El vocabulario de la culpa en el aborto o por qué la interrupción voluntaria del embarazo no siempre es sinónimo de trauma

Escuchar el latido: una propuesta que roza lo sádico para señalar a la mujer como culpable y no como alguien que ejerce un derecho

febrero 21, 2023 Escrito por Sara G. Pacho

Redactora de Bloom especializada en salud femenina, estilo de vida y feminismo. Licenciada en Sociología por la Universidad de Salamanca y en Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid. Máster en Comunicación como Agente Histórico-Social, especialidad en Lenguaje Audiovisual por la Universidad de Valladolid.

Revisado por el equipo de expertas de Bloom, plataforma especializada en salud femenina.

El aborto es una cuestión de plena actualidad. Por un lado, porque hace solo unos días se aprobó la reforma de la ley del aborto en España, que, entre otras novedades, elimina el periodo de reflexión de tres días y que permite a las mujeres de más de 16 años optar por la interrupción voluntaria del embarazo sin permiso de sus padres, madres o tutores.

Pero, frente a este avance, hace unas semanas otra noticia nos dejaba heladas: el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García Gallardo (perteneciente al partido Vox), lanzaba una propuesta en la que subyace la intención de limitar el derecho al aborto utilizando un arma de sobra conocida para las mujeres: la culpa. El plan consistía en ofrecer a las mujeres que quieran abortar en esta comunidad autónoma la posibilidad de escuchar el latido del feto para tomar esa decisión “con mayor conciencia”.

En principio, la Junta de Castilla y León no ha avalado esta propuesta, por lo que, al menos de momento, no verá la luz. Sin embargo, no queremos dejar pasar la ocasión para analizar de manera profunda cómo el vocabulario de la culpa forma parte de una estrategia para limitar un derecho porque, como escribió Simone de Beauvoir: ”No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”. 

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Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa

Criminalizar la sexualidad y las decisiones que tienen que ver con nuestros cuerpos no es nada novedoso, desgraciadamente. A pesar de que en las últimas décadas somos muchos los países que hemos avanzado en la protección de los derechos humanos, en los últimos años estamos viendo cómo, de nuevo, vuelven a estar sobre la mesa debates que creímos haber superado: la violencia machista, la libertad sexual y, por supuesto, el aborto.

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Se trata de un derecho que se puede limitar con leyes retrógradas, pero también de una manera más sibilina capaz de calar de manera profunda en el imaginario colectivo: la culpa.

Tampoco es nada nuevo: nos corre por las venas una herencia patriarcal por la que, desde que Eva mordió la manzana, se nos señala como culpables. Así, nos invade este sentimiento si no llegamos a todo, si decimos lo que pensamos, si exigimos lo mismo que los hombres, si salimos a emborracharnos y nos ocurre algo malo, si utilizamos la ropa que nos apetece, si nuestros cuerpos no son como se espera, si somos malas madres o si no queremos serlo… También, claro, si decidimos abortar. Especialmente reveladora fue la experiencia que Inés Hernand nos contó en Escuela de Calor, el podcast de Bloom.

Según explica Beatriz García Courel, psicóloga clínica especialista en gestión emocional, las mujeres que pasan por una interrupción voluntaria del embarazo suelen arrastrar tristeza, vergüenza y culpa, además del proceso de duelo, que combaten con rumiaciones, es decir, con darle muchísimas vueltas a los sentimientos y acontecimientos asociados a esa vivencia.

Estos pensamientos recurrentes traspasan nuestras propias fronteras. Es decir, no se trata de algo exclusivamente interno para con nosotras mismas, sino que tiene mucho que ver con la percepción de los demás sobre lo que hemos hecho, ese maldito “qué dirán”. Aunque, según señala Courel, actualmente no hay un síndrome post aborto registrado en los manuales diagnósticos de salud mental, sí es cierto que en muchos casos esta angustia puede acabar traduciéndose en en cuadros de ansiedad o depresión.  

La idea de sufrir esta sintomatología ansioso-depresiva puede hacer que muchas mujeres teman ya no solo el propio procedimiento, sino las posibles secuelas físicas y psicológicas después del aborto.

