Un testigo en el tiempo: así ha contribuido el arte a normalizar la violencia machista
Desde la mitología clásica a la religión, pasando por el cine contemporáneo: exploramos el papel de la narrativa de género en el arte de la mano de dos expertas.
El arte es un espejo que refleja las luces y las sombras de nuestras experiencias humanas y un vehículo fundamental de transmisión de ideología. En sus diversas formas, tiene la maravillosa capacidad de trasladar emociones, contar historias y provocar un diálogo profundo sobre cuestiones sociales. Pero, a la vez, esconde la cara b de contribuir (o haberlo hecho) a la normalización de multitud de formas de violencia presentes en la pintura, la fotografía y la publicidad. Este 25N, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, nos queremos fijar en cómo se ha retratado la violencia machista en el arte.
De diosas a objetos
Helena Satoca en su libro ‘Ni musas ni sumisas’ (2022) comienza haciendo un pequeño relato de lo que percibimos las mujeres occidentales desde muy pequeñas, incluso en entornos más bien laicos. Según la autora, nuestra socialización viaja a caballo de la dicotomía de la buena y la mala mujer. La santa y la puta. La pura y la mala. La Virgen María, limpia, pura y llena de gracia, frente a Eva, desnuda, curiosa, ¿libre?, culpable de todos los males. Esta mitología cristiana está muy presente en el arte, como también lo está la mitología clásica. Pero, ¿siempre ha sido así?
Pilar Cebrián, licenciada en Historia del Arte y graduada en Educación Social, nos explica que este contraste que nos resuena a todas entre la buena y la mala, lo que somos y lo que deberíamos ser, es una constante en las manifestaciones artísticas a partir de un punto de la historia.
¿Cuándo empezamos a ser retratadas como musas, esposas y amantes y dejamos de ser diosas de la fertilidad, como la Venus de Willendorf, para ser mujeres sumisas y humilladas? Según Cebrián, este cambio de paradigma podría tener lugar en las civilizaciones antiguas del mundo clásico, que eran patriarcales. “La mujer apenas tenía presencia en la vida social y política, por lo que estaba relegada a la procreación y la obediencia”, explica.
Si hablamos de narrativa de sometimiento y consideración de sexo débil, tenemos que volver a fijarnos en los mitos, fuente de inspiración de mucho material artístico: Apolo y Dafne, el rapto de Europa o el rapto de las Sabinas son algunos ejemplos de ello.
¿Cómo no vamos a producir arte violento y agresivo hacia las mujeres si la violencia está implícita en la cultura, en la misoginia y la tradición artística patriarcal? La amenaza de la violación fue incesante e incluso se pensaba que las mujeres eran merecedoras por ser perpetuamente libidinosas e incluso perversas.
En el Renacimiento hay un cambio que tiene que ver con el desnudo femenino, lo que sirvió, según Cebrián, para legitimar la representación artística de la mujer como objeto de deseo masculino tanto en temas profanos (‘El nacimiento de Venus’, de Botticelli; ‘Dánae recibiendo la lluvia de oro’, de Tiziano) como en los religiosos (‘Susana y los viejos’ , de Tintoretto).
Más allá del lienzo
No tenemos que irnos únicamente a la pintura o la escultura ni a periodos tan antiguos para poder observar esto. El cine es un formato plagado de escenas de violencia contra las mujeres, desde violaciones a desmembramientos y asesinatos que vemos de manera muy explicita y que, en algunos casos, esconden violencia real. “Se han representado imágenes atribuidas a las mujeres en la sociedad con una característica común: la subordinación y la violencia. Es una forma de dominación que se ejerce sin justificación en la mayoría de los casos y que es aceptada sin ser cuestionada”, expone Cebrián.
Es el caso de ‘El último tango en París’ (1972), una película donde la escena de la violación fue grabada sin que la actriz (María Schneider) supiera lo que iba a suceder. Según el director (Bernardo Bertolucci) y el actor principal (Marlon Brando) pretendían que la escena fuera lo más creíble posible.
El cine visibiliza el maltrato y las agresiones hacia las mujeres. Si queremos aportar utilidad, es necesario que sigamos introduciendo miradas femeninas frente al relato misógino de pasividad y subordinación.
El arte como denuncia y resistencia
Frente a todas estas representaciones misóginas y machistas, son muchas las artistas que se han servido del arte para denunciar la violencia y los abusos de poder del patriarcado. Gracias a esta conexión con el activismo político-social podemos poner temas sobre la mesa y defender nuestros derechos a favor de la igualdad.
Montaña Hurtado, historiadora del arte, nos habla del papel de esta disciplina como herramienta de concienciación en nuestra historia más reciente. “Sin embargo -lamenta-, las prácticas artísticas que cuestionan el orden establecido y denuncian la violencia machista siguen ocupando espacios marginales en los museos y en general en los circuitos artísticos. Es necesario romper esa barrera”.
