocer a alguien. Las aplicaciones para ligar estaban ya totalmente extendidas. Lejos del estigma original de que eran herramientas para losers, eran ya una especie de bares digitales diseñados a imagen y semejanza de la realidad donde, además, no hay posibilidad de fallar el tiro: todo el mundo lleva el cartel de disponible.

Las reglas son sencillas: exponer la mejor versión de una misma, revisar el catálogo y chequear las opciones para compartir “una noche o lo que surja”

“Todo el mundo lo usa”, me decían quienes se sentían tan cómodas en este escaparate como para afirmar que “se habían pasado el juego”. Eran, sin duda, frases de ánimo con la intención de normalizar mi entrada al fast food del ligoteo que en realidad caían como losas sobre mí. Si yo no me sentía cómoda en ese nuevo escenario virtual, ¿estaba condenada a no volver a ligar con nadie nunca más? #drama

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Evidentemente, lo probé. ¿Cómo no hacerlo? Mis amigas contaban maravillas de sus hazañas en la app, tanto quienes coleccionaban lovers como quienes buscaban algo más estable lo habían conseguido. ¿Acaso iba a ser yo el bicho raro que no encajara en Tinder? Spoiler: sí. Abrir el perfil fue, de hecho, mi primera fuente de frustración. 

Es cierto que cuando estamos conociendo a alguien y queremos lanzar la caña, mostramos nuestra mejor cara. Somos como pavos reales enseñando nuestras preciosas plumas para captar la atención y ocultar los defectos que ya saldrán si tienen que salir. Es un ritual donde buscamos sentirnos atractivas para gustar, ya sea con ese vestido con el que te ves pibón, con una conversación donde quede claro que eres culta, inteligente e interesante o haciendo reír a nuestro potencial ligue. Lo que cada una sienta que le nace en ese momento, lo que le funcione en el tonteo.

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Pero, ¿cómo plasmar todo esto en una pantalla que la otra persona leerá en diagonal? 

Ese coqueteo que siempre me había parecido, dentro de lo que cabe, natural, en Tinder era puro marketing. En mi carrusel se sucedían hombres con gafas de sol y actitud fucker, escaladores o viajeros empedernidos que acompañaban su galería de frases como “se busca partner in crime”. La frivolidad que me había asaltado en un primer momento se transformó de repente en angustia: todo me resultaba impostado y eso hacía que nadie me gustara. Epic fail.

no me gusta tinder

Por supuesto que hubo likes y matches a los que sucedieron conversaciones de todo tipo: poco fluidas, insistentes, aburridísimas e incluso agresivas. Sí, amigas, hay gente que después de un “hola, ¿qué tal?” te suelta un “¿follamos?” y se queda tan ancha. Esto me llevó a darme cuenta del gran abismo que había entre lo real y lo virtual. Vale, ya sabemos que las pantallas son los escudos del siglo XXI, pero, ¿quiere esto decir que una tenga que aceptar y participar de esta manera tan superficial y poco respetuosa de comunicarse? Obviamente no. 

Habrá quien me diga que esto solo refleja comportamientos que existen de manera “presencial”, y es cierto. Sé -porque soy mujer y lo he vivido- que a las 5 de la mañana también se acercan repasaos con proposiciones así de fuera de lugar cuando tú no has mostrado el más mínimo interés, como también sé que estamos luchando fuerte para que esto deje de ser normal. Así que lejos de aceptarlo, propongo cancelarlo por igual. 

Si no lo veo, no lo creo

Ni me gusta. Ya lo he dicho. Esta fue la siguiente barrera que encontré: NADIE me gustaba. Una imagen vale más que mil palabras. Ok. Sin embargo, en este caso notaba que me faltaba algo incapaz de traspasar la pantalla: saber cómo se mueve, cómo habla, cómo mira, cómo huele… Cuando me gusta alguien, me gusta con todos mis sentidos. Solo la vista no me vale. También me pasa a la inversa. No hablo solo del físico -que puede jugar a tu favor si sabes elegir la foto-, sino de la seducción en sí.

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En una conversación por chat no hay miradas, ni risas espontáneas, ni silencios tensos ni roces de manos. Es frío. Es artificial. Es un mero trámite que te lleva a tener una cita con un desconocido del que solo sabes que estuvo un verano en Tailandia.

Yo no sé ligar así y eso me hizo creer que tenía un problema. Que era una outsider total. Una marginada maldita que jamás volvería a ligar con nadie. Pero no. Simplemente Tinder no era para mí, como tampoco lo fueron las Ugg o ‘El señor de los anillos’. Nunca me he sentido una fracasada por que no me gustaran cosas que hacían las delicias de gente de mi entorno, ¿por qué hacerlo con esto? Una vez más, no hay fórmulas mágicas: lo que me sirve a mí puede que a ti no, y viceversa. Tinder no es la excepción: no es para todo el mundo. 

tinder no es para mí

Por qué no me gusta Tinder

Un pequeño descargo antes de finalizar: que conste que mi intención no es demonizar las apps de conocer gente. Personas cercanas a mí encontraron ahí su revolución sexual e incluso la pareja con la que conviven a día de hoy. Pero no, no es mi caso. Y estoy segura de que hay muchas personas que se sienten como me he sentido yo al respecto. Tras mucha reflexión, llegué a algunas conclusiones de por qué no me gusta Tinder que me hicieron alejarme de la culpabilidad por no ser lo que se esperaba de mí en este sentido y abrazar la aceptación. 

  • No es bueno para mi autoestima

    Como nada que dependa de la aprobación de los demás. ¿Qué pasa si nadie le da al corazoncito? La mente puede empezar a hacer de las suyas, sobre todo si estamos vulnerables.

  • Puede generar adicción

    Porque los likes (aquí y en Instagram), nos gustan (valgan la redundancia) y queremos más hasta confundir esos corazoncitos con amor real. Nada que ver.

  • El rechazo se multiplica

    Y lo hace de tantas maneras que asusta, como el ghosting, bastante habitual en estas apps y totalmente destructivo para nuestras autoestimas.

  • No existe nadie perfecto

    Pero en la vida real quizá pase más desapercibido. Cuando conoces a alguien hay una respuesta química en ti, no una investigación de cada foto, cada palabra y cada canción que ha elegido como carta de presentación en su perfil.

  • Vender humo agota

    Con lo bonito que es un flirteo, con lo divertidos que son esos momentos iniciales. Aquí son cansados, impostados, aburridos.

  • Es fast food

    Y no seré yo quien defienda un guiso a fuego lento, pero hay algo compulsivo y artificial en ligar de esta manera que no va con mi manera de entender las relaciones.

Es importante sentirnos cómodas en estos entornos digitales si vamos a formar parte de ellos. Igual que ya ha quedado atrás el estigma de «estoy en Tinder», es importante que caiga el de «no me gusta Tinder».

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