Sol, arena… y ansiedad: así es el verano bajo la sombra de un TCA

La exposición corporal, el cambio de rutinas y la presión social son el cóctel perfecto para convertir la época estival en un auténtico infierno.

junio 7, 2024 Escrito por Sara G. Pacho

Redactora de Bloom especializada en salud femenina, estilo de vida y feminismo. Licenciada en Sociología por la Universidad de Salamanca y en Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid. Máster en Comunicación como Agente Histórico-Social, especialidad en Lenguaje Audiovisual por la Universidad de Valladolid.

Revisado por el equipo de expertas de Bloom, plataforma especializada en salud femenina.

Hace poco una desafortunada lona desplegada en el centro de Madrid nos sirvió para reflexionar no solo acerca del impacto que tiene este tipo de publicidad sobre nuestra salud mental, sino también sobre la presión que seguimos sufriendo las mujeres por tener el cuerpo perfecto, especialmente cuando llega el verano y toca enseñar un poco de piel más por puro imperativo climático. 

Es, posiblemente, un mensaje que cala en todas nosotras de forma sibilina, pero especialmente en quienes sufrimos o hemos sufrido un TCA. Si hay un momento estrella para reavivar esos fantasmas o, simplemente, dar más cancha a esos pensamientos capaces de controlar toda tu existencia, es el verano. Si, además, le añadimos que cada año el calor es más asfixiante y que una se va haciendo mayor, la ecuación se complica.

La temperatura te pide poca ropa, pero, a la vez, el espejo te escupe feroces mensajes contra ti misma. ¿Debería dejar de utilizar minifaldas? ¿Con esta camiseta no se ve demasiado mi espalda? ¿El bikini me queda igual que el año pasado? Es una batalla diaria contra ti misma reforzada por el conjunto de la sociedad. Tanto es así que el verano es una especie de temporada maldita que solo quieres que pase. 

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La cara B del verano

El calor y las actividades propias del verano, como ir a la piscina o hacer deporte al aire libre, implican una mayor exposición del cuerpo. Durante el invierno una puede esconderse bajo jerséis y pantalones anchos si quiere. Pero cuando llega la canícula esa barrera cae sin remedio. Hay que mostrarse al mundo cuando muchas veces no puedes ni siquiera ponerte tú sola frente a un espejo y, con más o menos intensidad, aguantar comentarios que alimenten la fiera. 

La vida social se hace más intensa, lo que significa en la mayoría de los casos verse con gente que quizá hace tiempo que no ves y que quizá haga un comentario sobre tu físico que el TCA traduzca a su libre albedrío. Estas reuniones a menudo se hacen en torno a una mesa con comida y bebida, lo que activa itinerarios que conoces de sobra: relajarte, comer y beber “lo normal” y después culparte, física o mentalmente; intentar que nadie perciba que no estás comiendo o poner alguna excusa para no hacerlo; o directamente, no ir.

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Es difícil explicar cómo algo que es motivo de alegría puede ser el epicentro de un terremoto de ansiedad para ti. Sabes que no puedes compartir el verdadero motivo de tu estrés porque te dirán que no hay para tanto, que no te preocupes, que se trata de pasarlo bien y no de juzgarse. Pero no es tan fácil. Ojalá. La opción de aislarse, muchas veces, es la más sencilla. 

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Las actividades veraniegas, como viajar, cenar con amigos o disfrutar de un día de playa pueden convertirse en verdaderas torturas.

Es curioso cómo lo de ir cumpliendo años te puede empoderar por un lado y hacerte más vulnerable por otro. Sé poner límites, definir lo que me gusta y, sobre todo, lo que NO me gusta, valoro en qué (y con quién) invierto mi tiempo, pongo mi atención en las soluciones y no en los problemas, presto atención al momento presente.

Y, sin embargo, hay voces que, lejos de callarse, gritan con más fuerza que a los 15 años. Tanto es así que hace ya dos veranos que evito ir a la piscina o la playa acompañada, ni siquiera con personas de mi confianza. Prefiero, si es que voy, hacerlo sola para eludir esa vergüenza de mostrarme o compararme con los demás. Sé que nadie me va a mirar de una forma tan cruel como yo lo hago, pero no puedo sentirme cómoda. 