Y es que la representación de la violencia contra las mujeres en el arte, igual que ejercerla, ha contado históricamente con un gran respaldo social. Señala Hurtado que si algo ha generado controversia en este caso siempre ha sido denunciarla. “A principios del siglo XX en España se premiaban pinturas claramente pedófilas mientras que se consideraban inmorales trabajos como el de Antonio Fillol, que en su obra ‘El sátiro’ denunciaba la violación sufrida por un niña de cinco años”, explica.
Actualmente, las polémicas surgen cuando se revisa la obra de un artista y se descubre que ejercían una violencia en privado que retrataban después en sus obras. Es el caso de Picasso, que, en los retratos que hizo de su amante, la artista Dora Maar, se encargó de que pareciera «una loca histérica». “Aunque esto tiene mucho valor didáctico, se suele considerar que estas cuestiones deben quedar al margen para ceñirnos a un análisis exclusivamente estético de las obras de arte”, nos indica Hurtado. Aquello de separar la obra del artista. ¿Es posible?
Retratando realidades
A medida que avanzamos como sociedad, el arte va evolucionando también. La conciencia social que hemos ganado en ciertos temas relacionados con el feminismo en los últimos años está siendo el campo de cultivo para que, en general, nos dé menos miedo hablar y visibilizar lo que nos pasa. Esto no quiere decir que no siga siendo un acto duro y valiente.
Y si no, que se lo pregunten a Jana Leo: la artista multidisciplinar madrileña fue violada en 2001 en su piso de Harlem, en Nueva York. No solo se atrevió a hacer escribir con gran dureza y honestidad lo que había vivido en su libro ‘Violación: Nueva York”, sino que creó un proyecto educativo bajo el título ‘No violarás’. Leo quería, en este caso, poner el foco en el potencial agresor, en lugar de dar consejos preventivos a las posibles víctimas.
El arte ahora mismo también habla de techo de cristal, de sexualización, de discriminación. Y se moja.
Hurtado cita otras obras para ilustrar cómo se refleja la transformación social en el arte. En primer lugar, la artista urbana Hyuro, que utilizó sus murales como denuncia. Su obra ‘Patriarcado’, de hecho, hacía alusión a una de las sentencias de “La manada”, en 2018.
Otro buen ejemplo es ‘El tendedero’, una instalación de la artista mexicana Mónica Mayer donde se pedía a las participantes que cogieran un post it y completaran la siguiente frase “Como mujer lo que más me disgusta de la ciudad es…”. La idea era dar visibilidad a la violencia que sufrimos las mujeres a diario en espacios públicos. Mayer ha reactivado varias veces este tendedero con otras preguntas.
En esta misma línea de trabajo encontramos a la artista malagueña Verónica Ruth Frías, que preguntó en sus redes sociales a sus seguidoras qué objetos llevaban en el bolso para protegerse de posibles agresiones al volver a casa por la noche, que formaron parte de su proyecto ‘Armadas hasta los dientes’.
Las artistas muchas veces se convierten en facilitadoras y mediadoras al servicio de las mujeres, muchas veces víctimas de violencia machista.
Son inspiración
Para cerrar este reportaje, hemos pedido a nuestras dos colaboradoras que nos recomendaran algún ejemplo de obras o artistas que aborden la violencia machista de manera impactante o reveladora para ellas.
Pilar Cebrián nos habla de Anne Whitney, escultora y poeta estadounidense de finales del siglo XIX que utilizó su obra para expresar su punto de vista social y político. Creó una escultura a tamaño natural de Lady Godiva, la protagonista de una leyenda anglosajona que aceptó desfilar sobre un caballo desnuda a cambio de que su ambicioso marido bajara los impuestos al pueblo de Coventry. “Esta leyenda ilustra la desnudez como una humillación: el marido disfruta de la crueldad que ejerce contra su mujer. -explica-. Whitney, sin embargo, representa a Lady Godiva vestida, con dignidad y la mirada alta”.
Montaña Hurtado se refiere al libro ‘Rape Is.’ (1972) de Suzanne Lacy, que contiene definiciones de violación que van más allá de la agresión sexual para hablar sobre cultura de la violación. Aunque nos parezca algo muy actual, Lacy ya señala como violación ir por la calle tranquilamente y que alguien te grite desde un coche. “El diseño del libro tenía un gran peso -explica la historiadora-. Las cubiertas eran completamente blancas y se cerraba con unas solapas en la parte frontal con una pegatina de color rojo en la que se leía la palabra Rape (violación). Para leer el contenido del libro había que romper la pegatina. Es algo que interesa mucho a Suzanne Lacy: crear sensación de incomodidad en el espectador”.
Bibliografía:
- Arte contra la violencia de género
- Principia
- ‘Mujeres al margen: historia del arte y violencia machista’, (2020, Alicia Sempere Marín)
- EmpoderArte