Clean look: estética pulida, cuerpo frágil y control disfrazado de perfección

A poco que entres en redes sociales te habrás enterado de que lo que lo peta ahora es el clean look, pero, ¿qué esconde esta tendencia?

septiembre 14, 2025 Escrito por Sara G. Pacho

Licenciada en Sociología por la Universidad de Salamanca y en Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid.

Revisado por el equipo de expertas de Bloom, plataforma especializada en salud femenina.

TikTok, Instagram y Pinterest se han llenado de tutoriales que prometen enseñarte a lograr el clean look: cejas peinadas, piel luminosa sin imperfecciones, labios ligeramente sonrosados y un peinado bien pulido sin mechones fuera de lugar. A primera vista parece un estilo liberador, un maquillaje “natural” que celebra la frescura y la autenticidad. Sin embargo, detrás de esta estética hay más de lo que parece: horas de rutinas de cuidado facial, muchos cosméticos (no precisamente baratos) y una narrativa que, bajo el disfraz de naturalidad, dicta, una vez más, cómo debe lucir un cuerpo aceptable en la era digital.

El éxito de esta tendencia tiene mucho que ver con el funcionamiento del algoritmo que dirige nuestra vida: es visualmente agradable, transmite aspiracionalidad y se vende como accesible. Además, muchas influencers se han sumado a la tendencia. Para qué quieres más. Sin embargo, nuestra mirada feminista nos hace ver una lógica de control sobre la apariencia detrás de este “inocente” trend.

El clean look como nuevo estándar de belleza, ¿evolución o presión disfrazada?

Hemos vivido unos años en los que hemos creído que rompíamos con los cánones impuestos hasta el momento. Salirnos de la talla 38. Del bronceado de revista. Del pelo teñido. De la depilación. Que cada una de nosotras era completamente libre de escoger cómo ser. De amar su cuerpo. De sentirse a gusto en él. ¿Y si todo lo que nos hace sentir liberadas es, una vez más, una manera de controlar nuestro cuerpo y hacer que nos obsesionamos con su cuidado y apariencia?

El patriarcado sabe siempre ver la oportunidad de hacerse con el poder y a veces nosotras mismas somos sus mejores soldados. Porque si decidimos que no tenemos por qué exponer nuestra piel al sol hasta conseguir ese tono dorado, nos venderán autobronceadores; si decidimos que pasamos de retoques estéticos evidentes, nos venderán productos y tratamientos para estar “naturalmente” perfectas; si decidimos que no queremos maquillarnos más, nos enseñarán a hacerlo para que parezca que no lo hemos hecho (¡!). Y así, con todo. 

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La presión es más sofisticada: al contouring le ha quitado el puesto el maquillaje que parece que no está, pero que está. 

El esfuerzo invisible detrás del clean look: tiempo, dinero y desgaste físico

El clean look presume ser “minimalista”, pero, analicemos un poco más detenidamente el tiempo y poder adquisitivo que requiere: una piel perfecta es el resultado de una rutina facial constante y extensa (limpieza profunda, exfoliación regular, sérums para iluminar, alisar, nutrir, hidratar, cremas de alta gama e incluso tratamiento dermatológicos más o menos frecuentes), al igual que el cabello, que requiere todo tipo de productos de calor, fijadores y visitas a la peluquería para mantener el pelo “a raya”. Si, además, llevamos esta tendencia a lo natural a la ropa, nos topamos con el llamado lujo silencioso: prendas que parecen muy básicas, pero que no son precisamente del mercadillo. 

Basta mantener la atención 15 segundos para ver que estos vídeos de rutinas para un clean look esconden mucho tiempo frente al espejo, grandes gastos en cosmética y la autoexigencia de mantener una disciplina diaria. 

Al evidente gasto económico, tenemos que sumar el desgaste físico y emocional. El combo completo, vaya. Frustración de no conseguir los resultados esperados inmediatamente, comparación constante con influencers, sensación de no encajar en el estándar propuesto… ¿Te suena? 

Una estética minimalista que no siempre es tan “limpia” como parece

El culto al clean look puede derivar en problemas de autoestima, obsesiones con la piel “sin textura” y trastornos relacionados con la alimentación y la autoimagen. Nos quieren vender que es salud, pero si, al final, lo que hace es generar angustia y frustración, pues nos hace levantar un poquito la ceja.

¿Tiene algo que ver este trend con la difusión de un mensaje ultraconservador? Ya hablamos de ello cuando analizamos el fenómenos de las tradwives, y sabemos que partidos como Vox utilizan las redes para difundir su argumentario entre los más jóvenes: según este estudio de Andrea Castro Martínez y Pablo Díaz Morilla (ambos profesores de la Universidad de Málaga) su estrategia digital se caracteriza por “la simplificación y el empleo de un lenguaje directo y claro, con expresiones beligerantes y de llamada a la acción, que explota para descalificar y ridiculizar a sus adversarios políticos y ensalzar a sus líderes”. 

¿Qué tiene que ver esto con el clean look que nos ocupa? Aparentemente nada y desgraciadamente mucho. Así lo explica Wanda Pacheco, experta en Comunicación Social con perspectiva de género: “[el clean look] refleja la necesidad del poder de reforzar a través de la moda un ideal no solo conservador, sino también de ‘buena mujer’”. Parece inocente, pero esta estética que nos ataca constantemente en Instagram y Tik Tok refuerza roles de género de forma sibilina. Lejos de abrazar la simplicidad y la naturalidad, defiende el clasismo, el ideal inalcanzable de belleza, el saber estar. La opresión. 

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Si en los años 2000 lo petaba el maquillaje recargado y los cuerpos extremadamente delgados, hoy el clean look encarna un nuevo tipo de normatividad: pulcritud, neutralidad y “salud” aparente. Pero sigue siendo un molde excluyente.

Esta estética se presenta como “neutral” porque no tiene colores estridentes ni accesorios excesivos. Pero esa neutralidad esconde una rigidez que define qué piel, qué tipo de cabello y qué rasgos encajan. Lo clean se convierte en sinónimo de “aceptable”, y lo que se sale de esa línea se percibe como desordenado o inadecuado. Y es que, al final, lo inquietante no es solo la estética en sí, sino lo que revela: que seguimos midiendo el valor de los cuerpos bajo parámetros impuestos. 

¿Quién puede permitirse el clean look? Privilegios ocultos y exclusión estética

Llegados a este punto, es hora de abrir este melón y decir bien alto y claro que esta tendencia no es igual de alcanzable para todas las personas. No podemos obviar que parte de algunos privilegios que no siempre se nombran: poder adquisitivo para costear productos, acceso a dermatología, tiempo libre para rutinas de cuidado, y sobre todo, partir de ciertos estándares de belleza —piel clara, rasgos finos, cabello liso o moldeable— que encajan mejor con la estética. De universalidad, nada. 

Basta un reto de “cómo conseguir piel de cristal en 5 pasos” para que miles de personas sientan la presión de imitarlo. El algoritmo crea modas y nos educa para acabar siendo un ejército de personas que, o se ajustan al ideal, o se sentirán frustradas. 

La sociedad sigue encontrando formas de exigir perfección, incluso cuando parece estar promoviendo autenticidad. Lo que cambia es la estrategia: en lugar de imponer reglas explícitas, se instalan microtendencias que funcionan como mecanismos sutiles de control.

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