Poniendo el consentimiento en el centro: guía para no olvidar(nos) de lo que significa
No se trata únicamente de un derecho fundamental, sino que es un concepto esencial de cara a acabar con la cultura de la violación y construir relaciones sanas y respetuosas
¿Recuerdas el movimiento #MeToo y cómo sacudió los cimientos de la sociedad? Uno de los temas más destacados que surgió de esta revolución fue la importancia del consentimiento sexual. Una nueva ola nos ha cogido estos días bajo el hashtag #SeAcabó, que nos devuelve, una vez más, al mismo concepto. El piquito de Luis Rubiales a la futbolista Jenni Hermoso ha reabierto un debate que parece que no acabamos de dar por superado.
El consentimiento, en su forma más básica, se refiere a «la voluntad libre y consciente de una persona para participar en una actividad sexual o cualquier otra actividad que implique la invasión de su espacio personal o la toma de decisiones sobre su propio cuerpo«. Sin embargo, cada vez que un caso de abuso o agresión se hace, digamos, popular, no tardan en salir las voces, digamos, discordantes apoyadas en falacias machistas y poniendo el foco en la víctima en lugar de buscar la responsabilidad del agresor.
¿De verdad aspiramos a vivir en una sociedad donde los hombres busquen el consentimiento de las mujeres y no su deseo? ¿En serio alguien puede dudar de cuándo una persona quiere mantener relaciones y cuándo no? ¿A estas alturas aún tenemos que recordar que llevar determinada ropa no es un sí, que podemos cambiar de opinión incluso en el último momento?
¿Y si en lugar de buscar el consentimiento esperamos, simplemente, “deseo”?
«No» no es el comienzo de una negociación
El consentimiento no es una subasta donde tienes que negociar tus límites. «No» es una oración completa que no necesita justificación ni explicación. Repasemos este concepto de acuerdo a los criterios básicos que ha de cumplir:
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El consentimiento tiene que ser libre
Se trata de una elección voluntaria de todas las partes involucradas. El silencio no es un sí. La ausencia de no tampoco es un sí. Si una persona está inconsciente o bajo el efecto del alcohol o las drogas y no puede dar su consentimiento tampoco es un sí. El sexo bajo coacción del tipo que sea tampoco se considera consentido.
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El consentimiento tiene que ser informado
Mentir, ocultar intenciones o, por ejemplo, quitarse el preservativo a mitad de una relación sin que la otra persona se entere no se considera sexo consentido.
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El consentimiento tiene que ser concreto
Que yo consienta besarte no quiere decir que consienta irme a la cama contigo.
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El consentimiento tiene que ser reversible
Puede retirarse en cualquier momento, incluso a mitad de una relación sexual. Nunca estamos obligadas a continuar si no estamos de acuerdo. Tenemos derecho a cambiar de opinión.
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El consentimiento tiene que ser entusiasta
No se trata únicamente de no decir que no, sino de expresar deseo de manera activa, voluntaria, verbal o no verbalmente.
La cultura de la violación, que minimiza o justifica la violencia sexual, es un problema sistémico que debe abordarse de manera urgente. Hablar sobre el consentimiento sexual no solo es una forma de prevenir violaciones y otros delitos sexuales, sino de fomentar relaciones sanas, igualitarias, respetuosas.
Desafiando la cultura de la violación: el consentimiento como imperativo social
Un aspecto especialmente preocupante es la normalización del comportamiento coercitivo en las relaciones sexuales. A menudo, se desestima la importancia de obtener un «sí» claro y entusiasta, lo que crea un ambiente en el que a menudo las mujeres nos sentimos presionadas a complacer al otro, en lugar de sentirnos libres para expresar nuestros deseos y límites.
Este tipo de comportamientos no son solo inaceptables, sino que contribuyen activamente a perpetuar la cultura de la violación y a erosionar la idea de que el consentimiento debe ser continuo y se puede revocar en cualquier momento.
La cultura de la violación no es innata al ser humano, no está en nuestro ADN. Es algo aprendido: igual que se aprende, por tanto, se puede desaprender. Lamentablemente, invertir este proceso nos está costando demasiada sangre, sudor y lágrimas.
La educación, por supuesto, desempeña un papel fundamental en este proceso. Una sociedad que educa desde bien temprano sobre la importancia del consentimiento, el respeto mutuo y la igualdad de género es una sociedad más justa, menos peligrosa, más igualitaria. Además, es crucial que las instituciones y la sociedad en su conjunto promuevan una cultura que «empodere» a las víctimas a hablar y denunciar la violencia sexual, al tiempo que responsabiliza a los agresores de sus acciones, y no al revés.
El consentimiento en el centro de la legislación
Aún enfrentamos desafíos significativos en la implementación efectiva de leyes basadas en el consentimiento en todo el mundo: tan solo 13 de 31 países europeos han promulgado leyes basadas en el consentimiento hasta la fecha. Incluso en los territorios que cuentan con esta legislación las víctimas tienen que enfrentarse a estereotipos y mitos machistas aún muy arraigados en el sistema judicial.
Hace casi un año España daba un gran paso en derechos sexuales de las mujeres con la conocida como “Ley del solo sí es sí”. Con esta nueva norma, el Ministerio liderado por Irene Montero quería poner la atención en el consentimiento a la hora de categorizar las agresiones y abusos sexuales.
Si echamos la vista atrás, vemos que en nuestro país hasta 1989 el consentimiento no se consideraba un elemento a tener en cuenta a la hora de perseguir delitos sexuales. En 1822, por ejemplo, el Código Penal hacía referencia a la honestidad y no consideraba el consentimiento de la mujer casada como un factor determinante en los delitos sexuales. No era más que el reflejo de una sociedad donde las mujeres se consideraban poco menos que propiedad de sus padres o maridos. La libertad sexual -y no digamos el deseo- ni estaba ni se la esperaba.
Con la reforma del Código Penal del año 89 no se mencionaba de manera explícita el consentimiento, pero sí se empezaban a ver las orejitas de este importante concepto a la hora de juzgar delitos sexuales. En los años sucesivos, las reformas giraron en torno a diferenciar entre abuso y agresión sexual, y, afortunadamente, el término honestidad salió de la ecuación.
La ley del “solo sí es sí” de 2022 ha marcado un hito importante en la protección de la libertad sexual de las personas. Su definición pone el acento en la necesidad de un consentimiento explícito y positivo de cualquier acto sexual. Así, se intenta desterrar la idea de que el comportamiento de alguien, como su forma de vestir, coquetear o besarse, no constituye de ninguna manera una invitación para avanzar más allá de esos límites ni debe justificar ningún tipo de violencia sexual.