Beatriz García Courel, psicóloga clínica especialista en gestión emocional
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La construcción social del trauma del aborto

Desde un punto de vista psicológico, la culpa es una emoción ligada a valores y expectativas sociales. Así lo explica Paloma García Bas, psicóloga sanitaria y socia fundadora de Nara Psicología: “En sociedades, grupos, parejas o familias en donde la interrupción voluntaria del embarazo está más estigmatizada puede generar un sentimiento de culpa más intenso. Que sea un tema tabú también podría estar ligado con la vergüenza, que aparece cuando hacemos algo que sabemos que el grupo al que pertenecemos considera inadecuado”.

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Tomar esta decisión supone desafiar valores culturales y roles tradicionales de género establecidos en donde la maternidad es un mandato para las mujeres. La decisión del aborto voluntario se enfrenta a valores comunitarios culpabilizantes hacia la mujer sin poner el foco, en ningún caso, en los hombres.

Paloma García Bas
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La socialización de las mujeres tiene mucho que ver con los cuidados y las exigencias: tenemos que tener conductas intachables y, además, estar siempre por los demás. Es un caldo de cultivo perfecto para que el sentimiento de culpa esté a flor de piel. Cuando no cumplimos con estas expectativas, a menudo nos sentimos avergonzadas o culpables. No rabiosas, por ejemplo, y mucho menos contra alguien: volcamos la culpa hacia nosotras mismas, algo que puede -y de hecho, se hace- utilizarse como herramienta de control.

Se trata de una emoción realmente compleja, ya que lo mismo nos protege que nos deja en una posición de gran vulnerabilidad. Y no es fácil liberarse de algo que prácticamente se nos ha grabado en el ADN. Tanto es así que la culpa es, según explica García Bas, una constante en las mujeres que acuden a terapia por el motivo que sea: “Se trabaja la desculpabilización de la mujer por diferentes motivos: por dedicar tiempo al autocuidado, por centrarse en sus deseos o necesidades o por no cumplir las expectativas de los demás”. 

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¿Aborto = trauma?

‘Ni permiso ni perdón’ es el último libro de Cristina Torrón (@menstruita), una recopilación de relatos que buscan acabar con el estigma en torno a una vivencia que es -o al menos debería ser- exclusivamente individual. Escribe en el prólogo Flavita Banana (@flavitabanana): “Analizando con el tiempo cómo fue aquello (espera, no es aquello, es MI ABORTO), me doy cuenta de que a nivel moral no tuve ninguna duda. Jamás se me pasó por la cabeza que matara a alguien: en todo caso salvaba a alguien (a mí)”. 

Aunque una decisión como el aborto voluntario es siempre difícil y dolorosa, lo habitual es el sentimiento de liberación. La mayoría de las mujeres no siente arrepentimiento, sino un sentimiento de alivio. Sin embargo, este alivio que es común, a veces se tiene que abordar en terapia debido a que la sociedad, nuestra comunidad o familia nos censura sentirlo.

Paloma García Bas

Cada vez es más habitual encontrar literatura escrita desde una perspectiva diferente, que busca escapar de la representación traumática del aborto, sin olvidar que hay riesgos -sobre todo si no se hace en las condiciones médicas adecuadas- y que, como señala García Courel, “es un trance por el que nadie desea pasar, aunque se haga con convencimiento”. 

En mayo de 2021, Elisabeth Falomir Archambault publicó ‘Abortos felices’, un fanzine que, a través de su propia experiencia, propone una conversación natural y libre de culpa en torno a la interrupción voluntaria del embarazo. “A quien aborta le está permitida una estrecha selección de sentimientos: alivio, culpa, vergüenza. Si vas feliz a abortar, sin duda eres una mala persona”, escribe.  

«Las interrupciones del embarazo son un acontecimiento más cotidiano que excepcional. Es innegociable que se consideren un derecho, un bien social».  Elisabeth Falomir Archambault

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Fin (y menos mal) de los escarnios

No podemos dejar de mencionar el papel de grupos que se hacen llamar “pro vida”, cuya labor consiste en acosar a las mujeres que entran en las clínicas abortivas para obligarlas a dar marcha atrás en sus decisiones tirando, cómo no, de la culpa. Entre sus métodos de coacción están las jornadas de rezos y los gritos, pero también ofrecer muñecos que simulan un feto o ecografías. Desde abril del año pasado, el Código Penal contempla este tipo de acciones como delito penado con penas de tres meses a un año de cárcel

¿Un derecho en jaque?

