¿Nos vestimos y maquillamos para nosotras? El impacto del male gaze en nuestras decisiones
Este concepto hace referencia a la proyección de un ideal femenino por parte de los hombres. En el cine, la televisión o la publicidad, pero también en la vida real. Analizamos su implicación en nuestro día a día.
A mediados de la década de 2010, Leandra Medine popularizó su blog (y, luego, cuenta de Instagram) Man Repeller. El nombre, algo así como “repelente de hombres” hacía referencia a una conversación con sus amigas, que le decían que con su estilo y su particular forma de vestir era toda una “man repeller”.
Porque Leandra no vestía pensando en satisfacer los gustos masculinos ni en ser canónicamente sexy. Ella elegía configuraba sus looks con otro criterio: el de jugar con sus prendas, el de poner a prueba su creatividad, el de epatar a las amantes de la moda (como una servidora) que suspiraban por sus estilismos imposibles y tan refrescantes.
Su caso es un ejemplo claro de la influencia de la mirada masculina o male gaze en el modo en el que las mujeres nos vestimos y nos presentamos al mundo (con todo lo que ello implica en lo estético, pero también lo emocional). ¿Hasta qué punto nos arreglamos para nosotras mismas? ¿Lo hacemos para los demás? En ese “los demás”, ¿tiene más peso el criterio masculino?
Male gaze o mirada masculina: cuando la óptica heteropatriarcal es la dominante
El concepto de male gaze lo introdujo la teórica británica de cine Laura Mulvey en 1973. Su punto de partida nos sitúa en una sala de cine, en cuya intimidad el hombre espectador se posiciona como sujeto activo y la mujer, como objeto pasivo. Ella es la observada; él, quien observa y juzga y para cuyos estándares o gustos se moldea a la mujer, a la imagen que se presenta de ella.
Según Mulvey, “la mirada masculina determinante proyecta su fantasía sobre la figura femenina”, y lo que comienza en el cine o la literatura se extrapola a la vida real. Las mujeres “merecedoras” de esa mirada comparten una serie de características físicas y emocionales, que responden a los cánones cis y heteronormativos.
Y ¿qué pasa con las mujeres “no merecedoras” de esa mirada? Efectivamente: quien se sale de esos cánones parece condenada al ostracismo, a la no aceptación… o al esfuerzo constante para encajar en esos estándares.
Las consecuencias psicológicas de la mirada masculina o male gaze
La implicación social y emocional de la mirada masculina o male gaze es mucho mayor de lo que a priori, y situándonos en la sala de cine con Mulvey, pudiera parecer. Para las mujeres, supone el estrés, ansiedad u obsesión por tratar de encajar en unos esquemas muchas veces imposibles.
El intento (casi siempre inconsciente, pues los estándares cis y heteronormativos se cuelan por las grietas de nuestra sociedad, de nuestro día a día, y los interiorizamos sin darnos cuenta) por correspondernos con esas imágenes y representaciones de “mujeres perfectas” desemboca con frecuencia en una mella en la autoestima e, incluso, en trastornos de la conducta alimentaria o TCA. Además, no llega de la noche a la mañana, sino que crecemos con él, lo vamos interiorizando desde nuestra infancia.
Socialmente, las manifestaciones de esa obsesión colectiva por solaparnos con los requisitos de la male gaze se palpan en mil y un tratamientos para reducir la celulitis, para no envejecer (la mirada masculina prefiere la eterna juventud), para no mostrar las canas. Para, en definitiva, no parecer vulnerables, humanas, imperfectas.
Todo esto, huelga decir, tiene unas implicaciones mayores si hablamos de personas de género no binario o LGTBIQ+, que han de lidiar no solo con la presión de la mirada masculina sino también con la lgtbifobia.
Pero, cuidado, la male gaze o mirada masculina también ejerce su influencia sobre los hombres, que crecen conformándose un ideal de mujer a imagen y semejanza de las representaciones audiovisuales (no hablemos del porno), habitualmente arquetípicas y sin lugar a la diversidad.
De la pixie maniac dream girl a Euphoria: ejemplos prácticos de la mirada masculina
Bajemos al barro, ¿dónde vemos la mirada masculina en acción? En el cine clásico es sencillo encontrar ejemplos (Marilyn Monroe en su icónica escena con el vestido blanco levantado al viento es uno de ellos), pero ¿y en las producciones más recientes? El personaje de Margot Robbie en ‘El lobo de Wall Street’ es una muestra clara, pero hay otras manifestaciones, por así decirlo, más sutiles.
Un estándar de mujer (el concepto estándar de mujer ya nos repele) que se popularizó en la década de 2010 es el de pixie maniac dream girl, algo así como “la chica alocada de nuestros sueños”. Lo encarnó a la perfección Zooey Deschanel en ‘500 días juntos’ y retrató un ideal de mujer masculino sutilmente sexy, pero sin pasarse, con cierta alergia al compromiso y con unos gustos y pasatiempos, qué casualidad, enmarcados bajo el estándar masculino.
La “chica chico”, como la bautizaron en ‘Cómo conocí a vuestra madre’. Una chica cuya dimensión emocional queda reducida a “la que se lleva bien con los chicos”, que podría ser la mejor amiga o una más del “grupo de tíos”, pero que, además, es guapa y atractiva en un sentido cis y hetero.
Sorry, pero ya estamos lo suficientemente deconstruidas como para no creernos ese cuento. Para saber que esas representaciones no conectan con la diversidad del universo femenino.
Otro ejemplo reciente, en este caso del poder que la mirada masculina puede ejercer sobre las mujeres, lo encontramos en Cassie, el personaje de ‘Euphoria’ que vive por y para llamar la atención de Nate Jacobs. Aunque eso suponga invertir varias horas al día en un maquillaje impoluto y unos looks estudiados al milímetro.
Female gaze: el antídoto contra la mirada masculina
Afortunadamente, la nueva era feminista a la que estamos asistiendo, y que toma también en consideración aspectos de la cultura de masas como la male gaze en el cine o la publicidad, no solo cuestiona esa mirada masculina, sino que contribuye a ofrecer alternativas. La mirada femenina o female gaze es importante, mejor dicho, crucial, para brindar representaciones más diversas y conectadas con la realidad de las mujeres.
Mujeres escritoras, guionistas o directoras aportan perspectivas en las que nosotras no funcionamos como meros objetos pasivos, preciosas obras a observar. Mujeres que sienten, que se muestran vulnerables, que hablan de lo que de verdad les preocupa, que tienen inseguridades y que tienen inquietudes más allá de lo romántico. Lena Dunham y su serie ‘Girls’, Phoebe Waller-Brigde en ‘Fleabag’ o Greta Gerwig y su ‘Lady Bird’ son solo algunos ejemplos. ¿Estamos deseando ver cómo lleva al cine Greta Gerwig el universo de Barbie? Evidentemente.
¿De verdad nos vestimos, maquillamos y peinamos para nosotras mismas? Responder a la pregunta que da título a este artículo no es fácil: la respuesta corta sería no, pues la mirada de los demás (especialmente, la mirada masculina) nos condiciona. Pero la respuesta larga es que, cada día más, trabajamos en esa dirección, en arreglarnos y cuidarnos para y por nosotras. Algunas ya lo han conseguido y se han convertido en un referente para las que seguimos caminando en esa dirección.