De la 34 a la 42: el desconcertante juego de las tallas y cómo impacta en nuestra imagen corporal
Es solo un número o, si me apuras, un trozo de tela cosido a la prenda, pero tiene el poder de encasillarnos.
Sales de casa y eres tú misma. Con tus virtudes y defectos. Con tus gustos musicales, tus preferencias culinarias, tus hobbies. No te define tu peso, ni tu altura, ni tu aspecto, aunque muchas veces creas que sí. Sin embargo, cruzas el umbral de una tienda y, de repente, eres un número, o una letra. O un conjunto de ellas. Eres una 38, una 42, una S, una XXL.
No solo tienes que asumir que eres una etiqueta (que no siempre será la misma porque tu cuerpo cambia y es inevitable), sino que basta con continuar un poco más de shopping para cambiar de talla. Donde pensabas que utilizabas una M, resulta que no. Que es muy grande, que es muy pequeña. Parece una tontería: qué más da si tu cuerpo es el mismo. Pero no: te afecta, te influye y te condiciona. De eso va el último episodio de nuestra ardiente Escuela de Calor.
Más allá de las etiquetas
Las tallas de la ropa mantienen una conexión directa con el peso y tamaño de nuestro cuerpo y, lamentablemente, esto sigue siendo sinónimo de belleza y autoestima. La complejidad del tema radica en que los factores que contribuyen a este fenómeno son tanto individuales como colectivos. Imagina que siempre has usado una talla, la que sea, y de repente un día vas a por unos vaqueros de esa talla y resulta que no cierran. Ojalá pensar “bueno, cojo una más”. Pero no es tan sencillo, o no para todo el mundo. Es común que sintamos confusión, estrés, desánimo. Culpa.
Que levante la mano quien no haya vivido esta escena: cambiar de talla en cuestión de minutos, como por arte de magia, solo por el hecho de cambiar de tienda. La diferencia entre firmas puede llegar a ser 10 centímetros.
Aunque hay quien cree que esto está legislado, lo cierto es que no. En 2007 se firmó un acuerdo para homogeneizar las tallas que, curiosamente, en 2023 no se ha llevado a la práctica. El último paso a favor de acabar con esta tiranía lo dio el Departament d’Igualtat i Feminismes en Cataluña en 2022, cuando anunció un plan contra la presión estética que padecemos las mujeres en diferentes ámbitos. También en las tiendas de ropa.
Por primera vez se habla de poner en marcha acciones para garantizar un tallaje para cuerpos reales (o sea, todos, sean como sean), apostar por referentes audiovisuales que reflejen todas las corporalidades (y no cánones irreales) y ofrecer más herramientas para tratar los TCA. Porque todo está relacionado y el sistema de tallas tal y como está planteado supone, también, una forma de violencia contra las mujeres.
La talla de nuestra ropa no debe definir quiénes somos, cuánto valemos o cómo nos vemos. Si fuéramos capaces de dejar esta preocupación a un lado seguramente la moda nos haría sentir, simplemente, mejor.
Vanity sizing y violencia estética
El término vanity sizing (ajuste de tallas por vanidad) hace referencia a cómo juegan con nosotras al poner los números de las tallas. Si una sociedad premia la delgadez, al reducir el número de la talla dará la impresión de que eres más delgada y, por ende, mejor según los estándares sociales. Esto desinforma y refuerza los prejuicios en torno al peso y el tallaje. Nos acostumbramos a un rango específico y, si aumentan, sentimos que el mundo se desmorona. Estamos anclando nuestro valor en un número sin fundamento racional.
Es aquí donde todo pierde sentido. Un medio (la moda) que supuestamente existe para hacernos sentir bien se convierte en una herramienta de manipulación de inseguridades por parte de una industria que a menudo prioriza mal.
La violencia estética es una forma tan sutil como perniciosa de opresión, particularmente para nosotras, claro. Tiene que ver con esa obsesión cultural por la apariencia física y conecta con la imposición de normas y cánones de belleza inalcanzables. Somos bombardeadas constantemente con imágenes retocadas o con filtros tanto en los medios de comunicación como en la publicidad y las redes sociales, lo que genera una ilusión de belleza imposible de alcanzar para casi todas.
Pero no solo sucede en estos ámbitos: desde el lugar de trabajo hasta las interacciones sociales más cotidianas tienen ese tufillo más o menos evidente a juicio basado en la imagen que muchas veces limita nuestras oportunidades y perpetúa la desigualdad.
La violencia estética también se manifiesta en la crítica y escrutinio público implacable hacia las mujeres, sobre todo quienes tienen más visibilidad. Los frecuentes comentarios sobre el cuerpo, la ropa o el envejecimiento femenino nos dan una pista de que la sociedad nos valora y juzga en función de nuestra apariencia, y no de nuestras habilidades o logros.
Impacto en la autoestima
Las tallas de ropa suponen un sesgo en sí mismas. La marca nos transmite de esta forma dónde nos sitúa y también para quién está diseñada su ropa. Aunque celebramos cada campaña que rompe con estos cánones, ya sea porque muestra corporalidades diferentes o porque muestra mujeres que tienen más de 25 años, lo habitual es ver modelos altas y delgadas que disparan las inseguridades de cualquiera. De hecho, muchas tiendas ni siquiera fabrican más allá de la talla 42, cuando es una de las más comunes entre nosotras.
Esta situación repercute en la forma de verse a una misma e incluso puede suponer la distorsión de la propia imagen hasta llegar al rechazo. Es aquí donde nacen las inseguridades, los trastornos alimentarios y la obsesión por encajar en un cuerpo normativo socialmente aceptado.
Tallas para todas
Es cierto que son muchas las marcas que están ampliando -en mayor o menor medida- sus colecciones para llegar a más gente. Es normal: si la mayoría de la sociedad no encaja en una 36, habrá que proponer más tallas para poder seguir con el negocio. Llámalo respeto por la diversidad, llámalo capitalismo. Es posible que, viendo esta pequeña gran revolución, podamos pensar que la moda está diseñada para empoderarnos y permitir que expresemos nuestra identidad a través de nuestra imagen, pero, ¿qué pasa cuando en lugar de darnos seguridad nos desanima y genera sentimientos negativos?
Hablamos de diseños, de poder acceder a la ropa que nos gusta, pero también de una necesidad porque bragas, al final, necesitamos todas.
Hace algunos años tener más de una 36 suponía renunciar a comprar ropa en muchas firmas y tener que recurrir a marcas especializadas en “tallas grandes”. Un poco locura. En el podcast hablamos de todo esto con la youtuber @Prettyandole, activista a favor de la inclusión de los cuerpos y el derecho de todas, todos y todes a ponernos la ropa que nos apetezca. ¡No te lo pierda!