Mientras unos países consiguen por fin que se vea reconocido (Argentina, Colombia, México, Ecuador), otros que ya tenían el aborto asentado como derecho ven cómo algunas fuerzas políticas e ideológicas tratan de poner límites. En España, el aborto es legal desde 1985, ¿significa eso que se facilita la interrupción del embarazo a las mujeres que quieran ejercer este derecho? La realidad es que no: abortar hoy en España supone, a veces, una carrera de obstáculos

aborto en españa

A pesar de que se trata de un tratamiento incluido en la sanidad pública, no siempre hay disponibles profesionales dispuestos a realizarlo. En ocasiones se amparan en la objeción de conciencia -un derecho fundamental legítimo que solo puede ejercerse de manera individual, no colectiva-, pero también hay una presión fantasma sobre quienes no se declaran objetores.

Los sanitarios que se ofrecen a realizar interrupciones voluntarias del embarazo pueden, a veces, ver amenazada su carrera profesional: quedarán relegados a esta práctica -lo que les impide desarrollarse en otras áreas- y sufrirán el estigma que todavía implica el aborto.

La nueva ley del aborto pretende que la sanidad pública sea la referencia para evitar que, como hasta ahora, más del 85% de las mujeres que quieren abortar tengan que acudir a clínicas privadas, a menudo lejos de sus domicilios, donde no cuentan con los medios de los hospitales por si surge alguna complicación.

“El mensaje que se transmite a las mujeres -destaca García Bas- implica señalamiento y se convierte en un privilegio por los gastos que acarrea. Se trata de una decisión en tela de juicio, se culpabiliza a la mujer y no se trata como un derecho como tal”. Que los hospitales públicos sean referentes en la interrupción del embarazo facilita el acceso al derecho y su desestigmatización.

Las leyes sobre el aborto que obligan a las personas a desplazarse para obtener ayuda jurídica o que exigen recibir asesoramiento o esperar durante un tiempo para abortar sobrecargan los sistemas sanitarios y pueden hacer que las mujeres incurran en gastos de desplazamiento, pierdan ingresos o se vean en la necesidad de abortar en condiciones que pueden resultar peligrosas.

Organización Mundial de la Salud

Además de la parte más “práctica”, encontramos más piedras en el camino. Hasta la aprobación de la reforma de la ley, la norma contemplaba el consentimiento paterno para las menores de 16 y el establecimiento de tres días de reflexión antes de someterte al aborto. Una vez más, como mujeres, se nos limitaba la autonomía y se nos infantilizaba en el ejercicio de un derecho legítimo obligándonos a “pensarlo mejor”. Abortar no es un regalo que recibimos “si nos portamos bien”, no es un favor.

Eliminar este periodo de reflexión o la entrega de información sobre ayudas a la maternidad era fundamental no solo para promover la salud mental y física de las mujeres, sino también como garantía de sus derechos. 

Toda persona ha de tener libertad para ejercer su autonomía física y tomar sus propias decisiones sobre su vida reproductiva, incluida la decisión de si tener o no hijos y cuándo. Es esencial que las leyes relativas al aborto respeten, protejan y hagan efectivos los derechos humanos de las personas embarazadas.

Amnistía Internacional

Ofrecer escuchar el latido, como se puso sobre la mesa en Castilla y León, es el último ejemplo, algo que, en palabras de García Courel, solo hace que “emociones como la culpa se magnifiquen aumentando el dolor, sufrimiento y trauma que supone este procedimiento. Es, a mi parecer, una forma de tortura”.

Sobre todo teniendo en cuenta que, tal y como señala SEDRA-Federación de Planificación Familiar, “los estudios disponibles muestran que la inmensa mayoría de mujeres no se arrepienten cuando deciden interrumpir su embarazo, y, de hecho, la mayoría de abortos se realizan en las primeras semanas de embarazo”.

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