Más allá de la denuncia: el camino después de una agresión sexual
Existen tantas maneras de enfrentar una violencia como personas que la viven
En los últimos años, hemos visto bastantes cambios en lo que se refiere al tratamiento tanto a nivel social como a nivel mediático y jurídico de las violencias sexuales. En su mayoría, tratan de visibilizar que este tipo de violencias no responden a comportamientos individuales, sino a un verdadero problema social con raíces muy profundas. Por otra parte, se intenta ampliar la visión de la reacción de la víctima, ya que cada persona es diferente y, por tanto, su manera de afrontar la violencia también lo será. En este sentido, el camino tras una agresión no es único, pero sí suele ser largo, incierto y lleno de obstáculos. La decisión de denunciar o no hacerlo tiene que ver con numerosos factores tanto internos como externos y lo que viene después es más que un mero procedimiento judicial. Es, además, una reconstrucción emocional y personal.
El acompañamiento psicológico es un pilar esencial de este proceso, ya que permite a las víctimas recibir el apoyo y la seguridad que necesitan en ese momento. Para hablar de todo esto hemos acudido a Beatriz Durán, psicóloga especializada en violencias machistas que trabaja en un centro de la mujer de la administración pública.
La denuncia no es un final, es un punto de partida
Cuando una víctima de violencia machista decide denunciar, comienza un proceso que ya le hacen saber que será largo y duro. Para poder enfrentar esta etapa que puede alargarse hasta dos años, es muy importante que se sientan acompañadas. “Un proceso de acompañamiento psicológico no es terapia en sí, aunque sea terapéutico”, señala Durán. Es decir, la intención es que la víctima entienda lo que lo que le ha pasado y comience a trabajar la agencia personal: qué quiere hacer, qué necesita. Cada persona es distinta, cada violencia es distinta, cada impacto es diferente. Comparten elementos estructurales similares, pero cada caso es, en realidad, único, sobre todo para quien lo transita. “A veces en ese acompañamiento solo podemos hacer contención porque la mujer no está preparada para otra cosa”, explica la experta.
Este proceso se puede llevar a cabo de forma individual, pero también es habitual hacerlo en grupo porque se sienten más acompañadas, como parte de un todo, como que no están solas. “Lo que más necesitan las mujeres es acuerpar”, indica la psicóloga. Sí, has leído bien: acuerpar. Si vas a la RAE verás que se trata de un verbo que se usa en Costa Rica y Panamá como sinónimo de «apoyar».
Culpa y vergüenza: las emociones más comunes
En términos generales, las mujeres tras sufrir una agresión sienten culpa y sienten vergüenza. Creen que serán juzgadas (porque seguramente lo sean) por su entorno y les invade un gran sentimiento de soledad. Tiene mucho que ver con el mito de la “víctima perfecta” (si hago esto porque hago esto y si no lo hago porque no lo hago), y con la idea de que, al denunciar a su agresor, le arruinarán la vida. Estos sentimientos pueden acabar transformándose con el tiempo en depresión, ansiedad, pequeñas obsesiones, TCA, problemas de memoria y trauma. “Muchas mujeres son incapaces de tener una vida funcional. Da igual el tipo de violencia: puede ser física, psicológica, simbólica…”, explica Durán.
Las ideas respecto al funcionamiento judicial que son producto del sesgo machista y que se reproducen de forma recurrente son: el mito de las denuncias falsas, el cuestionamiento del relato de las mujeres, la presunción de ánimo espurio en las denuncias y su instrumentalización, la normalización de la violencia o la responsabilización de las mujeres de la violencias que reciben, entre otras.
Denunciar o no denunciar, esa es la cuestión
Uno de los factores más influyentes a la hora de tomar la decisión de denunciar una agresión sexual es, según la psicóloga, el hecho de tener un espacio de seguridad donde la víctima no se sienta juzgada para que sea ella quien decida cómo y cuándo da cada paso, si es que lo quiere dar. “En algunos casos la mujer sabe que la denuncia no tendrá demasiado recorrido, pero lo necesita como parte de su recuperación. En otros, puede no querer hacerlo por miedo a una posible escalada”, explica Durán.
Tenemos que entender lo que necesita la víctima en cada momento, porque cuando ellas son quienes toman las decisiones, estas serán más firmes. No sirve de nada poner una denuncia si luego no va a ir a ratificar. Tienen que estar seguras y sentirse fuertes para enfrentar el proceso que será largo y duro.
