
¿La nueva red social? Un club de lectura, una aguja para coser o descargarse Strava
Del club de lectura al Strava: nuevas formas de crear comunidad en tiempos de hiperindividualismo
A veces, basta una aguja, un libro o un par de zapatillas para empezar a tejer una red. Y es que, en pleno auge de las redes sociales y las relaciones digitales, cada vez somos más las que buscamos espacios donde conectar de forma más real y honesta, donde quizá sentirnos vistas, escuchadas y acompañadas. No, no estamos inventando la rueda. Solo estamos mirando lo que ya hicieron nuestras madres y abuelas: buscar refugios emocionales donde encontrar ese sentido de pertenencia. Quizá ellas lo hicieron sentadas en un banco a la sombra en la puerta de la casa, o en el parque. Nosotras lo hacemos quedando para hacer deporte, para comentar lecturas o para tejer. Y es que, lo que antes no dejaba de ser un mero pasatiempo, hoy es una forma de resistir frente al individualismo y esa hiperconexión que nos desconecta.


¿Qué nos dice este fenómeno sobre el momento que vivimos? ¿Cómo estas prácticas están siendo resignificadas como actos de resistencia y autocuidado colectivo?
Reunirse para leer, leer para reunirse
Es una realidad: los clubs de lectura están resurgiendo. Y es que, ¿qué mayor gesto de rebeldía hay que volver a perderse entre las páginas de una novela o un ensayo y escudriñar cada detalle? Esta es la idea con la que se han puesto en marcha muchos de estos espacios, como es el caso del Club de Lectura en Femenino de la Asociación Vecinal Puerta del Ángel. El objetivo de esta tertulia mensual es fomentar la lectura y reunirse presencialmente una vez al mes para comentar el libro que se haya escogido en común previamente. Se trata de un club abierto a todo el mundo, cuya única condición es que los textos que se elijan hayan sido escritos por mujeres. No se trata de una discriminación positiva, sino de intentar compensar todos los autores que ya conocemos y hemos leído y dar el espacio que se merecen autoras contemporáneas y pasadas. Annie Ernaux, Alana Portero, Keum Suk Gendry-Kim, Natalia Litvinova o Han Kang son algunas de las autoras que ya han protagonizado las reuniones de este club.


Según nos cuenta Esther, una de las vecinas que se encargó de poner en marcha este círculo literario, la intención era crear una experiencia más allá de la mera lectura individual. “Las personas que deciden compartir su opinión no se sienten juzgadas y se genera un ambiente de comprensión y escucha. Esto hace que el grupo se sienta cómodo y se genere una red de apoyo y colaboración. No es solo leer, es compartir esa experiencia y socializar en un entorno diferente”, explica.
Vivimos en la era de la productividad. Este tipo de espacios reivindican la importancia de socializar, apoyarse en la comunidad y compartir como pilares básicos del desarrollo humano.
No se trata en ningún caso de ir en contra del progreso, ni de renegar de la digitalización. Es más bien apoyarse en ella sin dejar de lado los vínculos “reales”. Según su experiencia, Esther insiste en entender este club y otras experiencias análogas como “un hilo de esperanza” y una manera de “poner en contacto a personas que desean compartir y conocer gente nueva”.


Mucho más que tejer
Este hilo de esperanza nos lleva a otro espacio que, efectivamente, ha sido tradicionalmente femenino y que ha tenido sus subidas y bajadas en cuanto a popularidad: tejer. Y es que, mientras nuestras abuelas y madres prácticamente no salían de casa sin su costurero, vinimos otras generaciones que, con toda la vergüenza del mundo, no sabemos ni coser un botón. Pero tejer es algo más que saber hacer remiendos. Se trata de algo habitualmente asociado a las mujeres y, por tanto, relegado a un espacio doméstico.
Pero, ¿qué pasa si esas mujeres que pasan su tiempo libre tejiendo de repente deciden juntarse? Esta fue la pregunta que se hizo Vivi cuando decidió crear Salamanca Knitting Club, una asociación de tejedor@s que comparten esta afición. “Me rondaba la idea de tener un grupo con el que intercambiar opiniones, echarnos una mano con las duda, contrastar técnicas y echar el rato tejiendo juntas”, explica.


Empezaron haciendo pequeñas reuniones en una cafetería pero, con el tiempo el grupo comenzó a crecer, por lo que decidieron constituirse como asociación para poder hacer uso de los espacios públicos y tejer más cómodamente. Así lo llevan haciendo desde el verano de 2023 mujeres (por ahora ningún hombre se ha unido) de todas las edades, desde menores de 40 a una que pasa los 80 años. Reservan tres horas el espacio cada 15 días para que cada una vaya cuando quiera dentro de ese horario. Con total flexibilidad. “Si surgen dudas de tejido o alguien quiere aprender algo en concreto, nos ayudamos mutuamente. Y disfrutamos de una tarde muy agradable”, añade.
Aunque tejemos cada una nuestra labor, nos sentimos unidas por algo común que nos lleva a crear relaciones de amistad, de estar atentas unas de otras. El tejido se convierte en un importante medio de socialización creativa. Creamos redes que nos vinculan y nos abren a otras personas con sus propias vidas, tan distintas y a la vez tan parecidas.
Además del rato comunitario y artesanal, Vivi señala un aspecto que conecta esta labor con la preocupación medioambiental, buena prueba de que estos clubs acaban siendo lugares transversales. Se trata del uso de materias primas locales frente al uso de materiales sintéticos: “Hay proyectos españoles de defensa de la lana autóctona en los que están recuperando rebaños que, además de darnos una lana maravillosa, colaboran en el mantenimiento del medio ambiente con el pastoreo y todo lo que supone de limpieza de los terrenos y a la vez abono de los mismos”, explica la fundadora de Salamanca Knitting Club.


Comunidad en movimiento
Y sí, además de la lectura y los trabajos manuales, no podemos obviar el tirón del deporte y su capacidad para crear conexiones entre personas que comparten intereses. Cada vez hay más grupos que se reúnen con la intención de compartir ese ratito de ejercicio en comunidad. Porque entrenar sola está bien, pero hay para quien puede resultar aburrido o incluso falto de motivación. Si hay algo que generan las comunidades tipo Strava, es esa disciplina de grupo que no solo registra kilómetros, sino que se plantea como un lugar donde celebrar logros, dar ánimos, compartir rutas…


Esta comunidad se sustenta en una serie de normas que todos los miembros respetan. Así es como se construye un lugar amable y seguro. Gracias a esta comunidad, una puede sentirse capaz de superarse físicamente y, mientras, hacer amistades basadas en el reconocimiento, la complicidad y el cuidado.
El fondo común: cuidar el vínculo
Más allá de las diferencias, estos espacios comparten algo esencial: la búsqueda de una comunidad cotidiana. Tras estos encuentros no hay grandes manifiestos, ni mucho menos militancias organizadas, sino afectos sostenidos donde el acto de reunirse se convierte en una forma de resistencia a la fragmentación, un compromiso con las relaciones tú a tú, una defensa de la unión entre personas.