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El miedo a perder el control

Si en junio le dices a cualquier persona que, en realidad, estás deseando que vuelva septiembre con sus rutinas, es posible que te diga que estás loca. Pero es que ese control de los horarios y las comidas es el ancla para muchas personas. También para mí. Comer y cenar fuera de casa o la falta de planificación sobre la actividad física y la alimentación me desestabiliza hasta tal punto de impedirme disfrutar. Es paradójico cómo eso que, a priori, te hace más libre estos meses, te puede encadenar aún más si vives algo así. 

A lo largo de mi vida me he informado lo suficiente sobre los trastornos de la conducta alimentaria como para saber que no existe un factor desencadenante, que no se puede buscar “un único culpable” al respecto. Se trata de un trastorno multifactorial donde interfieren diferentes causas. Pero también sé que existen agentes disparadores que no podemos obviar. Están todo el año, pero cuando se acerca el verano no se ocultan lo más mínimo.

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Todo aquello que tiene que ver con cómo debe ser un cuerpo nos señala directamente a nosotras y nos pide un ideal imposible. Esto nos genera toda una colección de complejos que, además, monetiza una industria muy potente. Farmacias, parafarmacias y herbolarios se llenan de carteles sobre cremas anticelulíticas o suplementos diuréticos. Los centros de estética nos bombardean con ofertas para conseguir ese cuerpo que “poder” mostrar en público. Instagram se peta de dietas, rutinas de ejercicios y códigos descuento en productos de dudosa eficacia. Es difícil poner un escudo a tanta flecha directa. Sobre todo cuando llueve sobre mojado. 

La cultura de la dieta y el cuerpo 10

Las imágenes retocadas y los cuerpos que dominan anuncios, revistas y redes sociales marcan un estándar de belleza que la mayoría de las personas no puede alcanzar de manera saludable. Que es inalcanzable. Que es peligroso. Y una puede saberse dentro, analizarlo con cierta lógica, y, a la vez, no poder escapar porque el entramado es infinitivo. Instagram, TikTok y Facebook están llenos de influencers que promueven estilos de vida aparentemente perfectos o que quieren ser inspiradores, pero que solo fomentan la comparación y la inseguridad en quienes estamos del otro lado de la pantalla.

Quizá es que estamos todas en la misma batalla y, lejos de ayudarnos, seguimos tirando piedras contra nuestro propio tejado. Al fin y al cabo, mientras estemos preocupadas por la celulitis o la piel flácida no estamos invadiendo otros espacios y estamos siendo muy rentables.

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Son muchas las marcas que se aprovechan deliberadamente de nuestra vulnerabilidad para vendernos sus productos o tratamientos que carecen de respaldo científico. Qué más da: tu cerebro lo lee en otra clave. El mensaje está ahí: vales tanto como tu apariencia física se adecúe al canon estético del momento. 

La omnipresente operación bikini y la proliferación de dietas de verano pueden reactivar pensamientos y comportamientos de restricción alimentaria. Las promesas de pérdida rápida de peso y la glorificación de la delgadez fomentan la adopción de dietas poco saludables, que son especialmente peligrosas para alguien con antecedentes de TCA.

Amiga, date cuenta

Tu TCA no te define, pero sí define tu salud. La anorexia nerviosa, la bulimia o el trastorno por atracón, por citar algunos, tienen consecuencias nefastas sobre nuestros cuerpos: problemas cardiovasculares, gastrointestinales, alteraciones hormonales y trastornos psicológicos como la depresión. ¿Se puede salir de esto? Estoy segura de que sí, pero también de que no es fácil. Quizá no sea la más adecuada para dar consejos al respecto, pero no quiero terminar este texto sin invitarte a que, si te has sentido mínimamente identificada con este relato, busques ayuda, tanto en tu entorno como, si te sientes preparada para abordarlo, a nivel profesional. Nos merecemos disfrutar del verano como en los anuncios de cerveza. 

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