Los protocolos son muy importantes también. Durán nos ha confirmado que la serie ‘Querer’, que ya te hemos recomendado antes, refleja bastante bien cómo debe ser: la denuncia tiene que hacerse en una sala privada con una persona especializada en violencias machistas, con mirada puesta en la víctima, en protegerla. “Las que nos dedicamos a esto conocemos muchos casos de mujeres a las que en comisaría les han dicho que eso no se podía denunciar, cuando eso lo tiene que decir un juez. Tienen derecho a poner esa denuncia”, añade. Después de la denuncia, tiene que haber un seguimiento desde las unidades especializadas en atención a las víctimas.
Llegado el momento del juicio, hay que poner toda la atención en la vulnerabilidad de la víctima y en cómo esa sensación de indefensión, inseguridad y soledad puede aumentar al enfrentar un procedimiento totalmente desconocido en el que tendrán que volver a contar lo que ha pasado, en el que seguramente se enfrenten a preguntas que hagan creer que ella es la acusada y no al revés por parte de la defensa de su agresor, que también estará allí.
Es por eso que este tipo de juicios cuentan con unos protocolos propios que no son perfectos a día de hoy. “El sistema judicial, por lo general, es patriarcal y machista, con una perspectiva de género nula o muy bajita, donde la violencia simbólica es fuerte y está muy presente”, apunta Durán. Su papel también es preparar a las víctimas para que sepan que se va a cuestionar todo, especialmente si no cumplen con el papel de víctima perfecta, a pesar de contar con un peritaje psicológico o forense que avale el relato con una agresión sexual.
Además del acompañamiento psicológico, antes del juicio se explica a la mujer in situ cómo va a ser esa jornada.
Así, puede conocer el espacio y la persona que estará con ella antes del día D, y tener en cuenta que puede estar presente solo para declarar o durante toda la causa. Es posible solicitar un biombo para evitar ver a su agresor, que tiene derecho a estar en la sala escuchando la declaración.
Los protocolos existen y funcionan, pero (todavía) no son perfectos
Beatriz Durán, antes de trabajar en el sector público, lo hacía como profesional privada. Recuerda que cuando hizo una de las entrevistas para poder optar a la bolsa de empleo público, le preguntaron sus razones. Ella afirmó, convencida, que quería cambiar las cosas desde dentro. “Los protocolos existen y funcionan. Los centros de atención a las víctimas existen y algunos funcionan mejor que otros. La guardia urbana, los mossos, la policía nacional, los juzgados.. Pero todo depende de las personas que trabajan en ellas”, explica. Hace falta perspectiva de género, pero también tiempo y recursos para poder ofrecer a las víctimas de violencia machista el acompañamiento que necesitan.
Las campañas y declaraciones animando a denunciar no sirven de nada si luego no hay recursos ni tiempo para hacer ese seguimiento, y esto depende de la voluntad técnica y política.
¿Cómo es este proceso en territorios de conflicto o desplazamiento?
Para terminar, abrimos un poco la mirada para ver qué pasa en contextos donde las mujeres son especialmente vulnerables, como aquellos territorios que están en guerra o son receptores de personas desplazadas. Angie Carrascal, especialista en violencia sexual de Médicos Sin Fronteras, nos explica, sin centrarse en ningún lugar en concreto porque considera que es una problemática muy transversal, que en muchos de ellos las víctimas encuentran aún muchas barreras para acceder a los servicios médicos previos a la denuncia, debido a que “existe el estigma, la impunidad, la falta de información”.
En 2023 los equipos de MSF atendieron a más de 62.200 supervivientes en sus proyectos en todo el mundo, casi un 56% que el año anterior. La mayoría de los casos se registraron en República Democrática del Congo (que acumula el 40% de los casos), República Centroafricana y México (durante la ruta migratoria).
La justicia no siempre es confidencial, por lo que las víctimas no son realmente libres a la hora de denunciar, y el acceso a los servicios médicos y jurídicos, aunque sean públicos, dependen mucho del estatus económico. “No están descentralizados -explica Carrascal-, por lo que si una sobreviviente necesita acceso tiene que viajar a las capitales. El transporte y la estancia son muy costosos. Más luego el abogado todo lo que el procedimiento requiera”.
Como organización médica humanitaria, MSF trabaja en estos territorios para tratar que la víctima acceda lo más pronto posible, en primer lugar, a los servicios médicos. Lo hacen con clínicas móviles en zonas alejadas del hospital, y con campañas de sensibilización. “Es importante que sea en la siguientes 72 horas a la agresión sexual para que se le administren los retrovirales y reducir el riesgo de transmisión de VIH, así como anticonceptivos”, señala.