Las relaciones tóxicas enganchan: esto es lo que pasa en tu cabeza cuando sales de ellas
Cuidado con las trampas emocionales que nos ponemos cuando conseguimos escapar de una dinámica tóxica.
¿Por qué nos aferramos a alguien que nos hace daño? Muchas veces desde fuera se ve clarísimo que eso no nos conviene, incluso nosotras mismas lo sabemos, pero somos incapaces de salir de ahí. ¿Nos va la marcha o es algo más complejo? ¿Por qué cuando logramos dejar atrás una relación turbulenta y damos con alguien que nos ofrece tranquilidad en lo emocional parece que nos falta algo?
Peligro de relación tóxica
Cuando hablamos de relaciones o dinámicas de pareja tóxicas nos referimos a ese cóctel tremendo de manipulación emocional, abuso psicológico y dependencia. No quiere decir que tú o esa pareja seáis personas tóxicas per se, pero esa relación se ha vuelto tan dañina como una droga.
En este símil se encuentra la clave: adicción. Nos convertimos en auténticas yonkis del drama y, a medida que nos destruimos, vamos intensificando el vínculo para que sea aún más imposible de romper. El cerebro se acostumbra a este juego: hay una parte dañina y terrible, pero también hay una recompensa, por pequeña que sea, que nos hace seguir echando monedas a esta terrible tragaperras.
Las relaciones a las que nos referimos como tóxicas generan una especie de adicción emocional: nos acomodamos a esas recompensas esporádicas, que hacen que “nos merezca la pena” sufrir.
Quienes caen en esta espiral tóxica suelen experimentar una montaña rusa de emociones: desde la ansiedad y la tristeza a la euforia, pasando por la sensación de no poder escapar. Esto hace que se genere una gran dependencia del otro y, de manera suave, vamos dejando en su aprobación y afecto nuestra propia validación. La autoestima baja y la falta de confianza son el combustible perfecto para que ese ciclo no termine: alimentamos la creencia de que no merecemos algo mejor.
¿Cómo saber si estamos atrapadas? Las señales, sutiles al principio, se vuelven más evidentes a medida que nos enganchamos. Menosprecio, abuso emocional o violencia que aprendemos a justificar como conflictos normales.
Dejar esto atrás es algo más complejo que terminar con esa relación: vivir algo así deja secuelas. Quizá crees que te has recuperado, pero la herida es más profunda de lo que imaginas. El abuso psicológico y la manipulación pueden dejar cicatrices invisibles en el interior que se manifiestan en la falta de autoestima en nosotras mismas o desconfianza hacia los demás, pero también puede crearte cierto vacío. ¿Dónde está la intensidad, el torbellino, las mariposas devoradoras de vísceras, vivir esperando constantemente que pase algo que siempre pasa?
¿Qué tienen las relaciones tóxicas para que vayamos a por ellas como abejas a la miel?
Lo vemos constantemente en la ficción: pasión, celos, ansiedad, locura… La cultura popular nos invita a asociar amor con sufrimiento y nerviosismo. Cuando encontramos a alguien que nos invita a dejar de nadar en aguas turbulentas para meternos en un tranquilo lago, nos parece que falta algo. El punch. La chispa. El drama.
Una relación sana y equilibrada puede parecer aburrida en comparación con la montaña rusa emocional de una relación tóxica.
Aunque nadie está exento de caer en este agujero, muchas veces es nuestro estilo de apego, nuestras experiencias pasadas o los patrones de comportamiento que hemos normalizado durante años los que nos llevan a meternos en la boca del lobo.
Algunas de las razones más identificables son el miedo a estar solas (por eso de equiparar la soltería a la soledad), nuestras necesidades de vinculación o el propio miedo al abandono.
Muchas veces nos aferramos a estas relaciones con la esperanza de que cambie o mejore, que nuestro amor triunfe sobre la adversidad como si fuéramos heroínas románticas. Spoiler: esto no pasa. Nunca.
¿Por qué nos enganchamos?
La pregunta del millón: ¿por qué caemos y mantenemos relaciones que nos hacen daño? Aquí van algunas de las explicaciones que da la psicología:
¿Por qué enganchan las relaciones tóxicas?
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El efecto rebote.
Sí, del que nos hablan junto a la palabra dieta. Nuestro cerebro, ante una ruptura, puede sentir verdadero dolor en sus circuitos emocionales de apego y hacernos anhelar a esa personas que nos causó sufrimiento. Olvidamos lo malo. Solo queremos estar con él o ella.
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Refuerzo intermitente.
Lo de la recompensa y el daño. Siempre hay una parte que nos hace sentir bien y nuestro cerebro quiere más. Hasta el punto de ocultar el dolor.
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Una sed que solo sacia esa persona.
Solo si está cerca sentimos que la necesidad de apego se ve calmada. Necesitamos de forma intensa nuestra “dosis” de conexión.
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El amor lo puede todo.
Eso creemos: mantenemos la esperanza y ponemos todo de nuestra parte para conseguir nuestro cuento Disney.
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Nos desdibujamos.
Perdemos nuestra identidad para ser solo lo que la otra persona ve. Así, priorizamos sus necesidades sobre las nuestras, nos generamos complejos que nos hacen pequeñitas y poco a poco nos volvemos invisibles para evitar el conflicto y disfrutar más tiempo de esa recompensa. Estar bien con él o ella es indispensable para ser felices.
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“Todas las parejas discuten”, “no hay relaciones perfectas”.
Es cierto, pero también hay niveles tolerables. Si no hay respeto, no hay amor.
Cómo engancharse a una relación sana
¿Se puede generar adicción al brócoli o a los cereales integrales sin azúcar? A priori seguro que crees que es imposible que nuestro cuerpo se haga dependiente de alimentos de ese tipo. ¿De verdad tiene que ser perjudicial lo que nos engancha? Quizá mi cerebro no segregue las mismas sustancias ante un plato de verdura hervida que ante el olor de la pizza que te entrega el repartidor en la puerta de casa. Ok. Sin embargo, puede que tu cuerpo, aunque sea de manera sutil, se vaya dando cuenta de que una alimentación saludable, natural y rica en nutrientes le sienta mucho mejor que abusar de ultraprocesados. No se enganchará, pero sentará unas bases, unas reacciones.
Una relación sana, donde la tranquilidad, el respeto y el cariño sean la base no tiene por qué ser aburrida en contraposición. Hay millones de manera de disfrutar del amor, del sexo y de las relaciones muy pero que muy lejos de los conflictos diarios y del no puedo vivir sin ti. En una pareja saludable se fomenta un ambiente de respeto mutuo, comunicación abierta y apoyo incondicional. Las necesidades emocionales de ambas partes son reconocidas y valoradas. Suena genial, ¿no?