Todas las reflexiones que nos deja el caso Pélicot en Francia y una constatación: la vergüenza tiene que cambiar de bando
Analizamos las claves de una de las tramas de agresión sexual más impactantes hasta la fecha
Estos días es realmente difícil no sentir un fogonazo de rabia en el pecho y un cuestionamiento permanente. 51 hombres están siendo juzgados en Avignon (Francia), por delitos de violación agravada contra una misma mujer: Gisèle.
Gisèle, que ya no se llama Gisèle Pélicot, el apellido de su marido, Dominique Pélicot, la cabeza pensante de toda esta barbarie, como ella misma la ha descrito. Dominique, un jubilado de 71 años que habría suministrado a su mujer fármacos para dormir contra su voluntad. Es decir: la habría drogado y puesto bajo sumisión química, invitando a casi un centenar de hombres a que la agredieran sexualmente en pleno estado de inconsciencia.
Aún así, de él en prensa se destaca que su entorno lo consideraba “un buen tipo”, “un buen padre”, palabras sostenidas también por su familia hasta el momento. De forma similar se ha tratado al medio centenar de encausados: se hace referencia a que son “personas normales”, o sea con un trabajo o estilo de vida considerado normal. Bomberos, funcionarios, el tío al que saludas cuando vas a comprar el pan, e incluso jubilados. Perfiles de los 26 a los 70 años.
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El caso Pélicot deja numerosas claves sobre las que reflexionar. Por un lado, la cuestión más central: la naturalización de la cultura de la violación. Una de las preguntas más evidentes es cómo es posible que un hombre que vive en un pueblo de apenas 6.000 habitantes sea capaz de encontrar decenas de hombres dispuestos a violar a su mujer inconsciente. Cómo pueden aceptar y, de los que no lo hicieron, ninguno haya sido capaz de denunciar en diez años. Estamos hablando de hombres que, en algunos casos, también conocían a la víctima.
Esto, creo, nos deja una duda muy dolorosa a todas las mujeres estos días, el hecho de preguntarnos: ¿cuántos hombres de mi entorno lo harían? ¿alguno habrá hecho algo similar? Otro de los interrogantes que he visto formular, y que veo realmente revelador es: ¿sería una mujer capaz de encontrar a casi un centenar de mujeres dispuestas a llevar a cabo semejante atrocidad y ninguna lo denunciaría en una década?
Por otro lado, otra de las cuestiones descorazonadoras en este caso -y habitualmente, en los casos de agresión sexual- está siendo el tratamiento mediático del mismo. Gisèle ha decidido pasar por este proceso judicial a puerta abierta para dar a conocer el caso y a los perpetradores del mismo. Sin embargo, la única cara que sale en los medios es la suya. Con un apellido, por cierto, que no es el suyo, si no el de su agresor. A pesar del centenar de noticias que recorren las redes estos días, ¿le habéis puesto cara al señor Pélicot? Porque yo he tenido que buscarlo activamente. Lo mismo con los más de 50 autores de la agresión.
¿Cuántos hombres de mi entorno lo harían? ¿alguno habrá hecho algo similar?
Quizá una de las dimensiones que más rabia genera en este caso también es cómo de evidente es la normalización y naturalización del malestar físico y psíquico femenino. Nadie sospechaba que a Gisèle, una mujer cuyo entorno ha declarado que veía cómo se le caía el pelo, cómo empeoraba su apariencia y conducta, detectando signos de amnesia incluso al llegar a sospechar que tenía principio de Alzheimer, le pasaba algo. Alguien que ha llegado a contraer varias ITS en la última década, a pesar de constatar que siempre se ha considerado “mujer de un solo hombre”, como recoge en el atestado policial.
Cómo es posible que en diez años no se haya alzado ninguna duda respecto al hecho de que una persona viva padeciendo los dolores y molestias correspondientes a ser agredida por decenas de desconocidos sin protección. Es que, en realidad, el caso se ha destapado porque en 2020 la policía comenzó a investigar a Pélicot por hacer fotos bajo las faldas de las trabajadoras de un supermercado. No por otra cosa. Ahí fue cuando las autoridades vieron las miles de imágenes de agresión sexual a una misma mujer: Gisèle.
Hasta entonces, nadie parece haber sospechado nada. N-a-d-i-e; ni ella, ni la gente de su entorno, -y algo que resulta de lo más indignante- ni los profesionales a los que acudió por las molestias que sufría. Muchas de nosotras estaremos acostumbradas a tener que insistir en ámbitos sanitarios por el simple hecho de que nos atiendan y se tomen nuestro dolor en serio. Pero es que, ¿hasta el caso de una mujer agredida de forma brutal y múltiple durante diez años puede llegar a pasar desapercibido?
Por último, otro gran interrogante que me asalta estos días es: cómo habría sido el debate si el caso hubiera ocurrido en España, teniendo en cuenta que quizá el antecedente más similar es el caso de La Manada y tanto su tratamiento mediático como judicial han supuesto un verdadero trauma para millones de mujeres.
Recordemos que, según la última encuesta de violencia sexual llevada a cabo en España, más del 20% de hombres pensaban que obligar a mantener relaciones a su pareja sin consentimiento (es decir, violarla) no debía estar castigado por ley. ¿En qué tónica se hubiera vuelto a desarrollar un juicio social de esta magnitud y gravedad? ¿A qué mujeres con proyección pública les hubiera tocado pagarlo? ¿Cuánto tardaría en difundirse las fotografías y detalles de la vida personal de la víctima?
Gisèle, como superviviente del que seguramente sea el caso de agresión sexual múltiple más impactante hasta la fecha, ha revindicado su malestar y su lucha como algo colectivo. Ha decidido poner su rostro frente al mundo por todas nosotras, ya que ha confesado que en ningún caso se somete a una audiencia pública por interés propio: “Hablo por todas estas mujeres que están drogadas y que no lo saben, lo hago en nombre de todas estas mujeres que tal vez nunca lo sabrán (…), para que ninguna mujer más tenga que soportar la sumisión química».
Resultan también muy reveladoras las palabras de su abogado: “La vergüenza tiene que cambiar de bando”. Y es que en este caso es especialmente evidente cómo de lo que no se habla no existe, cómo el hecho de saber y poder identificar esas contradicciones, molestias, señales y ser parte de un entorno que también las entienda y respete puede, literalmente, salvarnos la vida.
Gracias a Gisèle, muchas mujeres buscarán lo que significa sumisión química, se cuestionarán si la han sufrido, darán el paso a contarlo, buscarán cómo denunciarlo, tratarán de identificar las señales de alerta, avisarán a sus amigas, a sus madres, a sus tías. Muchas mujeres llegarán a casa mañana gracias a Gisèle. Muchos hombres dejarán de gozar de una impunidad que se retroalimenta con nuestra vergüenza y nuestro trauma.
Gracias, Gisèle, una superviviente y un símbolo de dignidad y lucha.